lunes, 25 de marzo de 2013

ABONADA PRIMERIZA

Respaldos para "asentar reales"

Este año, emulando a la  “vieja dama indigna” de Berltold Brech, me compré un abono para asistir al concurso de carnaval en el teatro de verano Ramón Collazo. Como siempre que se ingresa a “otro mundo”, hay que ubicarse y aprender a caminar despacito por las piedras. Concurrí durante más de  un mes, porque las suspensiones por clima inhóspito alargaron extraordinariamente  las funciones. El  10 de marzo  de 2013, se hizo la última “Rueda de Ganadores”. Ver  la primera y la segunda rueda,  fue una experiencia inolvidable porque siempre que un espectáculo se ve más de una vez, parece diferente: le han agregado o suprimido algo, le cambiaron o renovaron el vestuario o la escenografía o el maquillaje  y también el espectador “se pone” otros ojos para mirar. El lugar lo ubiqué  sin dificultades. Las filas y los asientos tienen su correspondiente número. Indudablemente desde el punto de vista visual el mejor lugar es el central - señalado con la letra “B”-. Por suerte, el lugar que me vendieron era bueno. (Me lo mostraron en un impreso que me dieron para elegir  entre los que aún no estaban vendidos, pero la  bondad únicamente se aprecia después  de estar en el lugar asignado.)
También comprobé que era ventajoso desde todo punto de vista ir temprano,  porque  como buen sapo de otro pozo mientras no comenzaba la función me podía dedicar  a observar. La música que me recibía era “Corazón espinado” de  Carlos Santana. Me hacía acordar a las “tibias nochecitas de febrero”-como decía alguna letra-, en la  casa de mi tía, en la calle Chacabuco, desde donde se oía  la música del Club Dublín que quedaba en la esquina.
Los abonados antiguos  tienen establecidas sus formas de sociabilidad. Se  conocen, se saludan, traen a sus niños, usan respaldos y almohadones- que les sirven para “asentar sus reales”-, traen vituallas. Muchos con matera, termo y mate. Antes y después de cada actuación forman pequeños  grupos entusiastas en los pasillos o en el medio de las filas, fuman bastante-tanto hombres como mujeres- y hacen comentarios. Algunos vienen de lejos todas las noches. Se conocen con los comentaristas/periodistas de carnaval, y, los “liguilleros” o sea los que tienen el abono de la liguilla- selección final- tienen un trato más cercano con ellos, lo cual no es una casualidad. Una señora que se sentaba atrás me dijo que hacía 22 años que era abonada, y que había abonados aún más antiguos. Al principio, me trataban de “usted”. Después de la primera semana, cuando vieron que también iba todos los días, empezaron a tutearme. Los abonados liguilleros- es decir los que únicamente sacan  el abono de la final- mantenían los mismos códigos y se reconocían entre sí también, pero mostraban-como ya lo expresé- más cercanía con los comentaristas. Una de las abonadas me señaló el lugar donde conseguir el “Momodiario”- el diario con las noticias de la jornada a llevarse a cabo- para leer durante la espera entre espectáculo y espectáculo. Son interesantes y coleccionables.
Ser abonada primeriza fue una experiencia singular. Tanto que ya me anoté en un abono del SODRE. Ya les contaré.


Abonados antiguos leyendo su Momodiario


Un Momodiario


jueves, 14 de marzo de 2013

CAROLINA


 

CAROLINA ESCUDERO CON "PICHONAS"


“A veces, escribir es como cantar, dulcifica las tristezas.
Otras veces es como una confidencia, que alivia las amarguras. Por eso escribimos.
Julio César Puppo (El Hachero)

En el país,  corría la década del setenta del siglo pasado, una de las más horripilantes porque la dictadura se hizo presente y no se fue por muchos  años. Como éramos jóvenes decidimos retomar los  estudios. Habíamos abandonado en  lo que en aquella época se llamaba: “Preparatorios”, popularmente conocido por “El colador de los burros”: los dos últimos años de la Secundaria con significativas exigencias. Volvimos al liceo, ya casados,  y lo concluimos al final de 1973. Como no era nada fácil dar libres las materias que nos faltaban, nos inscribimos y las recursamos. 1973. De sólo pensar en ese año me estremezco. Si bien ya hacía años que pasábamos mal, ese período  fue siniestro, porque  se agudizó el problema político. Ser joven era un delito, y ¡nosotros  éramos dos jóvenes! De todas maneras nos empeñamos y en 1974 comenzamos las carreras universitarias, mi esposo enfiló para Derecho y Ciencias Sociales y  yo para Letras- en un Instituto privado porque el público estaba cerrado a cal y canto, y cuando lo reabrieron, ya no era  ni la sombra de lo que había sido-. Ese primer año, lo cursé completo. Trabajaba con un horario de 6 a 14 horas y concurría a las clases después de las 17.00, pero el segundo año ya no pude. Tampoco podía dejar de trabajar, porque  con un salario pagábamos el alquiler y con el otro, la comida la luz y el agua. Nada más. Tampoco había mucho más. En el Instituto no me iba mal. Estudiaba y preparaba los escritos en los fines de semana y en las vacaciones. En el segundo año, ya con más exigencias laborales, decidí partir el año en dos. Cursé y rendí las materias más arduas y dejé para el  año siguiente otras menos exigentes. Así fui a dar a las clases de Gramática y Didáctica,  que enseñaba Carolina Escudero. La profesora que había tenido en el primer año,  usaba pura y exclusivamente la gramática “CURSO SUPERIOR DE GRAMÁTICA ESPAÑOLA”  de Samuel  Gili Gaya. Carolina no. Todos los días aparecía con un texto nuevo, o con un artículo electrizante que nos dejaba los ojos como  dos de oro. No había Internet. Estábamos muy lejos de ese fenómeno que se llama Google que da toda la información apenas le ponemos una frase. No. La información había que buscarla en  las bibliotecas- en mi caso, iba a la del Instituto o a la Biblioteca Nacional- donde me pasaba muchas horas estudiando y tomando apuntes-“manuales”- (los libros no se prestaban a domicilio). Carolina enseñaba Gramática y además  Didáctica, es decir, cómo enseñarla. Teníamos que preparar cada unidad, con un absoluto detallismo: qué lectura se iba a proponer, qué y cómo  se iba a preguntar, (sí; escribíamos las preguntas y aventurábamos las posibles respuestas-“si pregunto así lo más probable es que me responda asá” y así sucesivamente) qué ejemplos iba a sugerir para analizar y –siempre- había que terminar la clase con “un broche de oro”- como decía ella. Lo cierto es que mis primeras clases prácticas  fueron bastante bochornosas; en el papel me salían interesantísimas, en la práctica, los chiquilines me contestaban cualquier barrabasada y yo no tenía ni idea de  cómo salir de los atolladeros. En gramática me iba bien, en las clases prácticas no. Por lo tanto, Carolina decidió que ya era hora de que yo fuera a su casa a preparar las unidades que me faltaban. Una por una.
Es de destacar que yo fui parte de uno de los grupos que  a fin de año, debía entregar una carpeta con todas las unidades preparadas de pe a pa. Todas. Sin omitir ni un tilde, ni una coma, ni una nada. Empecé a ir a la casa de Carolina. En esos arduos tiempos ella  estaba viviendo  en un apartamento céntrico donde cuidaba a su mamá-  ya muy anciana- que le daba un trabajo extraordinario con sus desvaríos- pero ella la atendía, y me atendía, simultáneamente, sin perderse ni mis zozobras gramaticales, ni las extrañas aseveraciones de la madre. Nos contestaba a cada una lo que  nos correspondía. Y no se equivocaba.
-“No les des las respuestas a los alumnos”- me decía. –“Tienes que jugar con los chicos, ellos tienen que deducirlas. No les digas -esto es un adverbio-, deja que descubran las características: que es invariable, que modifica a un verbo, que modifica a un adjetivo y a otro adverbio, después que se den cuenta de  todo eso, entonces les puedes decir: esta palabra invariable, que hace esto y lo otro y lo otro, se llama “adverbio”. “-Sí mamá, ya te doy la banana pisada con miel”. “Sí mamá, te quiero mucho”. Y con infinita paciencia con su madre y conmigo, le contestaba a ella, y a mí  me seguía dando indicaciones para sacarme adelante.

Después que obtuve  el título de Licenciada, -ya convertida en una “caroliniana” absoluta-,  (1982) siempre seguimos en contacto. No se perdía nada. En la Academia de Letras un día le  llegó  la Revista de la Biblioteca Nacional donde me habían publicado un artículo sobre crónica costumbrista. Me llamó. Me senté en el banquito “telefonero” a esperar su veredicto. Volví a sentirme como una colegiala. –“No está mal”. Me dijo finalmente- y yo respiré hondo. –“Pero hay mucho para profundizar.” Y sí hay  aún mucho para investigar y  profundizar en crónica costumbrista y en cultura popular. Todo. Si salía un nuevo diccionario, o gramática, o lo que fuera interesante en lenguaje nos llamaba  a sus “pichonas”-que ya éramos, por supuesto, unos vejestorios-  y nos indicaba dónde y cómo comprar esas novedades en la forma más ventajosa. Finalmente, me jubilé en el año 2006. En el 2009, recibí un llamado suyo. “Salió la NUEVA GRAMÁTICA DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Tienes que comprártela. Fulanito la ofrece en x cuotas a un precio muy conveniente”. Yo la escuchaba ya  sentada en mi banquito  porque las conversaciones con ella eran de por lo menos una hora. –“Carolina, hace 3 años que me jubilé- le dije en  una pausa- “¿Y eso qué tiene que ver, pichona? ¿Acaso porque te jubilaste  vas a dejar de estudiar?”
 Aquí tengo a mi lado la famosa gramática. Hace 7 años que me jubilé. Gracias al tesón de Carolina,  sigo investigando y estudiando.
En su época del  Instituto, los  exámenes de Gramática que proponía  eran fuera de serie. Paradojalmente, en contra de todos los otros docentes, que no dejaban usar  nada más que una lapicera o un lápiz con goma, más la hoja de prueba, ella  nos dejaba usar todo. Podíamos llevar diccionarios, gramáticas, artículos. Lo que quisiéramos. Menos los apuntes de su  clase porque “eran muy feos”. Mientras nosotros la esperábamos comiéndonos las uñas, ella llegaba con su parsimonia y gran sonrisa habitual. “Encontré un  hermoso texto de Rulfo”-nos informaba- y lo repartía sin perder la sonrisa. No había ninguna gramática, ningún diccionario especializado,  ningún artículo, ningún texto, que nos diera exactas pistas para analizar el maldito texto de Rulfo porque era “inanalizable”. Finalmente, después de las 3 horas reglamentarias que habíamos tenido para resolver el dilema, recogía los escritos y se retiraba.  Pensábamos que todos habíamos perdido lastimosamente la prueba. A la clase siguiente, venía con los escritos corregidos y su gran sonrisa- que no la abandonaba jamás-. Pasábamos uno por uno a su escritorio a conversar sobre porqué sí o porqué no tal o cual solución, tal o cual sujeto, tal o cual complemento. –“¿Gili Gaya? No. Gili Gaya, no, en este caso, no. –“¿Andrés Bello? -“¿No es un tanto “anticuado”, Carola?”. - “¿Te parece que no se debe estudiar más?” -acotaba ella.  –“Acuérdate de las palabras de Luis Juan Piccardo- y lo leía-: “Cuando uno piensa en los progresos que ha hecho la ciencia del lenguaje… si algo extraña es que quede tanto en pie de la obra de Bello. El hecho de que se le sigan acotando rectificaciones y enmiendas, en vez de sumirla en el olvido, nos habla a las claras de ciertas cualidades insuperables.” -“¿Alarcos Llorach?” -“Quizás sí, pero  para este fragmento”. -“¿Predicativo? ¿Copulativo?” Sudábamos tinta. Después que dábamos todas las explicaciones correspondientes-aunque ella no estuviera de acuerdo con nuestro precario análisis-, si habíamos sabido defender la postura que habíamos adoptado, nos decía:- “muy bien; podías haber hecho esto o esto otro, pero lo más importante es que razonaste bien. Aprobada con 5/6. Y a una le venían unas enormísimas  ganas de comérsela a besos.
Era tan exigente como afectuosa. Yo la invité varias veces a seminarios y conferencias que se daban en el UAS. Me gustaba presentarla  como “mi mamá gramatical”. Ella me miraba sorprendida y me decía: -“¿Nada más que gramatical?” Había tenido cinco hijos. ¿Qué le hacía un pelo más al conejo?
El año pasado, a mediados de año,  aceptó que la fuéramos a visitar con otra “pichona” colega. Ya prácticamente, no salía  de su casa. Nosotras lo supimos en sus  conversaciones telefónicas y quisimos brindarle nuestro afecto. Nos recibió rodeada del mundo tierno de las fotos de su juventud y de sus familiares. Estaba más chiquita, pero aún empequeñecida, seguía siendo nuestra Carola de siempre. Conversamos unos minutos. Le conté sobre  el imposible texto de Rulfo que nos había dado para analizar en aquel lejano examen. Y se quedó rememorándolo -sonriente, siempre muy sonriente- entonces con una de sus ocurrencias geniales nos dijo:
-“¡Pero, las saqué buenas! ¿No?”
En el  mes de enero 2013 se nos fue.
Una de sus “pichonas”  me escribió: “Muy triste me dejó la noticia. Un baluarte la Carola. Nos  hizo amar la aridez de la Gramática y nos  dio método y sistematización para estudiarla.”
Gracias, Carola, por todo lo que nos diste a manos llenas.
 Yo te  pondría un epitafio de tango: “No habrá ninguna igual, no habrá ninguna”.





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