domingo, 26 de agosto de 2018

CORTÁZAR Y YO


Cortázar y Flanelle ( Foto tomada de Internet) 



Hoy es 26 de agosto, aniversario del nacimiento de Julio Cortázar. Facebook me lo recordó.
 Hace unos años, puse esta  foto de él con Flanelle, (Franela) su gata querendona. 
Mi gato se llama Teodoro porque él tuvo un gato al que llamó Teodoro W. Adorno, en honor al filósofo. El mío es  un Teodoro criollo,  (no con “Th”) y lleva mi apellido: Segovia.

 
Teodoro Segovia recibiendo mimos matutinos 
 Cortázar fue, desde mi juventud,  uno de mis amores literarios, no el único porque tengo unos cuantos, por suerte; pero sí uno de los más queridos. Me hubiera gustado conocerlo, hablar con él, saber si teníamos más coincidencias. Sin lugar a dudas, estaría de acuerdo conmigo, en que hay una opaca vida sin gato, y otra luminosa vida con gato, porque son seres absolutamente fuera de serie. El mío, por ejemplo, conversa. Sí. Conversa. Cuando le hablo me contesta.  Sabe perfectamente cuando ha hecho algo que no está de acuerdo con las normas de la casa, espera pacientemente para subirse a mi falda ronroneando, y  también sabe cómo pedir perdón poniendo cara de “yo no fui”, hasta que al final, me vence simpáticamente.
Teodoro Segovia arriba del placar de la cocina 

Cortázar me cautivó primero como narrador. Sus relatos “llamados fantásticos, a falta de mejor nombre” —como dijo él—me deleitaron, también su vida, sus peripecias, su Carta en mano propia a Felisberto Hernández; su Rayuela.
Pero tiene una maravillosa faceta, no del todo explorada, como poeta, con textos conmovedores. Más de uno, después del día de la nostalgia, adquiere un aire de pérdida irremediable. Eso de soñar con un amor imposible, de querer y no poder. Y de eso que se va perdiendo melancólicamente con los años que, de manera inexorable,  nos va carcomiendo la vida.

Este, por ejemplo, es uno de ellos:

After such pleasures

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.
      



jueves, 16 de agosto de 2018

UTENSILIOS

Destapador y abrelatas del tiempo del jopo
“Para reconstruir una cultura lo más importante son los cacharros de la vida diaria”.
"Leonora"
Elena Poniatowska














Cuando recién me casé, mis parientes y amistades, contribuían con ideas y cosas. Alguna de mis tías, con varias casas, desmantelaba alguna de ellas para darme cacharros de distintas procedencias y utilidades.
Demás está decir que yo aceptaba todo. Así llegaron platos y vasos de diferentes juegos, que conformaron durante un tiempo mi primer ajuar. Muy lejos de los actuales que son del mismo cristal y diseño. Como buena pobre, todo venía bien.
Mi esposo había sido trasladado de Las Piedras, al Comercial de General Flores- nunca supe si esa agencia tenía algún nombre-. Tampoco fui jamás. No nos hacíamos visitas  a los lugares de trabajo. Lo que sí recuerdo era que tenía una clientela conformada por los pequeños comerciantes de la zona. Muchos eran fabricantes de utensilios diversos y se dedicaban a venderlos. Por supuesto que recibimos unos cuantos. Probablemente, hoy en día,  habrá objetos más sofisticados. Yo los tengo aún en pleno uso. Hay abridores de botellas y de latas.  Además, otro utensilio que sirve para hacer té- con hojas que se colocan en el pequeño recipiente calado que se pone en la tetera-. Asimismo tengo un pequeño  posador para las bolsitas de té- y una fuente alta de vidrio para poner masitas. Este última fue  regalo de una amiga, pero todos los otros utensilios son de mi época de recién casada y llegaron como diferentes regalos.
Siempre que limpio los cajones de la alacena, los acomodo para tenerlos a mano siempre.  Son útiles hasta ahora, aunque ya tengo otros abridores de botellas que sacan corchos sin hacer ningún esfuerzo, siempre busco el antiguo, que funciona a la perfección. El abridor de latas es una curiosidad. Basta con hincarle el pico y mover la mano para adelante. No corta más que la lata y la abre también sin ninguna dificultad. No sabría hacerlo de otra manera.
En uno de esos acomodos de cajones, hasta apareció un tapón, que tapa herméticamente una botella de manera tal  que el líquido no pierde su correspondiente gas. Sería muy fácil reconstruir “mi cultura” observando la variedad de cacharritos que tengo aún en completo uso.
Utensilios:Tapón, colocador de hojas para el té, y posabolsita de té 

Otro capítulo aparte lo constituiría  la ropa. Ni que  hablar. Me resisto a vestirme como una señorona del siglo pasado.  Doné  los  trajecitos que acompañaron mi vida docente, regalé las chaquetas de piel de zorro y de nutria, que quise  y usé tantísimo tiempo,  y cambié para un “sport casual”  sin desdeñar sombreros y boinas.  Procuro no ser ridícula. Que se puede se puede. Otro día les cuento.



jueves, 9 de agosto de 2018

LA FLOR DE LA EDAD

Aldo y Gabriela foto tomada de Internet 

En realidad, la documental que vi  se llama “La flor de la vida”, aunque  yo la hubiera llamado: “La flor de la edad”. Está basada principalmente en la historia de Aldo y Gabriella, dos octogenarios-  horrorosa palabra que señala la década de los ochenta años de edad-. Vivieron juntos cuarenta y ocho años; después Gabriella lo dejó. Optó por vivir separada de Aldo. La película es  una rotunda queja sobre la vejez y los deterioros que ocasiona. Los momentos felices  aparecen para señalar  el paso del tiempo, pero no se detienen demasiado en lo bueno. Únicamente son pantallazos. Incluso, en el tráiler, Aldo dice algo así como: “mira qué cuerpazo que tenía, ahora ya no tengo nada de eso”. (Sinceramente, Aldito, perdoname, pero  sería como si yo pretendiera tener las medidas  de mis años juveniles, cuando me postulé para Miss Primavera, ahora, que ya pasé los setenta pirulos).
A Aldo Macor lo conocí por su actividad de bloguero: Su blog se llama: “Me ne frego”. Algo como: “No me importa”. También puede ser algo así como “a mi qué”. (Yo te veo encogerte de hombros y todo.)  Aldo tiene múltiples  historias centradas en  su persona y en sus actividades. Él mismo dice-en la película-  que es un ególatra; yo no miento cuando afirmo lo mismo. En realidad,  todas las personas que hemos tratado con artistas, -yo he tratado más con  escritores por mi actividad-  sabemos, sin lugar a dudas, que el artista  es un egoísta supremo: un maravilloso pavo real que muestra constantemente la belleza de su plumaje.  Admíralo siempre. No te atrevas jamás a decirle que ha perdido la belleza de sus plumas, -es decir  las ventajas de sus años mozos- porque nunca estará dispuesto a admitírtelo y te odiará irremediablemente para siempre. Y hasta te dejará de hablar y de escribir. Si por alguna causa, tu sinceridad te lleva a decirle  que prefieres a los hombres jóvenes y con el  aspecto de Keanu Reeves, te mandará de cabeza al   infierno más ardiente. ¡Cómo le vas a decir eso a él, que fue un dios de la belleza!
En la documental Aldo y Gabriella son los protagonistas, pero, como las cineastas convocaron a personas mayores de ochenta,  no son los únicos que aparecen. Una de las figuras  más conocidas es Cristina Morán, nuestra amable  locutora de radio y televisión, protagonista de aquellos “Domingos continuados” que fueron tan exitosos. También a ella le llegó la vejez. Es una de las que dice que envejecer es muy duro, o muy cruel.

Es muy  cierto que envejecer conlleva cambios físicos y espirituales. Hay que aprender a convivir  con ellos y no pretender ser unos pendejos cuando ya somos seres que han pasado los años mozos. Eso no quiere decir que nos apoltronemos y que busquemos que los demás hagan todo por nosotros. De ninguna manera. Simplemente significa que debemos acompasarnos al paso de los años. Yo ya me di cuenta de que no puedo bailar más  twist, rock o salsa, como antes,  pero ¿qué tal un tanguito? Es más que posible que mis  huesos no resistan la dura rutina de la gimnasia aeróbica, pero hay otros ejercicios que se pueden practicar hasta edades provectas sin que nos tengamos que  romper  los ligamentos o algún hueso. Yo practico taichí hace años; sus movimientos lentos y armoniosos favorecen el  bienestar físico y espiritual y también contribuyen a la coordinación mental, porque hacer bien las figuras requiere práctica constante y como es  en grupo, aporta también los beneficios de lo social.
Taichi: Posición de latigazo simple 


En la película se les preguntó a los veteranos si habían dejado algo por hacer. Yo también me lo he preguntado. De acuerdo a como se me dio la existencia, no creo que hubiera podido cambiar nada. En plan de fantasear sí.
Como fantasía o utopía- es decir como irrealizable porque no se me dio-.
¿Qué me hubiera gustado ser?
Redactora. Escritora.
¿Por qué no lo fui? Porque tuve que trabajar para ganarme la vida y aunque lo intenté nunca pude conseguir ningún empleo que se relacionara con las letras. Finalmente, opté por la docencia, aunque no fue mi primera elección. De todos modos, desde el momento en  que asumí que eso era lo que tenía que hacer para dejar de trabajar en  oficinas, me concienticé de que lo tenía que hacer lo mejor que pudiera. Me iba en ello la vida. Sin lugar a dudas. Y lo hice. Sin más cuestionamientos. Ahora, ya veterana y retirada, tengo este blog donde despunto mis ganas de escribir y de expresarme.
Aldo también hizo algo así, aunque siempre buscando sobresalir. Tiene su blog “Me ne frego”, pero por medio de él, por medio de  la pintura, por medio de la escultura, quiere el reconocimiento de su talento. También quiere personas para conversar porque está solo. Sus amigos se fueron muriendo. Dice que le  quedan dos. Yo me pregunto y te pregunto Aldito,  ¿Por qué no cultivas  amistades más jóvenes? Siempre aportan un renovado aire de frescura. Incluso hay países que alientan a  vivir con personas de diferentes edades  porque se sirven los unos a los otros. Los jóvenes consiguen  un lugar para vivir mientras estudian y a su vez, los viejos obtienen compañía.

Ya conté con algunos toques de ficción,  que cuando era muy joven  gané una coronita de lata como Miss Fotografía en un concurso de Miss Primavera donde la reina electa fue  una con aspecto de Marina Vlady, con unas  redondeces muy contundentes que yo estaba muy lejos de tener.
Marina Vlady (foto tomada de Internet)

De todos modos,  el prestigio de  la coronita de lata  me trajo también  un novio alto, buen mozo, de pelo encrespado y de ojos castaños  que era el Adonis de  Las Piedras. No me duró mucho, pero mientras tanto, fui muy feliz. Y eso es lo que cuenta.
La verdad es que a medida que transcurre la vida hay que ingeniárselas para  cosechar pedacitos de felicidad. En fin. Si no  puedo conquistar a Keanu, ( Aldito: vos sabés que me encantaría ¿no?)  al menos tengo que alimentar a toda costa,  la capacidad de soñar.  Y, como decía Rosencof-    (  que ya es un octogenario divino como vos también-): “¡Que nunca falte!”


 
Mauricio Rosencof: "Que nunca falte"
(foto tomada de Internet) 












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