sábado, 21 de marzo de 2020

“DE PELÍCULA”

Un episodio de la fiebre amarilla Juan Manuel Blanes

Era una expresión que se usaba mucho en el siglo pasado. Significaba que la situación se había salido tanto de cauce que parecía increíble.  Imposible concebirla un día  antes. Muchas veces los seres humanos nos enfrentamos a escenarios terroríficos, de este estilo: una pandemia maldita, iniciada vaya a saber cómo que tiene sobre ascuas a toda la humanidad. Sobre todo a los vejestorios como yo, porque somos una  población vulnerable. De pronto, nos sentimos débiles, sucios, pobres, encerrados, desgraciados,  en peligro, sin escape.

Las noticias que circulan no son alentadoras. Únicamente, podemos tomar medidas para evitar el contagio, que no se sabe exactamente cómo ni  de dónde podrá surgir.
Las medidas del gobierno y el terror a lo desconocido  han provocado paulatinamente el cierre de comercios, cines, teatros, y todos los espectáculos públicos que sean multitudinarios. El bicho ataca en las aglomeraciones, a todos los débiles, a los mal  sopeados,  y a  una población inerme como la mía, que es la de los viejos, por supuesto. Porque estamos medicados por distintas dolencias y porque el organismo ya no resiste los embates ni del tiempo, ni de las pestes. Acá estamos silenciosos, desconfiados, medrosos, no asomamos el hocico afuera por temor a que la peste nos liquide.
En el plano artístico recuerdo el cuadro de Juan Manuel Blanes: Un episodio de la fiebre amarilla, y el de Otto Dix, que se llama: El vendedor de cerillas.

En el primero, Blanes plasma la muerte de una madre joven, víctima de la peste. El ambiente es desolador: un pequeño niño está hurgando en su seno, el marido yace en una cama- al fondo- hace falta mirarlo con detenimiento para verlo- mientras los médicos observan con impotencia.
En el segundo, de arte macabro, vemos un sobreviviente de la guerra, muy maltrecho, lisiado para siempre, que intenta-vanamente- vender fósforos. Vanamente, porque la gente huye de él; se ven las enaguas de una mujer que escapa, que no sólo no quiere ayudar, sino que trata rápidamente de poner distancia, también los pantalones y zapatos de caballeros con la misma actitud. Hasta el perro, parece querer salirse del cuadro para no participar del horror. 



¿Nos creíamos invencibles? No lo somos. Basta una peste desconocida para ponernos en nuestro verdadero lugar.


¿Qué cuadro plasmará esta pandemia del siglo XX?


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