viernes, 25 de agosto de 2017

EL CLAN DE LA CICATRIZ

(Imagen tomada de Internet. Mi libro está prestado)


La  Dra. Clarissa Pinkola Estés dedica un capítulo entero al “clan de la cicatriz”en su libro “Mujeres que corren con los lobos”. Recomiendo su lectura completa. Vale la pena.
Primordialmente, se refiere a las “heridas de guerra” que a medida que transcurre la vida de una mujer-como puede, no siempre como quiere- le va dejando cicatrices en el alma. Las hay casi imperceptibles, de difícil rastreo. Son esas que cuando se pasa la mano  sobre ellas,  apenas se notan porque son casi imperceptibles. Sólo las detecta la mujer que las ha sufrido, pero,  hay otras, mucho  más profundas, que no son de fácil olvido porque basta la más mínima presión sobre ellas para que la piel- que quedó mucho más sensible en esa área- se vuelva a abrir, a sangrar, a supurar y a doler como si fuera una herida nueva. Para mitigarlas, hay mujeres que formaron un “clan”- es decir una especie de familia postiza- para,  en comunidad, poder soportarlas con entereza. Para eso, cada una de ellas ha hecho un “manto expiatorio”, que es un ritual de exorcismo. Ese “manto” es habitualmente una obra pictórica donde se van anotando las instancias que han producido esas cicatrices y se representan con un dibujo, o con un bordado. El manto se va formando con retazos y cada uno de ellos tiene un significado expiatorio. Una manera efectiva,- al estilo de Jung- de sacarse de encima los diversos pesares de la existencia.
Yo no sé ni pintar ni dibujar pero sí escribir, que ha sido- y es- mi mejor forma de expresión. Escribiendo, puedo expresar todos mis sentimientos. Nunca lo logré por ningún otro medio, pero cuando escribo, lo hago como dice Cortázar- uno de mis dilectos-:

“Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana.”
(Clases de literatura, Berkeley, 1980, Alfaguara, Herederos de Julio Cortázar, 2013)

Mi manto expiatorio tiene un importante retazo en mis crónicas. Cada una de ellas, sin orden prefijado,  va tejiendo  altibajos. Otro retazo también efectivo para mí es leer (mi última lectura es Mairal), otro bailar (hago biodanza), otro cocinar (para familia y amistades-incluso tengo un whatsapp para compartir recetas-: “Las piantadas gourmet”), y así podría seguir enumerando cómo se va componiendo de a pedazos esa “colcha” salvadora.
 En ese manto expiatorio, hay cicatrices muy profundas. Altibajos de la existencia que me costaron   pesares y lágrimas.  Es probable que el primero,-aunque no tenga absoluta conciencia de él, porque fue cuando yo era recién nacida- haya sido  el divorcio de mis padres. Después, enfermedades y muertes. De mis padres y de muchos amigos dilectos. A medida que envejezco, más.  También los dolores producidos por penas de amor, son muertes- y reconozco cada cicatriz porque  me dejó la piel roja y sensibilísima-
En las antiguas, hay una de muchísimos años. La única manera de exorcizarla ha sido evitar los desvelos. No hay- ni hubo- ninguna otra modalidad. No se olvida. Pero duele menos cuando la vida sigue  alejada de tanto dolor lacerante.
Cuando extiendo el manto y lo contemplo, están ahí  las heridas recientes y las antiguas, y sigo, sigo, tesoneramente,  pintándolo con mis palabras.


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