(Imagen tomada de Internet. Mi libro está prestado) |
La Dra. Clarissa Pinkola Estés dedica un
capítulo entero al “clan de la cicatriz”en su libro “Mujeres que corren con los
lobos”. Recomiendo su lectura completa. Vale la pena.
Primordialmente, se refiere a las
“heridas de guerra” que a medida que transcurre la vida de una mujer-como puede,
no siempre como quiere- le va dejando cicatrices en el alma. Las hay casi
imperceptibles, de difícil rastreo. Son esas que cuando se pasa la mano sobre ellas, apenas se notan porque son casi imperceptibles.
Sólo las detecta la mujer que las ha sufrido, pero, hay otras, mucho más profundas, que no son de fácil olvido
porque basta la más mínima presión sobre ellas para que la piel- que quedó
mucho más sensible en esa área- se vuelva a abrir, a sangrar, a supurar y a
doler como si fuera una herida nueva. Para mitigarlas, hay mujeres que formaron
un “clan”- es decir una especie de familia postiza- para, en comunidad, poder soportarlas con entereza.
Para eso, cada una de ellas ha hecho un “manto expiatorio”, que es un ritual de
exorcismo. Ese “manto” es habitualmente una obra pictórica donde se van
anotando las instancias que han producido esas cicatrices y se representan con
un dibujo, o con un bordado. El manto se va formando con retazos y cada uno de
ellos tiene un significado expiatorio. Una manera efectiva,- al estilo de Jung-
de sacarse de encima los diversos pesares de la existencia.
Yo no sé ni pintar ni dibujar
pero sí escribir, que ha sido- y es- mi mejor forma de expresión. Escribiendo,
puedo expresar todos mis sentimientos. Nunca lo logré por ningún otro medio,
pero cuando escribo, lo hago como dice Cortázar- uno de mis dilectos-:
“Siempre he
escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por
una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar
por la ventana.”
(Clases de
literatura, Berkeley, 1980, Alfaguara, Herederos de Julio Cortázar, 2013)
Mi manto expiatorio tiene un
importante retazo en mis crónicas. Cada una de ellas, sin orden prefijado, va tejiendo
altibajos. Otro retazo también efectivo para mí es leer (mi última
lectura es Mairal), otro bailar (hago biodanza), otro cocinar (para familia y
amistades-incluso tengo un whatsapp para compartir recetas-: “Las piantadas
gourmet”), y así podría seguir enumerando cómo se va componiendo de a pedazos
esa “colcha” salvadora.
En ese manto expiatorio, hay cicatrices muy
profundas. Altibajos de la existencia que me costaron pesares y lágrimas. Es probable que el primero,-aunque no tenga
absoluta conciencia de él, porque fue cuando yo era recién nacida- haya sido el divorcio de mis padres. Después,
enfermedades y muertes. De mis padres y de muchos amigos dilectos. A medida que
envejezco, más. También los dolores
producidos por penas de amor, son muertes- y reconozco cada cicatriz
porque me dejó la piel roja y
sensibilísima-
En las antiguas, hay una de
muchísimos años. La única manera de exorcizarla ha sido evitar los desvelos. No
hay- ni hubo- ninguna otra modalidad. No se olvida. Pero duele menos cuando la
vida sigue alejada de tanto dolor
lacerante.
Cuando extiendo el manto y lo
contemplo, están ahí las heridas
recientes y las antiguas, y sigo, sigo, tesoneramente, pintándolo con mis palabras.
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