domingo, 13 de agosto de 2023

LEO GRANDE

 Hace tiempo que no escribo nada  sobre películas  ni series.  Durante la pandemia vi de todo. Me costó encontrar algo que me sedujera. Finalmente, di con  la película  “Buena suerte, Leo Grande”,  que  me mantuvo  prendida a la pantalla.

 

No cometo ningún delito si cuento que el argumento es conocido: mujer veterana, que nunca tuvo orgasmos —pese a haber sido casada durante montaña de años—, requiere la atención de un trabajador sexual—joven y buen mozo— para darse el gusto.

 

Este argumento, suscitó una cantidad de comentarios, —algunos muy malévolos— en las redes sociales.

No sé la edad de los comentaristas, yo los imagino jóvenes y seguros de sí mismos y de sus conocimientos sexuales.

Yo conocí mujeres—no sé si aún las hay— que padecían porque no llegaban nunca a la cumbre del placer. Muchas eran casadas, pero con tal grado de timidez que nunca se habían atrevido a plantearles estas “limitaciones” a los maridos.

En realidad, les llamo “limitaciones” porque  no sé cómo denominar a una falta absoluta de confianza en la intimidad con la pareja.

Se sabe que  cada mujer es una caja de sorpresas.  Con un marido complaciente, tendría  que lograr la satisfacción tanto como él.

 La confianza se  logra con el tiempo, con la práctica y con la dedicación que hay que darle al propio cuerpo y al ajeno.

Mi abuela de crianza, me dio una vez  una clase magistral: me enseñó su camisón de recién casada; amarillento por la edad, con un agujero en el medio. Por ese agujero—me explicaba la nona— el marido ponía su aparato. Además de esa explicación práctica; indicaba que las mujeres teníamos una sensibilidad distinta: comenzábamos por atraer al hombre por acá (señalaba el bajo vientre); después había que conquistarle acá (indicaba el estómago) y por último se llegaba acá (apuntaba, con la mano completa,  al corazón). Esos eran los “caminos”.

No me acuerdo qué edad tenía yo, pero no eran  muchos mis años y tampoco mis conocimientos sexuales como para saber si era así o no. Nunca discutí con mis nonas. Todas eran sabias y me decían lo que les parecía que me iba a servir para la vida.

Al ver las tribulaciones de la Sra. Robinson, que no es el verdadero nombre, sino el que usa para vincularse con el trabajador sexual,  (Emma Thompson—magnífica actriz—)  pensé en algunas amigas con esas  características, que  nunca lo comentaron.  Nunca pensaron que sería importante en sus vidas, tuvieron hijos, los criaron. Crecieron y se fueron. Pero ellas, no lograron nunca ninguna satisfacción sexual.

Señalo tres aspectos relevantes y efectivos:

 

1) El trabajador sexual está muy bien preparado para todo. Detalles: Cuida su físico, (es su instrumento laboral más preciado).Las cosas que le piden son rarísimas y loquísimas. No importa; él, accede porque 1) le gusta 2)  vive de eso.

 

2) Sentido del humor.  Leo Grande,  le hace una eficaz demostración de baile para darle aliento. La danza, como es sabido,  saca contracciones, y, es una de las formas más genuinas del goce corporal. En la disciplina que se llama biodanza, se hacen ejercicios en pareja y en grupo.  La danza juega un papel preponderante.  Efectivamente, puede ser divertidísimo porque el baile—fuente de placer e inspiración—, quita inhibiciones y colabora increíblemente,  en procesos de curación.

 

3) Conversación.  Se manifiestan deseos de saber  qué hace el otro, de qué vive, cuáles son sus sueños,  sus planes de futuro, y de qué manera encara la existencia. Ella—que no por casualidad fue una profesora de Secundaria—  pregunta porque siente un interés personal que nunca fue usado debidamente con nadie, ni con el marido, ni con los hijos, ni con los alumnos, ni con las amistades cercanas.

 

El filme tiene escenas rescatables, por ejemplo:

 

La danza de Leo, que hace bailar y disfrutar del momento a la pacata Sra. Robinson.

La segunda, cuando la Sra. Robinson se encuentra en el hotel con una ex alumna   que le increpa su severidad. 

Prácticamente le dice que fue ella quién la inhibió para toda la vida. Algo para tener en cuenta: ser docente no implica castigar con palabras hirientes a los adolescentes, que precisamente “adolecen” por la edad y por el desconocimiento de sí mismos y de su propio cuerpo en transformación. Esa escena, concluye con  una anagnórisis, que no la cuento porque si van a ver la película ya  la apreciarán.

Insisto: vayan a verla. Se encontrarán con un filme diferente, con un tema controversial—es cierto—pero tratado en forma de comedia, de todas maneras,  llega a recónditas profundidades.

 

 

 

 

 

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