jueves, 24 de abril de 2014

NOMOFOBIA

Teléfono antiguo, con disco y  auricular con "orejas"
El avance tecnológico ha traído nuevas adicciones. Esta es bastante reciente. Según lo que  he leído el término se generó de  “No-mobile-phono-phobia- y significa algo así como uso compulsivo del celular. Ya escribí sobre el tema, pero vuelvo sobre él porque  se ha ido  incrementando. Lo observo en todos lados, en el supermercado, por ejemplo. Veo personas colgadas de su móvil haciendo preguntas tan estúpidas como si tienen que comprar una coca de un litro o una de litro y medio.  En el SPA, hay unas cuantas que llevan su celular al salón de gimnasia. Es decir, que muchas veces, en plenos ejercicios, los abandonan para atender llamadas. A veces, me encuentro con amistades que interrumpen la conversación para atenderlas. Piden perdón, perdono y me voy. Dejar de conversar  con una amiga para darle prioridad al celular es otra de las formas del desamor. 
Sinceramente, yo no creo que sean llamadas imprescindibles.
Yo viví sin teléfono fijo una buena parte de mi vida. Primero, porque mis primeros años adolescentes los viví en una ciudad donde para comunicarse por teléfono era necesario ir a una cabina y pedir comunicación por medio de una operadora. Cuando empecé a trabajar en la fábrica de botones “La Perla del Plata” en la localidad de El Dorado, en Las Piedras, Canelones, tenía una “centralita” con manivela y lograr una comunicación telefónica con  Montevideo, con buena audición, era toda una hazaña.
Ya en Montevideo, recién logramos un teléfono fijo después que obtuvimos los títulos universitarios porque gracias a ellos, nos dieron cierta “prioridad” ya que  en la zona donde vivíamos-que no era en pleno campo sino en un barrio de Montevideo llamado El Prado, no había “bornes” suficientes-. Nunca supe exactamente qué eran los famosos “bornes” pero por su falta tampoco tuve teléfono hasta bien entrada la década del 80 del siglo pasado.
Mi primer celular lo tuve después de un accidente doméstico. En mi placar había una luz interior-colocada “casera” por los antiguos propietarios del apartamento- mi esposo lo abrió para buscar no sé qué cosa y la dejó encendida, y esa bombita encendida provocó un incendio. El placar contenía toda mi ropa. Se quemó toda. Mi esposo trató de comunicarse conmigo para advertirme del desastre, y una telefonista muy  hija de puta no me pasó el llamado, ni me avisó nada. A partir de ahí, decidimos que teníamos que tener celulares para comunicarnos cuando lo necesitáramos.
Por algún lado anda  ese primer aparatito que ahora parece de los Picapiedras y el de mi marido también; su “móvil” aún está en casa-con apariencia de ladrillo-.
Ahora ANTEL, al renovarme el contrato, me dio uno modernísimo. Tanto, que apenas lo sé usar. Eso sí, tiene de todo: facebook, email, teléfonos, cámara, “guasap”, calculadora, y otras yerbas similares.
¿Lo uso? Sí. Puntualmente. Silenciado, tipo avión. Mis  familiares y amistades, saben  que no lo considero  indispensable. Me jubilé a los sesenta años, después de trabajar desde los quince. No quiero generarme una nueva esclavitud. No quiero “tenerlo siempre a mano”, ni buscarlo o revisarlo a cada minuto. No quiero sentir por el dispositivo ninguna sensación de amor ni de  pérdida cuando lo olvido. El aparatejo es una cosa, - y por supuesto- tiene que seguir siéndolo. Sigo prefiriendo  la comunicación persona a persona, los besos y los abrazos efusivos y no con emoticones. También me gusta saborearme   un rico osito con manos y patitas de chocolate. Delicioso.
Osito  Lu-una delicia achocolatada-


 Las sensaciones de angustia, de tristeza o de ansiedad, sólo me las provocan los seres humanos que he dejado de ver porque quisiera y no puedo  tenerlos  más tiempo y más cerca, o  porque los perdí y ya no los tendré nunca más.



domingo, 13 de abril de 2014

Amedeo Minghi & Mietta - Vattene Amore

Me preguntaban por facebook porqué para el final de mi último post "LITERATURA Y VIDA"   había elegido al gato- en este caso para referirme al  ser  que gentilmente nos va a dar el "primer puesto". .La explicación es esta: Los gatos y los delfines son los animales que más me gustan: inteligentes, afectuosos-cuando quieren serlo y demostrarlo son sensacionales- y -además- por esta canción de mi juventud que siempre me gustó y me sigue gustando. Vattene amore- algo así como "Andate amor", donde  aparece el "gattino anaffiato"- (gatito mojado) y "el gattone arrufato" ( el gato enredado)



sábado, 12 de abril de 2014

LITERATURA Y VIDA

Cartel contra el acoso y  la discriminación en pleno  siglo XXI
A raíz del último artículo  que colgué en mi blog, recibí muchos  comentarios en facebook que me llevaron a volver a escribir.
Yo  no quise escribir  un “tratado” sobre el amor y el desamor, pero sí debo decir que leí detenidamente los textos que utilicé, y no únicamente para escribir el artículo sino  que lo hice muchas veces en diferentes  etapas de mi vida.
Esos “amores y desamores  de papel” fueron –y siguen siendo  aún- para mí, tan  reales como  la vida misma. Me hacen  sufrir, me hacen  llorar, me hacen renegar por la poca o mala suerte de las heroínas  y sus vicisitudes. La buena  literatura siempre ha estado anudada a  mi vida de una manera prodigiosa.  A veces, es un bálsamo que me consuela, otras, me causa una   congoja apabullante. Nunca me deja totalmente indiferente. Tiene sobre mí, una poderosa  influencia.

Mi ejemplar comprado en España 1993
Por eso, no agoté todo lo que tenía que trasmitir en ese comentario. Hay mucho más. Aunque Rosa Montero considera que su primera novela no está del todo lograda, yo, en cambio, considero que ya está presente su extraordinaria e innata capacidad descriptiva-además de los temas  que seguirán apareciendo en sus siguientes obras-. En  “Crónica del desamor”  abordó varios tópicos que aún hoy tienen absoluta actualidad. Tomo otro aspecto que no mencioné anteriormente, en  lo que atañe a lo negativo. En el siglo pasado, las jovencitas núbiles pasaban vergüenza   por los improperios que les decían los varones. En los transportes colectivos o en la calle,  o en la escuela-inclusive- quedaban a merced  de los lascivos que las veían apetecibles para toquetearlas.
Transcribo un ejemplo de  esa capacidad descriptiva tan graciosamente  característica   de Rosa Montero:
Cuando aquel día en el metro, un anciano bien trajeado se arrimó a Ana, la mano palpitante en el bolsillo golpeándole las nalgas, ella lo único que hizo fue sorprenderse. Se volvió, miró el rostro imperturbable del viejo, luego se cambió unos metros más allá, hacia otra barra. Pero el vagón iba lleno y al poco, qué sorpresa, el anciano arrimó de nuevo sus fláccidos pantalones al culo de Ana, San Bernardo-Cuatro Caminos en un metro sudoroso y maloliente. San Bernardo Cuatro Caminos con el viejo a las espaldas. Y al salir en su estación comentó con las amigas, habéis visto qué raro, a ese señor le temblaba la mano, pobrecito, debe ser esa cosa que se llama mal de… mal de parquintón o así, que les tiembla todo el cuerpo y después van y se mueren. Era la primera vez y no sabía. Después sí. Después se hizo, se hicieron conocedoras de estos asaltos incruentos y cotidianos. De las manos que pellizcan culos, de los restregones de autobús, del asco al intuir algo duro-pobres de ellas, ignorantes de erecciones- contra tu muslo o tu mano. De esas sombras fugaces- padres de familia numerosa, maridos ejemplares, trabajadores fatigados, sin duda- que se precipitaban sobre ti en mitad de la calle, los ojos brillantes, susurrando palabras desconocidas y brutales, te-lo-voy- a-meter- por- no- sé dónde- te-voy- a-llenar-de-leche-te-cogería-  y- te- , y ellas que no sabían nada de eso, se encogían contra la esquina, miraban hacia otro lado amedrentadas, aguantaban la respiración mientras el aliento del hombre rebotaba contra ellas, intentaban incluso hacer sonar los oídos por dentro (como cuando en la iglesia se confesaba alguien con voz demasiado aguda, hacer sonar los oídos para no enterarte de nada y no pecar violando el secreto del confesionario) para no escuchar esas palabras obscenas que provocaban culpabilidad y vergüenza.”
La  descripción-uno de los fuertes de Rosa-  es magistral. Se presentan muy nítidamente  el estupor y la vergüenza ante la agresión masculina.  Está-incluso- la premura  de Ana-niña, por concluir el viaje en metro: "San Bernardo Cuatro Caminos", sorprendida   por  una situación desconocida. Más o menos como cuando yo veo un perro- ya saben que les tengo miedo- y digo-hasta ahora-  la oración que me enseñaron de niña:  “¡San Roque, que ese perro no me mire ni me toque!”
 Anteriormente expresé que la buena literatura se anuda con  la vida. Yo supe a muy temprana edad  de esa apetencia masculina. No era rolliza, pero sí alta y bien formada, al punto que unos vecinos-varones,  por supuesto- me habían puesto de mote: “la hormiguita viajera”. Cuando así me llamaban yo  creo que no tenía más de diez años, pero mis formas ya se habían redondeado y mis teticas abultaban las blusas.  Aún no usaba sostén, por lo cual los pezones se insinuaban más de lo que yo hubiera querido.
La Hormiguita Viajera 
Un buen día, harta de sentir las vergas paradas en los ómnibus  y en los trenes, empecé a  ir a la escuela y después al liceo, con un gran alfiler de gancho preparado para la disuasión. El “pinchahuevos” me dio un resultado estupendo, y me brindó una inmensa ayuda que compartí con otras que sufrían los mismos acosos. Éramos tan pasmadas como las que describe Rosa, y también como ellas aprendimos –juntas- tácticas de sobrevivencia. Confieso que el “pinchahuevos” me lo enseñó una amiga más grande, pero otros, los sacamos de nuestra propia invención. Increíblemente,  muy parecidos a los que describe Rosa: fingir una renguera, preguntarle la hora al atrevido, - y-en mi caso- enfrentarlo:- ¿Qué me vas a chupar la qué? Y –usualmente, tal cual  ocurre en la novela-, el intrépido que me  la iba a meter por aquí o por allá, se arrugaba y desaparecía. “No hay mejor defensa que un buen ataque”.
En este momento, en pleno siglo XXI, supe que se  había decretado una semana “contra el acoso”. Se me ocurrió escribir sobre  esta relación de literatura y vida,- entre la novela de Rosa Montero, y los  avatares de mi  pubertad, cuando aprendí a defenderme de los tiburones-.  El cartel actual  que invita a no dejarse acosar es-al mismo tiempo- una protesta por la discriminación de las gordas. Y yo concluyo: no nos dejemos “ningunear” de ninguna manera. Si somos gordas, ya habrá quien nos quiera así, porque "siempre hay  un roto para un descosido”. No aceptemos ser segundonas tampoco. Todas las mujeres nos merecemos un primer puesto. En la cama y en el corazón. Ya  vendrá algún gatito mimoso que nos lo dé. 


 
"Mujer desnuda-volumétrica- en la playa" de Fernando Botero

sábado, 5 de abril de 2014

EL AMOR Y EL DESAMOR

Escena de la película "Ana Karenina"
 Keira Knightley y Aaron Taylor Johnson como Ana y Wronsky

Me pareció más adecuado empezar  por la palabra “amor” y sus   significados-siempre discutibles-, de diccionario. La primera acepción dice: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.”
De acuerdo a ella, es nuestra “insuficiencia” la que nos precipita al encuentro con “otro ser”- necesariamente, entonces, el amor comprende a dos seres.
La segunda acepción dice: “Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir.”
Es una acepción que intenta ser más completa que la primera. Sigue la idea de que es un sentimiento hacia otro, pero en este caso, añade-por lo menos- otro aspecto: la búsqueda de la reciprocidad. 
La tercera, “refuerza” las concepciones anteriores: “sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.”
Y, por último,  la cuarta- no es la última pero sí lo será para este artículo- indica: “tendencia a la unión sexual”.
La última acepción es la que me parece más  ambiguamente interesante: “tendencia a la unión sexual” –la verdad es que “esa tendencia” la compartimos con los otros animales y según  hacia donde nos lleven nuestros instintos y-también- nuestra crianza, viviremos con mayor o menor culpa ese “precipitarse” en los brazos de otro ser con la única y placentera intención de lograr  satisfacción.
En  los “pecados capitales” hay primordialmente uno que está relacionado con este aspecto: la lujuria, cuya definición de diccionario nos dice: “Vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales.”
La literatura universal abunda en ejemplos. Para el amor voy a referirme a dos  de diferentes épocas: Paolo y Francesca-  canto V de la “Commedia” –lo de “divina” vino después-  de Dante Alighieri( siglo XIV) ;  y Ana Karenina y  Alexey Wronsky de la novela Ana Karenina de Tolstoi, (1877). Para  el desamor, me voy a referir  a personajes y situaciones   de “Crónica del desamor”,  (1979) la primera novela de Rosa Montero.
No  voy a hacer un   análisis literario sino un comentario  personal de cómo incidieron en mí  estos textos  a través de los años.  

PAOLO Y FRANCESCA  (INFIERNO: Canto V de la Divina Comedia -Siglo XIV-Dante Alighieri)

(..) "Y desde aquel día ya no leímos más"


A estos amantes los conocí en el liceo, de la mano de la profesora que me impulsó a seguir la carrera de Letras: Isobel Rubbo.
Con infinita paciencia, me hizo gustar de los versos –porque la Divina Comedia está, originalmente escrita en versos- leídos en italiano, con una entonación envidiable para mayor deleite de los sentidos. En ese viaje iniciático que Dante inicia con Virgilio, se interesa por la historia de esta pareja que está en el segundo círculo del infierno, el destinado al castigo eterno de los lujuriosos.  Francesca contesta  a los requerimientos de Dante sobre su dolor como una dama gentil:
“... Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria”  “No hay mayor dolor que  acordarse del tiempo feliz en la miseria”.
Esta famosa declaración de Francesca condensa la esencia  de su  dolor. Condenada por una pasión prohibida. Condenada por querer a su cuñado, no a su marido. Ella y Paolo son  asesinados por el marido burlado, que ciego de ira les quitó la vida, pero no pudo-en la versión de Dante- quitarles el amor. Por eso hasta en el infierno, permanecen juntos. El castigo es la furia del vendaval. Un claro símbolo de la pasión que los perdió. La escena posee una gran delicadeza. Tanta, que hasta el huracán se calla para permitir el diálogo entre Francesca  y Dante. Mientras tanto, Paolo, silencioso, llora. Algo a destacar es que la pasión es provocada por la escena de un texto que leen juntos, cuando en la ficción los dos amantes se besan, ellos (también ficción, no hay que olvidarlo) sucumben. Por lo cual podemos inferir que la literatura tiene su parte de culpa en la caída.  Dante, conmovido por  la tragedia, al final,  se desmaya.
Estas son las emotivas palabras-con especiales reticencias- de Francesca:
“Noi leggiavamo un giorno per diletto
di Lancialotto come amor lo strinse;
soli eravamo e sanza alcun sospetto.
Per più fïate li occhi ci sospinse
quella lettura, e scolorocci il viso;
ma solo un punto fu quel che ci vinse.
Quando leggemmo il disïato riso
esser basciato da cotanto amante,
questi, che mai da me non fia diviso,
la bocca mi basciò tutto tremante.
Galeotto fu ’l libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante».
Mentre che l’uno spirto questo disse,
l’altro piangëa; sì che di pietade140
io venni men così com’ io morisse.
E caddi come corpo morto cade.”
A través del tiempo, esta pareja- la creada por Dante- se ha despegado de la sórdida crónica policial para alzarse a través de los siglos como símbolo de amor,  amor literario, amor adúltero, pero amor al fin.
  
ANA KARENINA Y ALEXEY   WRONSKY  (Ana Karenina (1877)  León Tolstoi)

Keira Knightley y  el jovencísimo y atractivo Aaron  Taylor Johnson como Ana y Wronksy 
A Ana Karenina y a Alexey Vronsky, los conocí también en la época liceal. “Ana Karenina” no era novela de lectura obligatoria en  los programas de literatura, pero Isobel Rubbo no sólo comentaba los textos ineludibles sino que nos indicaba qué otros podíamos leer para comparar  y   por ese motivo, también la leí  por primera vez en la  adolescencia. Recuerdo que me dio mucha pena el dolor de esa mujer ciegamente enredada-también como Francesca- en una pasión prohibida. La  “esencia” de Wronsky se manifiesta desde su aparición en el relato: joven, hermoso, y como todos los “bombones” habidos y por haber, únicamente preocupado por sí mismo. Desde su meticulosa apariencia-que cuida con sumo esmero- hasta la conquista de Ana, deseada y llevada a cabo con singular maestría desde los primeros momentos.
 Invencibles las palabras que dominan la voluntad de Ana y la dejan a merced de lo que vendrá:
“- Usted quiere saber por qué estoy aquí ¿verdad?-dijo Wronsky  mirándola fijamente-. Pues bien, eso lo sabe usted tan bien como yo: estoy aquí porque está usted. No he tenido más remedio que venir.”
La  novela no lleva muchas páginas cuando nos encontramos con la contundencia de esta afirmación: “estoy aquí porque está usted.” Absolutamente irresistible para la pobre Ana. Vendrá después la lucha contra el marido, contra la sociedad pacata y- lo peor de todo, lo que la llevará al suicidio: la lucha consigo misma; porque esa mujer que tuvo el atrevimiento de  irse a vivir con su amante,  celará terriblemente a todas las jóvenes casaderas que  lo asedien. El amor se manifestó en una de sus formas más trágicas: la pasión  avasallante, la que apareció como un   torbellino prohibido y  recibió el peso de  toda la hipócrita censura social. Digo hipócrita porque no  es que no hubiera “amantes” en la época, sí que los había, pero se portaban “civilizadamente”. Todos traicionaban a cual más y mejor, tanto hombres como mujeres, pero nadie dejaba de lado las apariencias de los lazos conyugales. Eran sagrados. Había que sobrellevarlos, aunque los maridos tuvieran las orejas grandes y feas como  Alexey- el mismo nombre de pila que Wronsky-,  también llamado en alguna otra versión Alejo Karenin.
Tanto Francesca, como Ana sucumben al arrebato de una pasión que no pueden dominar y que  las conduce a la muerte violenta, la primera asesinada junto con su amante por el marido engañado, y la segunda precipitándose, desesperada, a un inevitable suicidio. El ejecutor es el tren- ese tren que aparece fatídicamente desde el comienzo con la muerte de un operario- No hay ninguna otra salida para las  atrevidas mujeres adúlteras que se atrevieron a desafiar las conveniencias sociales imperantes. El amor-pasión las perdió irremediablemente. Únicamente se puede decir que la Francesca que Dante concibió tiene la especial recompensa de haber sido condenada junto con su amante y hasta  es posible detectar en sus palabras una especie de llamémosle orgullo por este hecho:
“questi, che mai da me non fia diviso, /la bocca mi basciò tutto tremante”. (Éste, que nunca más se separó de mí, la boca me besó, temblando.)  (El texto pierde  muchísima expresividad con la traducción. ¡uff!)

Yo vi la película en la que Ana y Wronsky fueron los actores  Keira Knightley y Aaroon Taylor Johnson. Leí críticas negativas, pero a mí me gustó. Por eso, tomé fotos de  Internet para la ilustración de esta parte.

EL DESAMOR – en “Crónica del desamor” (1979) de Rosa Montero

Rosa Montero en la Feria del Libro de Buenos Aires año 2013, cuando fuimos a conocerla personalmente 


Esta novela fue comentada en el Club de Libros de Rosa Montero y  coincidimos en que al ser su primera novela,  no exhibe aún la maestría que se desarrollará con los años de escritura.  La misma  Rosa Montero bajo su perfil de Salamandra Madrid, comentó que la escribió muy joven, a los veintiséis o veintisiete años, que el libro tuvo un  pie forzado porque tenía que hablar de la situación de la mujer en España, y  que  escribió la novela en lugar de un libro de entrevistas feministas que había prometido.
Sin embargo, sus lectores también consideramos que en esta novela ya están-en germen-  sus grandes ejes temáticos: la soledad,  el pánico a la decrepitud y a la muerte, lo efímero de la vida,   y-más que nada, además del desamor, aparece  el desencanto que persistirá y se desarrollará en  muchas de sus obras posteriores-  Por supuesto que es una novela hija de su época,  final de los setenta del siglo pasado, cuando  la mujer  en España, empezaba ejercer la  llamada “liberación femenina”,  pero al mismo tiempo,  tenía que luchar contra un mundo dominado por una visión patriarcal que -pese a que ya estamos en el siglo XXI- perdura  de una manera u otra en la psiquis de muchas personas de la actualidad.
El desencanto,  el desamor y la falta de ternura-tan necesaria para la psiquis femenina- recorren toda la novela. Es una novela de mujeres infelices-Ana Antón y sus amigas-  que luchan por lograr una compañía que no sea únicamente para la cama. O que sí que sea para la cama pero que brinde algo más. Casi se podría decir con letra de tango que las mujeres quieren: “un pecho fraterno para morir abrazao”. También hay adulterios. Los  hombres llevan la peor parte en esta visión desencantada de una realidad que parece que cambió pero no tanto. Los personajes creados por Montero  no son tan trágicos  como los de Paolo y Francesca o Ana y Wronsky, pero aún delineados  o, “retratados al bleque”- como diría el Cuque Sclavo- son seres sufrientes  con muchas condicionantes de época. Quizás una de las más esperpénticas- por lo grotesca- sea esta que transcribo, de Elena, - una de las amigas de Ana Antón-  cuando, superados los naturales temores, estaba dispuesta a tener su primera relación sexual:
“Pese a su ingenuo aire de gran mundo Miguel Ángel la sobrepasa en dos años. Son jóvenes, hermosos  sanos, y Elena se alegra de quererle mucho, y se dice que Miguel Ángel ha llegado en el momento oportuno: hoy tras un largo camino-era tan estrecha antes, el primer beso lo dio a los diecisiete y sintió asco, fue educada como tantas otras en el desconocimiento y la repugnancia del sexo- se siente preparada para perder el virgo. (..)
Pero cuando ya están desnudos en la cama del chalet de la sierra, Miguel Ángel se niega a desvirgarla y se visten para emprender el regreso.  Elena  quedó absolutamente aturullada por la negativa. Sin embargo, le sigue este episodio, que exhibe sin lugar a dudas un egoísta punto de vista masculino:
(…) Repentinamente Miguel Ángel tuerce el volante, se mete en un oscuro campo de rastrojos quemados por el hielo, para el coche.
-¿Qué haces?
Sin contestar se vuelve hacia ella, le acaricia el pelo levemente, pone un ligero beso en su mejilla, ahora sí que Elena está a punto de llorar, se sentía tan sola antes y tan lejos, se creía desdeñada sin saber por qué- era la incomprensión lo que hacía todo más doloroso- y ese beso vuelve a poner las cosas en su orden. Todo está bien, pues, ahora se explicará el absurdo. Quiere recostarse en su hombro, sentirse querida  y abrazada, pero Miguel Ángel la detiene suavemente:
-Por favor…- su voz es implorante, tenue- Por favor…acaríciame.
Se desabrocha la bragueta, está empalmado, duro, es la primera vez que Elena se atreve a mirar el sexo de un hombre.
--Tócame, por favor, tócame…
Elena no sabe qué hacer, está angustiada. El coge su mano, la dirige despacio hacia su sexo, la coloca encima, es una carne suave y muy cálida. Ella no está excitada en absoluto, se encuentra a sí misma vacía, abandonada y sin respuestas. Le toca inhábilmente, con reparo y algo de repugnancia, “chúpamela”, dice él muy quedo, en un murmullo, “chúpamela”, insiste, Elena duda, le da asco, Miguel Ángel empuja suave pero con firmeza su cabeza, ella opone al principio alguna resistencia pero al fin consiente, se encuentra torpe, tan culpable por no saber, desea que Miguel Ángel vuelva a ser de nuevo cariñoso y no entiende muy bien qué es lo que espera de ella. Al fin abre la boca, le chupa, su sexo está caliente y sabe algo salado, intenta no pensar en ello, entre las piernas de él ve el freno, el acelerador, los pedales del coche, irrealmente iluminados con la escasa luz de la lámpara interior, se concentra en esas formas y mantiene la mente en blanco, de repente siente algo cálido y viscoso que le quema la garganta, se sorprende: en su estupor de inexperta no había pensado tan siquiera que él eyaculase, es eso, pues, ha eyaculado en su boca, siente unas náuseas violentas, se incorpora, abre la ventanilla empañada, el frío le golpea las mejillas y resbala por su cuello, Elena escupe furiosamente una y otra vez a la tierra reseca, se frota los labios y la lengua con el dorso de la mano, él la mira como desde muy lejos, musita un “perdón” muy bajito, saca un pañuelo, se limpia, cierra la bragueta, pone en marcha el coche.” 

El sexo oral  practicado de forma compulsiva e inexperta descrito  a través de  sensaciones táctiles, térmicas, gustativas y visuales  llega a  producir repulsa  y lástima en el lector. ¿Un aporte desde el punto de vista feminista? (Te faltaron las sensaciones olfativas, Rosita, tan importantes en este acto- ¿a qué olía el miembro  de Miguel Ángel? No creo que haya tenido el agradable olor del chocolate, porque lo que procuraste- y lograste pese a tu juventud-  fue que la escena resultara nauseabunda.)
Hay muchos episodios chocantes, voy a transcribir y a comentar otro más. En este caso, el personaje es Candela- otra amiga de Ana Antón-. Candela  es una psicóloga soltera y tiene dos hijos de distintos padres: Daniel y Jara. El padre de Jara, Vicente, es un hombre casado. ¿Otro adulterio como el de Paolo y Francesca,  o como el de Ana y Wronsky?  No. Estamos en la(s) crónica(s) del desamor de Rosa Montero. En el caso de Candela, se distingue que  la peor parte  la lleva  ella porque es la segundona. La mujer “oficial” tiene derechos adquiridos sobre su hombre. La segundona no. La segundona espera ansiosamente  un llamado o una visita y tiene que conformarse con “visitas de médico” –descritas con las premuras del caso- Eso es lo único que tiene Candela. No pueden viajar, no pueden andar  juntos tomados de la mano por la calle, no puede hacerle mimitos en público, no es dueña de hablarle de sí misma, de sus gustos,  de sus preocupaciones, de sus ideales, ni de nada. Vicente no tiene tiempo ni interés. En esas visitas esporádicas, Candela tampoco tiene derecho a disfrutar de  un prolongado abrazo, o  de dormir “cucharita”, o –simplemente- “compartirle su mundo”. La ternura brilla por su ausencia. Se va estableciendo una rutina que lleva a Candela a ser “el reposo del guerrero” o “una cajita de sorpresas”, -para agradarle-  como dice el propio texto, sin que sus  sentimientos sean tenidos en cuenta jamás:
“En fin, Jara es hija de Vicente. Un economista en apariencia marxista. Un hombre convencional embotado por sus miedos. Casado y con dos hijos, cosa que él no olvidaba ni dejaba de olvidar. (Un día Vicente le dijo:-“¿Tú crees en Dios, verdad?” Gritaba alegremente desde el otro lado de las cortinas de la ducha, eran las dos de la madrugada y había que borrar las huellas de ese amor adúltero, “no”, contestó Candela, “vamos no digas que no”, insistía él, reidor, “un poquito, al menos creerás un poquito”, “que no”, “bueno, pues aun así”, añadió él, “apelando a esas creencias infantiles que alguna vez tuviste, ¡por favor!”  y Vicente asomaba una cara mojada entre el plástico de la cortina, con expresión cómicamente desesperada, “reza a tu santo predilecto para que mi mujer no esté despierta cuando llegue y no me obligue a hacer el amor, buff, sería incapaz de soportarlo…” y Candela puso un rictus de sonrisa ante la broma, pero notó el escozor por dentro, escozor por recordar que ella mantenía una relación precaria, escozor también por la otra, por esa mujer legal a la que él denigraba en esa frase, fue sentir una hermandad de sexo y de injurias.) Un matrimonio que duraba  ya diez años y ante el que Vicente asumía un papel de marido ortodoxo, pespunteado de engaños.”

Candela se embarazará de Jara, y  después de saberlo, se armará de valor y dejará su relación con Vicente y será eso: una madre soltera, orgullosa de haber tenido dos hijos sanos.
¿Y Ana Antón, la protagonista principal? Tendrá su  ansiada aventura con “Ramsés” Soto Amón-  con niveles más bajos de los que su frondosa imaginación creó- pero intentará una salida para el  desamor: escribirá un libro que ya  no será el “rencoroso libro de las Anas, sino un apunte, una crónica del desamor cotidiano” (…)
Como conclusión de esta tercera parte, se puede  afirmar que “Crónica del desamor” cargó todas sus tintas oscuras sobre las peripecias de la ignorancia de la mujer del siglo pasado. Anoto las que más me impactaron: la primera menstruación, la primera relación sexual, los  métodos anticonceptivos anticuados que fallaban estrepitosamente  y llevaban a los embarazos no deseados,  los  frustrados amores adúlteros, las amas de casa que no tuvieron  un orgasmo en toda su vida de casadas y lo lograron-solas- después de enviudar y  de leer un manual sexual. No son las únicas, pero creo que son suficientes para trazar un panorama desolador.
Volvamos ahora al principio: El amor de  Paolo y Francesca, el de Ana y Wronsky… ¿Acaso no son creaciones de  ficción, productos de la imaginación de Dante y Tolstoi? Pues sí. Lo son.  Ana Antón, Elena, Candela y los demás personajes son también entes de ficción concebidos por “la loca de la casa”  de Rosa Montero.
El  oscuro laberinto de la realidad, la que  no nos ofrece ninguna tregua ni esperanza,  encuentra salidas luminosas a través del arte  porque como afirma Rosa en otro de sus libros:

 “En la pequeña noche de la vida humana, la loca de la casa enciende velas.”


                             







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