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viernes, 30 de diciembre de 2016

"ENFUNDÁ LA MANDOLINA"

"LA DUQUESA FEA" de Quentín Massys- imagen tomada de Internet-



Yaesbocé algún comentario en otra oportunidad. En primera instancia, me referí brevemente al libro que me compré de Simone de Beauvoir en Buenos Aires, en el 2014. Lo he ido leyendo de a ratos. Es bastante realista y por lo tanto, deprimente. Nada de lo que comenta me es ajeno, de una u otra manera lo he ido viviendo, con mis familiares, con mis amistades, y también conmigo misma. No hay duda de que a medida que cargamos más
 años, se nos van cayendo las expectativas y las ganas de ir para adelante. Sin embargo, todos aseguran que lo que hay que hacer es: ponerle el pecho a las balas. Y bueno, una trata.
Lamentablemente, he comprobado que algunas amistades que gozaban de buen humor cuando eran jóvenes, con los años, se han ido agriando en una forma tan siniestra que se han convertido  en seres absolutamente irreconocibles. La acidez, les ha llegado para convertirlos en indeseables. Nadie quiere invitarlos a las reuniones, tampoco se acepta que vengan a una casa donde se celebra alegremente algún acontecimiento. No son bienvenidos porque  amargan hasta a la más agradable de las personas. Es decir, se volvieron insoportables. Además de todos los malestares físicos y psíquicos de la vejez, como la artrosis, -en mi caso, la rodilla que me tiene a mal traer-  las arrugas y el pelo ralo-tanto en hombres como en mujeres- también les quedó “ralo” el cerebro que se les pudrió, junto con “el pelo que fugó del mate”-como canta el tango. En muchos casos, la vejez viene acompañada de fealdad, porque no hay piel que se resista a las arrugas. Hay muchos ejemplos de actrices que se han hecho cirugías estéticas que no solo no les ha devuelto la belleza perdida sino que las ha dejado convertidas en mascaritas- como “La Duquesa Fea” de Quentin Massys-
Lo mejor es ir   buscando  modalidades de adaptación, aunque sean dolorosas. Por ejemplo, ya hay –en otros países- un sistema de alojamiento que se llama “co-housing”. Lo utilizan las personas mayores que, por diferentes circunstancias, quedan solas, y también viajeros, porque el sistema es mucho más económico que alojarse en un hotel-. Son modalidades que han ido apareciendo por los cambios que se han ido produciendo en la vida. Ya no hay más familias grandes, de aquellas que en una gran casa alojaban a las tías solteronas, a las abuelas, a los abuelos y a todos los parientes que iban declinando. Más los  jóvenes que también se iban acomodando con sus nuevas familias.
Lo cierto es que los viejos se van (o nos vamos)  quedando solos. Con solvencia económica, hay posibilidad de  pagar asistentes. Con suerte, se pueden conseguir buenos. Pero, en la gran mayoría de los casos que conozco, muchos han optado por irse a vivir a un “residencial”, pomposa palabreja para designar al “moridero”- que eso es lo que es- Si el cerebro les funciona bien, es decir, si están lúcidos, se  mueren de tristeza, porque la Parca visita la casa bastante a menudo. Además, esa lucidez, es la que les hace ver más  claramente la decadencia de los otros-que es, a su vez, espejo de la propia-. Los especialistas, indican siempre que lo mejor para la edad provecta- para toda edad, pero más para la avanzada- es rodearse de seres con buena onda, y con energía positiva. Pero de dónde yerba si es puro palo. Lamentablemente, -como ya señalé-, muchos vejetes se amargan y además, se ponen sumamente negativos y porfiados. Lo único que aceptan es su punto de vista. El de los demás, no existe o no importa.
Con una tozudez que no tiene asidero, quieren tener siempre la razón. Le cueste a quien le cueste. No importa  lo que se les diga,  porque son terriblemente insistentes y porfiados. No quieren-de ninguna manera- apartarse de su punto de vista.  Por ejemplo, si se les dice que  sería agradable despedir el año en el Shopping, donde hay lugares estupendos para conversar, como  Carrera, o  Mc Café o,  en alguno de los hoteles que tienen cafeterías estupendas,  no lo aceptan. (Quieren venir a mi casa, y yo no tengo ganas de recibir). Lo he comentado con íntimos amigos y ellos lo saben muy bien. Si no tengo ganas, se trata de eso,-simple, lisa y llanamente- no tengo ganas.  A esta altura del partido, poquísimas veces invito a comer. Me agota mucho la preparación de  un menú que antes hacía en un santiamén. Es -también- excepcional que yo acepte visitas. Únicamente vienen los parientes o amigos de toda la vida,-que además ya son muy pocos, porque se me murieron muchos-  a los cuales puedo recibir en chancletas y batón de entrecasa, alejada de todo protocolo,   sin cambiar para nada mi entorno. Y bueno, si es así, ¿por qué insistir hasta el cansancio con una idea que no es ni será aceptada? ¿Alguna vez propuse yo, ser recibida en una casa, sin haber sido invitada?  No. No lo creo. Al menos no es mi estilo. Y como no es mi estilo no lo acepto. Yo también me convertí en  una vieja terca. Qué embromar.
Hay otro tipo de vejestorios que también son insufribles: los que alguna vez fueron buenos mozos y, sin aceptar el paso del tiempo, todavía gastan ínfulas de galanes, aunque ya no tengan con qué afrontar o “bailar” a una “pebeta”. Esos, son aún más cargosos, porque no admiten que ya está, que ya fue, que nada es ya lo que fue, ni lo volverá a ser, por obvias razones.
Para esos  carcamales repelentes, que no pueden-o no quieren- ver la realidad e insisten con propuestas inverosímiles, totalmente alejadas de sus posibilidades, se escribió en las primeras décadas del siglo XX, un tango que se convirtió en un emblema: “Enfundá la mandolina”- toda una poesía lunfarda de cruel veracidad.  Y mucho  más cuando lo  cantaba/interpretaba Julio Sosa.




sábado, 7 de marzo de 2015

8 de marzo: SIMONE DE BEAUVOIR




En este 2015 “El Día de la Mujer”  cae en día domingo. No es común para mí, escribir por  este motivo. Sin embargo, como he venido leyendo-y releyendo- libros  de Simone de Beauvoir, voy a dedicar unas  líneas a su recuerdo enlazados con algunos de mi vida.
Además,  como provoqué una catarata de comentarios diversos  en facebook, por mi opinión sobre  la peli “Las Cincuenta Sombras de Grey”, pienso que no estará de más recordar  a esta mujer, escritora, filósofa, bisexual, amante por más de cincuenta años de Jean Paul Sartre, cuyas obras conmovieron a la sociedad del siglo pasado, de una manera monstruosa- cuando aún estábamos muy lejos de tener Internet   y redes sociales para interconectarnos-.
Hace muchísimos años, una de las primeras lecturas que me resultó impactante fue “El Segundo Sexo”. La edición en dos tomos, la  devoré en unos pocos días. Fue impresionante. Me movió el piso completamente. Después de esa lectura, ya no miré al mundo de la misma manera.
Hace unos meses, en Buenos Aires, me compré, “La Fuerza de las Cosas” –su tercer libro autobiográfico-.  Sus libros autobiográficos también fueron, para mí,  tan impactantes  como “El Segundo Sexo”, y resolví releer en estos días “La Plenitud de la Vida”. Me encontré, de nuevo, con algunas convicciones suyas que se hicieron también mías, y, a través de los años se reafirmaron,  porque  lo que leo, cuando tiene afinidad con mi manera de pensar, me genera adhesiones.
En muchas ocasiones me han preguntado si alguna vez intenté tener hijos, o si quise y no pude. La gente suele ser muy curiosa sobre todo, en lo que respeta a los aspectos que  nos hacen diferentes a los demás. Mi respuesta es siempre sincera: no lo intenté. En cambio, sí intenté –y logré- estudiar una carrera universitaria, enfrentándome a circunstancias muy desfavorables en el ambiente  hostil en el que me tocó crecer. Entre las condiciones más desfavorables cuento con la temprana muerte de mis padres que-además- estaban divorciados desde que yo nací. Los primeros nueve años, los viví  bajo  la tutela de una madre, que  me criaba como a una pequeña burguesita- como también fue criada Simone de Beauvoir- con la diferencia de que mi madre tenía que deslomarse para mandarme a una escuela privada, a clases de ballet, a clases de piano, a clases de inglés y a  todo lo que le parecía que me sería de utilidad en la vida adulta. Pero, lamentablemente, falleció trágicamente y mi padre reclamó la “tenencia”. Allá fui yo a dar a  la casa de La Paz, a compartir mi vida con una madrastra y una hermanastra que no conocía. Fue,- como podrán suponer uno de los mayores dramas de mi existencia-. Mi vida dio un vuelco horroroso. Primordialmente por la ausencia de mi madre que era de una poderosa presencia y personalidad, pero también porque tuve  que enfrentarme a unos muy  abruptos cambios en mi estilo de vida.   Contar cómo resistí me  daría para  escribir varias novelas y tratados sobre la resiliencia, pero no es ese el cometido de hoy. Lo cierto, es que, como puede apreciarse,  sobreviví.
En 1967 me casé.  Tuvimos que enfrentar la lucha por el diario vivir con unos suelditos de morondanga que apenas nos daban para lo más mínimo.  En esa solitaria lucha,  por  trabajar y por  estudiar-en plenos años dictatoriales y con todo en contra-  optamos-de común acuerdo-  por  no tener hijos, porque, como decía mi padre, “no se podía chiflar y comer gofio”. Fuimos vistos-por supuesto- como dos “bichos raros”  por los que no podían creer que no siguiéramos los dictados exigidos por la  sociedad patriarcal. Atravesábamos  todavía la época en que se consideraba que la plenitud de una mujer se realizaba por medio de la maternidad y  no con una carrera universitaria, ni  con ningún logro  de carácter intelectual. Aún hoy día, en  pleno siglo XXI, hay muchos que piensan así.
Fue por esa época de lucha sin cuartel (1972), que leí “El Segundo Sexo”, y  “La Plenitud de la Vida”. Con esos libros, “me cayó la ficha”. Las mujeres  habíamos sido consideradas seres inferiores, subyugadas al poder masculino, e incluso apartadas de las posibilidades de votar gobernantes,  pero… ¡oh sorpresa! Esos libros revelaban que  teníamos derecho a decir que no queríamos ser más el “segundo sexo”, que queríamos sacarnos de encima el dominio masculino;  que podíamos y  debíamos pensar por nuestra cuenta, y  que necesitábamos decidir  sobre qué queríamos hacer con nuestros cuerpos, desde todo punto de vista, y, por supuesto,  si queríamos-o no- tener hijos.   Simone fue- como todos saben- la pareja de Jean Paul Sartre. Una “pareja” muy especial.  Nunca se casaron, cada uno vivió sus aventuras, tanto con hombres como con mujeres,  no se dejaron nunca y vivieron bajo un pacto cuyos términos estableció Sartre:
 “Entre nosotros se trata de un amor necesario, pero conviene que también conozcamos amores contingentes”.
También ella optó por no  tener hijos, y lo confesó así,  sin ambages:
Un solo motivo hubiera pesado lo bastante para inducirnos a que nos infligiéramos esos lazos que se dicen legítimos: el deseo de tener hijos; no lo sentíamos. Sobre eso muchas veces me han interpelado, me han hecho tantas preguntas, que quiero explicarme. No tenía ni tengo ninguna prevención contra la maternidad; los bebés nunca me han interesado pero, en cuanto crecían un poco, los chicos solían encantarme; me había propuesto tener hijos en el tiempo en que pensaba casarme con mi primo Jacques. Si me apartaba de ese proyecto, era primeramente porque mi felicidad era demasiado compacta para que ninguna novedad pudiera atraerme. Un chico no  hubiera apretado los lazos que nos unían a Sartre y a mí; yo no  deseaba que la existencia de Sartre se reflejara y se prolongara en la de otro: se bastaba, me bastaba. Y yo me bastaba: no soñaba en absoluto con encontrarme en una carne emanada de mí. Por otra parte, me sentía con tan pocas afinidades con mis padres que, de antemano, los hijos y las hijas que pudiera tener me parecían extraños; esperaba de ellos o la indiferencia o la hostilidad a tal punto había sentido aversión por la vida de familia. Por lo tanto, ningún fantasma afectivo me incitaba a la maternidad. Además no me parecía compatible con el camino en el cual me internaba: sabía que para ser una escritora tenía necesidad de mucho tiempo y de una gran libertad. No me molestaba jugar a la dificultad; pero no se trataba de un juego: el valor, el sentido mismo de mi vida, se encontraban sobre el tapete. Para arriesgarme a comprometerlos hubiera sido necesario que un chico representara para mí una realización tan esencial como una obra: no era el caso. He contado hasta qué punto, cuando teníamos unos quince años, Zaza me había escandalizado afirmando que valía lo mismo tener hijos que escribir libros: seguía sin ver una común medida entre esos dos destinos. Por la literatura, pensaba, se justifica al mundo creándolo de nuevo en la pureza de lo imaginario y al mismo tiempo uno salva su propia existencia; parir es aumentar en vano el número de seres que están sobre esta tierra sin justificación. Nadie se asombra que una carmelita, habiendo elegido orar por los hombres, renuncie a engendrar individuos singulares. Mi vocación tampoco soportaba trabas  y me retenía ante cualquier proyecto que le fuera extraño. Así mi empresa me imponía una actitud que ninguno de mis impulsos contrariaba y sobre la cual nunca sentí la tentación de volver atrás. No he tenido la impresión de rechazar la maternidad; no era mi destino; al quedar sin hijos, cumplía mi condición natural. (“La plenitud de la vida”. Pág. 85/86 Editorial Sudamericana 1972)

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir -imagen tomada de Internet-


“El primo Jacques”, fue, efectivamente, un primo hermano con el cual fantaseó en su primera juventud, pero él decidió casarse  por conveniencia con otra joven. Esa  “vida virtuosa” de probable “ama de casa” no fue ya un objetivo en su vida. En la relación “libre” que adoptó con Sartre, no necesitó sentirse “prolongada” en otra “carne emanada de ella”. Así lisa y llanamente. Por lo cual no me fue difícil deducir que no todas las mujeres desean o sienten la necesidad de ser madres. Por otra parte, hace alusión a la relación de “pocas afinidades” con sus padres, por lo que tampoco se sintió atraída por la vida de familia. Sí tuvo, un profundo deseo de ser escritora, y sabía que para eso, necesitaba todo el tiempo  y la libertad del mundo  para realizarlo.  Y eso fue lo que hizo. Contra viento y marea.
De alguna manera, y por supuesto, mutatis mutandis, yo hice algo similar. Me dediqué a trabajar- no podía dejar de hacerlo si quería comer- pero al mismo tiempo, estudié. Y mi esposo también. Provenientes de familias pobres, sin apoyo económico  de ningún lado, llegamos a vivir de nuestras profesiones. Mi esposo fue abogado y yo me dediqué a Las Letras hasta que-también- pude vivir de ellas.  No quiero decir con esto que sea mejor lo que  hicimos nosotros porque cada uno sabe dónde le aprieta el zapato. Lo que sí  afirmo y sostengo  es que todos tenemos que cumplir  con un destino que no puede-ni debe-  desviarse de la verdadera vocación-aunque nos salgamos de la “normativa”-  porque lo contrario, nos convertiría   en seres infelices para el resto de nuestras vidas.
El amor existió también en una unión tan “rara” como la de Sartre y Simone de Beauvoir, porque se  profesaron mutua  admiración, respeto, comprensión, apoyo, y ánimo. Elementos indispensables en cualquier relación duradera.  “El castor”-como la apodó Sartre- dedicó su vida a las letras, tuvo una hija adoptiva a quien dejó los derechos de sus escritos, y vivió como quiso, desde sus años más tiernos. Concluyo este recuerdo mezclado con los de mi propia vida con estas palabras-tan certeras- de uno de sus “Cuadernos de Juventud”:

(…) no comprendo el amor sin amistad, desagradable, que se queda demasiado fuera de la vida. Me parece que ante el amor todo lo demás no debe desaparecer sino simplemente teñirse de nuevos matices; quisiera un amor que me acompañe en la vida, no que absorba toda mi vida.” (De “Los cuadernos de juventud”)

También juntos en la tumba 


¡Feliz día de la mujer!


ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...