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sábado, 1 de octubre de 2016

"¿Qué le gusta más, la típica o la jazz?"

La cantante argentina  "Gilda"-imagen tomada de Internet-

Hay una etapa en la vida en que se entran a hacer balances de lo que se ha hecho y porqué. Yo creo que estoy en esa onda ahora,  cuando ya no me  quedan tantos cortes de pelo, y una se va sintiendo más frágil y con más nanas. Esta última palabreja de lenguaje infantil, la uso en el sentido de “enfermedades” que se nos van viniendo sin que sepamos cómo ni por qué. Usualmente, son enfermedades que vienen en nuestros genes, las recibimos de nuestros antepasados y pese a los avances científicos, no siempre hay un remedio o una solución efectiva.
En mi caso, después de los setenta se  me declaró una artrosis muy dolorosa que me tiene a mal traer. Me  hizo reducir actividades y seleccionar únicamente alguna que aún puedo realizar.
Hoy me desperté pensando en cuánto me gustaba bailar y lo poco que  lo hice. El baile es un entretenimiento estupendo que disfruto hasta ahora.   A mi marido no le gustaba, únicamente concurrió a los bailes liceales con la finalidad de conquistarme, pero después pocas veces lograba arrastrarlo. Y no bailé mucho más. Este año, ya con esta artrosis declarada, de todas maneras, aún sueño con recuperarme para poder volver a tomar algunas  clases. Nada extravagante por supuesto. No me voy a convertir en bailarina destacada a los setenta años, ni voy a ir a competir en “Bailando por un sueño”. Pero me sigue ilusionando. Se dice que Isadora Duncan, dijo alguna vez: “Yo podría bailar ese sillón”, destacando así, la idea de  bailar  lo  inimaginable.  Yo  no sé si podré “bailar un sillón”, pero si el dolor me deja, sé que lo intentaré, porque el baile me genera un goce indescriptible.
En mi juventud,  los bailes en los clubes servían para conocer gente y sociabilizar. Se estilaba bailar con orquestas- como muy bien se describe en la letra de “Conversación” de Mauricio Rosencof, (“La Margarita”), había una “típica” y una “jazz”.

“La encontré en una velada familiar 
matinée bailable del Club Tuyutí 
yo era muy diquero y así cuando la vi 
saqué un cigarro y empecé a fumar 
ella impresionada tuvo que admirar 
la cancha de hombre conque recibí 
su endomingada aparición que agradecí 
con la leve seña de querer bailar 

La tía que en el baile es todo un rango 
le pregunta a la nena donde vas 
pero al verme inofensivo con aire de guarango 
le dice suficiente andá nomás” 
Entonces le hablé bailando un tango 
que le gusta más la típica o la jazz 


Muy rica y descriptiva en lenguaje popular: “la velada familiar de “matiné bailable” en el club de barrio, era a horas tempranas. Ser “diquero”-  se usaba más bien con la estructura de “darse dique”- en el sentido de presumir o alardear-. El varón invitaba a bailar con un gesto de la cabeza: “la leve seña”. Otro rasgo de época: los clubes deportivos auspiciaban bailes o encuentros bailables familiares, adecuados para todo público. Las jóvenes eran llevadas por sus madres, o por la “institución” “tía” -que era  una verdadera institución ya que decidía con quién bailaba la “nena”-. Si el sujeto invitante, inspiraba confianza- en este caso, “por el aire de guarango”- se entiende inofensivo, le daba permiso porque no había maldad ni peligro, probablemente muy joven y sin malas intenciones a la vista.
En la última línea hay una pregunta que era  muy usual, y la tomé textual para el  título:
” ¿Qué le gusta más, la típica o la jazz?”  
Rompía el hielo, y además, servía para decir unas cuantas bobadas mientras se bailaba.


Orquesta de jazz-imagen tomada de Internet-

Al haber sido arte y parte de esos “romances de barrio”, me quedó el gusto por las orquestas populares. Las más famosas producían una inconfundible música con ritmo. Bailaban hasta las mesas y las sillas.
La Argentina tiene un fenómeno especial con la bailanta, el cuarteto,  y la música de estilo tropical que acá se ha despreciado hasta el infinito. No es mi caso, porque la música tropical, o “la jazz” –como dice Rosencof- formó parte de mi  juventud. No puedo dejarla de lado como si no hubiera existido. Supe sacudirme y divertirme con su ritmo.
Por todo eso, fui a ver “Gilda, no me arrepiento de este amor”.
 La película es un homenaje a la cantante argentina de música tropical que perdió la vida en 1996 en un accidente carretero junto a tres de sus músicos, su madre y su hija mayor. Está protagonizada respetuosamente por Natalia Oreiro y consigue en más de una ocasión emocionar  a los espectadores. De acuerdo a lo que se puede saber, no tuvo una vida fácil, había perdido al padre a temprana edad  y era una maestra de Jardinera, que se casó  a edad temprana y tuvo hijos, pero en determinado momento de su vida, luchó  para lograr el sueño de su niñez: ser cantante.  Y lo logró. Con esfuerzo, dedicación, una voz agradable, y unas composiciones pegadizas que escribía ella misma.
Lo mismo que el cantante cuartetero Rodrigo,  logró fama como santa popular. La gente humilde confiaba en sus manos como generadoras  de curación.
También como Rodrigo, murió a edad temprana en pleno auge de su popularidad. La canción que más trascendió se llama “No me arrepiento de este amor”. Yo tampoco me arrepiento.
No me arrepiento de haber ido a ver la película, no me arrepiento de mi gusto por la música tropical, y por todo lo que tiene olor a origen popular, como el carnaval. Al fin y al cabo, en este recodo de la vida, finalmente, voy aprendiendo a aceptarme como soy. Con mis luces y mis sombras. Esta  película biográfica de una luchadora, me devolvió el ánimo. Reafirmó mi convicción de que los sueños hay que perseguirlos siempre. Así que artrosis: vade retro! Porque apenas se me calme el dolor pienso -como dice la milonga “Baldosa floja”- :
“seguir bailando mientras las tabas me den con qué”.





ALCIRA

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