lunes, 22 de diciembre de 2014

MÁS DEL CRONOPIO CORTÁZAR: EPISTOLARIOS

Epistolario del Gran Cronopio: "Cartas a los Jonquières" 
En estos tiempos que corren de villancicos paspantes por todos lados y de “feliz Navidad” y “Feliz año nuevo”, no tenía muchas ganas de volver a escribir porque  siempre me pongo melancólica-que  para mí es  un estado propio de estas fechas-, pero ocurre que la última crónica que escribí suscitó diferentes reacciones. Las hay adversas porque  cada uno lee  lo que quiere leer y no acepta otra visión-aunque reconozca a regañadientes un poquito de razón en los argumentos-Menos mal, porque al fin y al cabo,  escribo para ser leída, y la prueba de que me leen está en esos comentarios  recibidos aunque no coincida con ellos-. No iba a aclarar nada, porque  “el que aclara, oscurece”. Sin embargo  anoche, desvelada, me puse a hurgar en mis apuntes para contestar a los que me escribieron en el blog, por mail, o en mi facebook. Elegí sólo los  aspectos que me parecieron relevantes y aquí van.
Algunos  famas “esos que van a ver si todas las etiquetas están en su sitio”- al decir de Cortázar-  me señalaron que nunca  dijo o, que nunca escribió que quería que se anexara Uruguay a la Argentina, o que  tampoco afirmó que Montevideo era una ciudad aburrida”. Y yo digo que sí y lo voy a comprobar con pequeños fragmentos de sus cartas-que son- a nadie le quepan dudas- también literarias, porque él no se despojaba de su personalidad de escritor para escribirles a sus amigos, aunque  -lógicamente-, era más íntimo, o más transparente quizás, -y observen que escribo “quizás” y no “seguramente” - que cuando escribía ficción.
No soy la única que piensa de esta manera; Cristina Peri Rossi en su libro: Julio Cortázar y Cris afirma lo siguiente:

“Dos meses después de haber intercambiado las primeras cartas (ambos amábamos el género epistolar. Que hubiera sido de nosotros, los exiliados, qué hubiera sido de los emigrantes sin la correspondencia. Vos escribías tus cartas como tus cuentos, como tus novelas, era imposible distinguir un género de otro, porque el estilo es el hombre. Tus cartas formaban parte de tu obra completa, es decir de tu vida entera.” (…) (Página 32)

 Y aquí daría para discutir-muchísimo- qué es ficción y qué es realidad porque de alguna manera una se mezcla con otra y no hay manera de destrabarlas  a medida que se van adivinando/ conociendo las tramas.
La primera esposa de Cortázar, Aurora Bernárdez, recientemente fallecida,  fue su albacea literaria- y como ya dije antes- decidió publicar sus epistolarios. Así lo decidió ella con Carles Álvarez Garriga. Uno de los  epistolarios más “jugosos” desde el punto de vista de la visión que aporta lo titularon:
“Julio Cortázar- Cartas a los Jonquières”
Aunque otros “famas” (los críticos literarios, tan afectos  todos ellos  a “etiquetar”)  han señalado que no todas las cartas tienen la misma importancia-  yo “me ne frego” lindamente,  como seguramente lo haría el propio Cortázar-porque creo que este epistolario tiene una inmensa virtud: nos da la pauta de que el humor lúdico y el optimismo formaban parte de su personalidad, y eran también  unas estupendas peculiaridades para  exorcizar  la realidad cuando se torcía de manera patética.
Sobre todo el humor,  cuando jugaba no únicamente con las formas sino con los sentidos de las palabras, resignificándolas  permítanme el neologismo- magistralmente.
Y ahora detengo la cháchara para documentar. En la carta que le escribió a su amigo Eduardo Jonquières, fechada en París el 8 de septiembre/54 (página 252-para más datos) encontramos lo siguiente:

“Quinto: agradezco doloridamente los tristes informes de Baudi. Paciencia, ya me lo veía venir. Bajaré en Montevideo, y al final de la Conferencia iré a B.A. ¿Por qué no cruzan todos ustedes a Montevideo y me acompañan durante toda la Conferencia? ¿Por qué la Argentina no anexa de una vez por todas al Uruguay y se acaban los problemas?

 Es cierto que las circunstancias son patéticas, en una época de enorme papeleo para pasar de una Banda a la otra, sumadas a las dificultades para hacer efectivo los cheques de pago y demás. Pero que lo escribió, lo escribió. Así que no me jodan más. Ahí está escrito como prueba irrefutable.

En cuanto al “aburrimiento” de o en Montevideo, hay muchas referencias. Transcribo una de ellas. La carta está fechada el 12 de noviembre del 54- página 275- ):

En efecto, no tengo barco hasta el 29 de diciembre. La barbe, quoi. (En nota a pie de página: “Una lata”.) Gastar pilas de pesos y aburrirme en este Montevideo archiprovinciano.

 Como siempre fui una incondicional cortazariana, nunca me importó que escribiera lo que escribió sobre Montevideo, nosotras, las orientales, o el mismo Uruguay. El amor todo lo perdona., mi cielo, qué duda cabe.

De su sentido del humor, hay muchísimos ejemplos, porque el humor es sin lugar a dudas  “de lo más serio que hay”- según él mismo-.  Yo los remito a leer el libro  de cartas completo, porque –como señaló Paco Porrúa- “se lee como si fuera una novela”. También lo afirmó Aurora Bernández:

 “Es una curiosa experiencia leer la propia vida contada por otro. Porque las cartas de Julio son su mejor biografía, pero también la mía. Yo sabía que no había estado nada mal, pero no recordaba los detalles (algunos de ellos fantasiosos, como la reiterada y amable referencia a mis tortillas, que todavía hoy no he aprendido a hacer). Pero lo que descubro ahora es que el relato de mi vida se ha convertido en mi vida. Todo depende, claro está, del narrador”.

Les dejo este ejemplo de humor negro de la carta fechada: “Cerca de Dakar, 22/10/54”

“Mi querido Eduardo:
Allah es grande pero la mierda puede más. Perdóname este comienzo sin elegancia. No estoy bajo la influencia de Antonin Artaud, ni soy discípulo de Henry Miller. Simplemente navego en un barco de la C.G.T.M. es decir Compagnie Générale des Transports Maritimes, aunque estoy convencido de que la sigla quiere decir:
“Como Güele  Tanta Mierda”.
 Ya puedes creerme que como oler, huele. Aurora y yo estamos admirablemente situados para juzgar la cosa, puesto que la famosa “cabina de dos camas” que nos dieron (como gran prerrogativa) es absolutamente idéntica a una pissotière (nota a pie de página: “Un meadero”) de París. (Página 268)

También es posible observar su sentido del humor en los apodos.  En  la correspondencia y en libros, como Los autonautas de la Cosmopista- observé su uso para –por lo menos- tres de sus amores: Aurora era “Glop”, Cristina Peri Rossi “Bichito”, y  su segunda esposa Carol Dunlop era “La Osita”. A  sí mismo se denominó: “El lobo”. Pueden haber más, porque también apareció una tal Edith Aron, ya octogenaria, que dice ser “La Maga” y ¡Oh sorpresa!  ¡También tiene cartas escritas por Cortázar! Indudablemente, fue un gran escribidor de cartas. (¡A mí nunca me escribiste ninguna! ¡Qué tristeza! ¡Qué lindo que hubiera sido recibir una carta tuya! ¡Qué estupendo si hubiera sido una de amor, tipo Corín Tellado! ¡O un poema! ¿Por qué nunca me escribiste uno como los que le escribiste a Cris?) 

Otro de los poemas para Cris (  yo hubiera querido uno así.....la verdad... )

¿Qué apodo me hubieras puesto? Pero nunca te escribí; me enteré muy tarde de que contestabas todas las cartas, si lo hubiera sabido antes te habría escrito alguna.)  No sé si Edith Aron las publicará o no. Cristina Peri Rossi dijo una vez que no.  Según cuenta en su libro ya la visitó un crítico que le cayó espeso y no se las dio. Pero-como  dice ella que decía su abuela-: “la vida da muchas vueltas”.

En una de esas Gran Cronopio, encontramos más y más de tus intimidades. Seguís vivo. Qué duda cabe, cariño.




domingo, 14 de diciembre de 2014

DE CRONOPIOS: EL INEFABLE JULIO

El libro de Cristina Peri Rossi 
Cuando en febrero de 1984, me enteré de la muerte de Julio Cortázar, me convertí de inmediato en una de sus viudas. Fue uno de mis amores. A esa fecha, había leído todo lo que había caído en mis manos, pero sobre todo Rayuela. En uno de los cursos de Literatura Hispanoamericana, la profesora Ivonne Uturbey, gran admiradora de Cortázar, nos había dado la oportunidad de leerla y desmenuzarla de punta a punta. Éramos en ese entonces, un grupo heterogéneo pero compacto que luchaba por seguir adelante en la  feroz época  de la dictadura.
Una época  de pobres como ratas de iglesia. Penosamente mi esposo y yo  pagábamos un préstamo infame por una pequeña propiedad horizontal. (Infame porque comía con nosotros, no nos quedaba para nada más). Como siempre he dicho, la literatura salvó mi vida más de una vez, y en los tiempos siniestros del siglo pasado, fue mi refugio contra el horror. No me importaba comer arroz todos los días, ni salir a trabajar sin medias- las mujeres no usábamos pantalones, por lo cual el frío de la madrugada se colaba intensamente y traspasaba mi ropa interior- Rayuela iba conmigo. Me acompañaban La Maga con sus despistes, y el inefable Oliveira-que también sabía lo que era el frío y el andar con zapatos mojados- . Si esos personajes me daban sus vidas para que yo las apreciara, yo no me podía quejar de ninguna manera, hubiera sido una traición a Cortázar. Esos fríos aterradores que sufrían los personajes eran los suyos propios. Después me enteré cuando pude leer sus cartas, -las que fue publicando su albacea y ex-mujer Aurora Bernández, después de su muerte y que yo, lectora voraz, consumista de literatura de vida- y los epistolarios lo son- fui leyendo con fruición.

La Rayuela y libros de mi época de estudiante de Literatura

No me perdí nada. Todo pasó por mis ojos y por mi alma. Ya sé que  no tenías baño en París. Que para bañarte tenías que  hacer un montón de maniobras. Por eso La Maga en su carta a Rocamadour escribe:


“Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en los que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado(…)”

 Y sí. De dónde bañarse con el aterrador frío y la lucha por tener un baño propio.  Yo me acordaba de mis luchas en La Paz, Canelones, donde mi padre tan económico como Mujica no me permitía ningún “lujo”- y para él era  un lujo tener un calefón o un calentadorcito de agua en el baño-. Me lo tuve que comprar yo, después que empecé a trabajar. Antes de eso, aprendí a hacer tantas maniobras como vos para bañarme. Relacioné tus penurias con las mías y eso me hizo mucho bien. Sin lugar a dudas. Supe de tu separación de Aurora y de los pavorosos celos de la Ugnés Carveli. Te vi en fotos con la walkiria. Era linda y estaba buena, pero te dio mucho trabajo.
Lo que nunca me pude imaginar fue que la “Cris” de tus poemas era Cristina Peri Rossi. ¿No te diste cuenta gran tonto, que la tipa era del otro cuadro?  Sí. Yo creo que te habías dado cuenta, pero igual te gustaba y pensabas que quizás, que tal vez, y que por qué no…. Yo sé  lo que es eso. No te lo puedo negar.  Es  más o menos como meterse de cabeza  con un  hombre casado que no tiene ni la más mínima intención de dejar a la mujer y muchísimo menos tener algo en serio con otra. Eso sí, le gusta divertirse y que lo diviertan, y sabe cómo convertirse en una sublime obsesión, pero siempre  saca para afuera y la deja bien lejos la  más mínima idea de compromiso. Y la otra pobre lucha, no se quiere dar por vencida, pero llega un momento en que también  tiene que decir: “no va más”, -como vos- porque ese tipo nunca va a ser de ella.
La mujer lo controla tenazmente en la actualidad, -no en tu época porque no había- con un poderoso adminículo: un celular que hasta tiene GPS para mayor comodidad de la susodicha y él es un conejillo muy  asustadizo que se escabulle a la menor amenaza. Y “la otra” decide no serlo más, porque  la legítima es la única que  disfruta de todos los beneficios que desea para sí: viajar, compartir y comentar lecturas, ir al cine, al teatro, a la playa, ducharse juntos, dormir abrazada o estilo cucharita, en invierno,  ponerle los pies helados entre las piernas a la noche-cosas así de tiernas-. El  tipo reclama-perdió beneficios- con llamados, con notas sin fecha, sin nombre, sin sentimientos. No se quiere dar por vencido.  Usa todo tipo de estratagemas. Famoso, arrogante, altanero no puede tolerar  que la tipa  se le niegue- Entonces, intenta por todos los medios,  barrer con subterfugios la frustrante negativa.
 También vos pasaste por situaciones de ese estilo ¿No? A Ugnés la dejaste porque te había transformado la vida en un infierno y viajabas mucho para contrarrestarlo, pero finalmente tuviste que dejarla. Y poner punto final a una relación siempre duele. La verdad. Después llegó Carol y te alegró la vida un tiempo. No mucho, pero fue memorable. Aunque supongo que también tuviste que luchar- ella era casada- se "descasó" para legitimar su situación contigo-. Con Ugnés no te casaste, con Carol sí. Así que estoy segura de que también sobre esas situaciones las supiste "lungas". 

¿Verdad que sí Gran Cronopio? 

En el libro “Julio Cortázar y Cris”, Cristina Peri Rossi contó cosas de ustedes -que no creo que  te hubiera gustado que salieran a la luz- sé cómo fuiste de celoso con tu correspondencia, sé que tu madre quemó todas las cartas que le mandaste para que no cayeran en manos de oportunistas, y que Aurora, tu primera mujer, que te acompañó después que Carol se murió, empezó a publicar selecciones de  tus cartas. Yo las leí todas. Supe que –como todo argentino- tenías la idea de que Uruguay debía ser “anexado” en algún momento a la Argentina- más o menos como Cristina Kirtchner que anduvo diciendo que “Artigas quería ser argentino”. ( lo cual no es exactamente así, lo que quería Artigas era la Patria Grande, la Federación de las  Provincias del Río de la Plata- y el Uruguay debería haber sido una de ellas-. Y creo que vos lo sabías también, pero cuando se escribe más de una vez se cometen esos deslices. El que más me dolió fue el que escribiste en “La Puerta Condenada”, cuento que ambientaste en un Montevideo provinciano con un personaje-Petrone- un  porteño que las tenía todas sabidas, que vio todas las películas y que no sabía qué hacer en  una ciudad tan anodina y  aburrida. Ahí surge el otro personaje de la mujer- uruguaya- “que se vestía mal como todas las orientales”. Qué malo que fuiste, che.
Es cierto que  La Maga que en más de una ocasión aparece como una lela- no es una intelectual, de eso no quedan dudas- probablemente no se acicalaba demasiado. ¿La Cristina Peri Rossi no se vestía bien tampoco?  Me parece que en ese caso, no te importaba mucho la vestimenta,-a juzgar por los tórridos poemas que le escribiste y que yo leí sin saber quién era la tal “Cris”-.
Leí el libro con la curiosidad de siempre. Además de que los poemas- a juzgar por lo que dice ella- se los dedicaste, la otra novedad que encontré es que te gustaba leer novelitas rosa y policiales. ¡Mirá vos! Y que leías todo, incluso los prospectos de los medicamentos- yo también-
Actualmente no leo novelitas rosa pero me las devoraba cuando era joven. Hace  unos días me hice una escapadita a Buenos Aires y al regreso, para entretenerme en el buquebús, me compré la revista “Caras”. Una de mis amigas no lo podía creer. ¡Cómo podía leer esa revista de chismes  tan cursi, tan banal! Estuve al borde de mandarla a rodar- yo no le ando con vueltas cuando tropiezo con minas remilgadas (te confieso que por el Río de la Plata tenemos unas cuantas)- pero me limité a hacerle un comentario sarcástico sobre su hermana que-según ella- es muy artera para hacer comentarios. Simplemente le dije que tuviera cuidado con lo que me decía  porque hay ofensas irreversibles. Por suerte no insistió más. Y yo volví feliz, leyendo la revista durante todo el trayecto-que ahora es más  confortable y corto- creo que te hubieran gustado el buque Francisco y la revista.-

En fin, gran Cronopio, qué querés que te diga, te fuiste demasiado pronto. Ya hace treinta años. A mí me parece que fue ayer, cuando en mi casita de El Prado, recibí la noticia de tu muerte. Te lloré mucho. Cristina Peri Rossi no fue a tu entierro, yo tampoco. Y no hubiera ido aunque pudiera,  porque para mí también estás vivo, en la dimensión de tu amplísima  literatura, porque dos por tres, alguien “reflota” alguno de tus escritos, aparecen más epistolarios-aún los que escribiste a tus amigos-, y volvés,- siempre volvés-, con tus ojos claros y tu largura desgarbada a pasearte por las calles de París, Buenos Aires y Montevideo. Y yo- te lo confieso abiertamente- te sigo queriendo como el primer día.







jueves, 4 de diciembre de 2014

ESCAPADITA A BUENOS AIRES

En San Telmo: mi espectacular bife de chorizo con ensalada tibia y chimichurri 
El Francisco de Buquebús 

La confortable primera clase


Cuando se van ganando años y kilos es casi imposible no entrar en algún período de análisis depresivo. Por esa razón busco siempre la manera de “salirme” de esos trances desagradables. A veces me enredo yo misma: por ejemplo con las lecturas. ¿A quién se le puede ocurrir cumplir un montón de años y comprarse  un libro que se llama “La Vejez” de Simone de Beauvoir? ¡Pues a mí!
En la escapadita que me hice a Buenos Aires como autorregalo de cumple, me compré un par de libros de ensayos. Uno de ellos el mencionado.
No dice nada que ya no sepa, pero leerlo, en estos tiempos que corren podría ser hasta nocivo para la salud. Dentro de lo que ya sé es que  la vejez no viene con  las ilusiones que se tenía a los veinte años y que a medida que transcurre el tiempo nos vamos volviendo más y más vulnerables desde todo punto de vista. Yo, por ejemplo, he perdido la poca tolerancia que podía tener a los comentarios sarcásticos, irónicos, o malvados. Directamente puedo mandar a rodar a cualquiera que me los haga. Por ejemplo, no tolero que nadie me diga que estoy panzona-aunque lo esté-  porque además, me ha pasado que  el que me lo dice está tanto o más deteriorado que yo-. Lógicamente los defectos y las carencias se ven en los otros, no en uno mismo. Tengo una amiga solterona que únicamente ve el deterioro en las otras. Salgo poco con ella porque se ha vuelto mucho más ácida que cuando era  joven, -debe ser efecto de la soltería-En una de esas pocas salidas nos encontramos con  una compañera de estudios. Yo no la vi ni mejor ni peor, pero la solterona insistía en que “estaba mucho más avejentada”, que “tenía la piel arrugadísima”, y “qué lástima que se había abandonado de esa manera”. Yo, en cambio, miraba su cara, donde  las arrugas le  hacían surcos por todos lados, esa lamentable cara  de rata vieja, enmarcada por un  pelo ralo  de todos los  colores con predominancia de un horroroso rojo furioso- y encontraba-en silencio- que su decadencia era peor.

Buenos Aires me gusta mucho, y por eso, tomé la decisión de ir un par de días antes de mi cumpleaños. Me hubiera gustado quedarme más días, pero tuve que volver a votar.  Simplemente quería escapar  de la rutina montevideana, encontrarme con unas amigas, charlar, caminar y   ver una obra de teatro.
Me saqué un paquete buquebús- lo más práctico- y me preparé una pequeña maleta con los enseres necesarios. Hasta el puerto fui en un remise porque es más cómodo que los estrechísimos  taxis que tenemos en Montevideo-cuyas mamparas me quedan a la altura de la nariz y donde tengo que contorsionarme para acomodar mi robusta humanidad atrás-. Al fin y al cabo, llegué a la conclusión de que pago  un servicio para viajar más cómodamente que en un taxi. Así que, salvo una necesidad: ¡Afuera las latas de sardinas!
Llegué con tiempo más que suficiente al puerto, hice el trámite correspondiente y me senté a esperar el embarque. Vi un comercial de L’oreal que me hizo pensar en la creatividad del publicista que se debe haber roto el bocho para escribir todas estas hipérboles: “Definición extrema/ volumen dramático/ milloniza tus pestañas al exceso”.
Buquebús me vendió  un pasaje de primera clase, que además, me costó más por viajar “single”.- Desde que enviudé he enfrentado muchas condenas, la más dramática indudablemente fue la pérdida del compañero de ruta, al que sigo extrañando dolorosamente,  pero además, otras como esta económica: viajar sola me sale más caro.  La única ventaja que tuve fue que me hicieron pasar primero que a los de la clase turista y me sirvieron una copa de champagne y, -como novedad- me hicieron poner forritos en los zapatos para preservar la moquete de El Francisco- nombre del barco- que salió en  hora. 
Mis Hush puppies con los protectores obligatorios para preservar  el piso 

¡Albricias! A la media  hora almorcé un plato de agnolotti con salsa rosada y una copa de vino por la suma de 180 pesos argentinos. El Francisco llegó en un par de horas. Tenía servicio de traslado al hotel- forma parte del “cacapaquete”, -porque éramos nada más que dos personas y el conductor tenía anotadas 15, entonces, nos hizo esperar más de media  hora, para trasladarnos unas pocas cuadras- además cada una iba a un hotel distinto-. El trámite completo llevó una hora. Un verdadero disparate.
Nos encontramos con una de las amigas y salimos a caminar para localizar el teatro. (Yo soy una canaria redonda y mi amiga no es de capital) lo encontramos y  nos volvimos tranquilas a tomarnos un cortado en  un Havanna.
Después de una ducha en el hotel-que tiene la ventaja de ser bien céntrico-, salimos y compré-para variar-  libros. Entre ellos, “La Vejez” que estoy  leyendo poco a poco.
Nos encontramos con la tercera amiga, y después de un rato de charla, nos fuimos a ver la obra “Lluvia de plata”, más tarde,  cenamos unas deliciosas pizzas.
Historia de la pizzería Banchero en la carta

Al día siguiente nos largamos  con una de las amigas, a la aventura de tomar el bus turístico y recorrer Buenos Aires subiendo y bajando en varios lugares clave.
Lamentablemente el servicio no es una maravilla.  A la macana de que la mayoría de los auriculares no funciona debidamente- NO  son descartables sino que los usa todo el mundo, tanto  un tipo recién bañadito,  como otro todo sudado, y vos te los ponés otra vez y que Dios te ayude- se le suma el disco grabado que dice una cosa pero vos ves otra. No importa que tuerzas el pescuezo de cualquier manera y te esfuerces por ver  eso que vos querés ver, que no es la fuente tal o cual, sino la avenida Corrientes, y la fuente ya la pasamos o  ni siquiera llegamos- porque el disco y el trayecto están absolutamente desfasados. Para colmo de males, los supuestos “guías-turísticos” no saben un corno, no les preguntes si te bajas acá o allá para ir a tal o cual lugar porque NO SABEN. NO TIENEN CONOCIMIENTO.
Nos bajamos  a tontas y a locas  en San Telmo.
Parada 5 San Telmo con el itinerario 


 Minga de indicaciones para encontrar el mercado, pero como preguntando se llega a Roma, también llegamos. Como era un día de semana estaba más bien chaucha, de todos modos, nos dimos una vuelta. Me sorprendió mucho un puesto de venta de fotos viejas, clasificadas en “hombres”, “mujeres”, “ancianos” “niños”. Pensé con tristeza, con cuánta ilusión esas personas de siglos pasados se habrían sacado esas fotos que ahora se ofrecían a la venta-señal de que  o no quedaban deudos, o estos habían decidido desembarazarse de tanto cartón -para ellos- anodino.  Decidimos almorzar en algún lugar. Había uno que decía “pulpería argentina”, pero la moza frenó nuestras expectativas. Había menú fijo. Seguimos caminando y dimos con  un restaurante-frente al comercio de Mafalda- y ahí sí, comimos regiamente.  Fíjense en las fotos que les sacamos a los platos y compruébenlo.
El espectacular pollito de Laura


Al tomar de vuelta el bondi, por  la hora  y las circunstancias que fuimos observando, decidimos no bajarnos en Caminito. Seguimos. Hete aquí que había una “parada obligatoria”- la rutina diurética  de 10 minutos que fueron como 25, en el Bar El Estaño-. Seguimos hasta la Feria de las Naciones. Mejor expresado hasta el Zoológico, hicimos unas cuadras para ir a la Feria que es en la Rural.
Árbol anunciador de la feria COAS de las Naciones 

No había muchos puestos “de las naciones”, en donde decía España compré azafrán y pimentón que no llegaron. (No sé si los perdí o me los sustrajeron).
Lo más pintoresco que compré fue una mandolina para cortar  las verduras  de diferentes maneras (no tenía ninguna, las cortaba a cuchillito nomás).
Al día siguiente-que era el último- salimos de mañana a dar  una vuelta por la peatonal Florida, pero ya teníamos poco tiempo disponible y hacía mucho calor.
Volvimos al hotel a esperar cada una su locomoción.
Laura  llegó bien. El micro de buquebús llegó atrasado, y después demoró más de una hora en llegar al puerto porque se recorrió todos los hoteles de la zona levantando pasaje. Fue otro paseíto aunque involuntario.
Por suerte, después de una cola que amenazaba ser mortal nos hicieron embarcar-todos misturados, no separados ni por clases ni por nada-
Cola en el puerto de Buenos Aires para regresar-había votación obligatoria en Uruguay -

 Me ubiqué y me comí un muffin con pedacitos de chocolate- tenía una ansiedad descomunal de algo dulce- cosa que me pasa cuando me pongo muy nerviosa- Averigüé todo lo que pude, pregunté de todo y me senté –confortablemente- a seguir con la lectura de la revista Caras que había comprado a esos efectos. (“La vejez” no es un libro recomendable  para leer en un viaje).  Tenía –como siempre- un montón de artículos livianos, pero había otros de interés, dedicados al turismo-con útiles sugerencias de viaje-. Adelante se sentó un médico que usó el celular a diestra y siniestra, habló con todo el mundo, hasta con la madre y finalmente terminó dando recetas telefónicas. Yo pensé que me iba a atomizar en el viaje, pero felizmente se llamó a sosiego y después que el buque arrancó se tranquilizó. Buquebús ofrece servicio de remise. Apenas tuve oportunidad me fui a contratar uno que por suerte funcionó. Me salió 307 pesos argentinos. Caro, pero llegué rápidamente a casa. La felicidad más completa después de llegar fue, descalzarme, andar con las patitas en el piso frío, y tomarme un vaso de agua bien fresca.
Como resumen: Buenos Aires, “la reina del Plata” está mucho  más sucia, hay mendigos por todos lados, entran en los cafés y restaurantes a pedir, hay indigentes durmiendo en las avenidas. Me dio mucha lástima que estuviera así. De todos modos, aún mal cuidada sigue siendo hermosa y digna porque es  una ciudad que tiene un encanto muy particular.

Callecitas de San Telmo: la gente sacándose fotos con Mafalda y sus amigos 







martes, 18 de noviembre de 2014

ALAS QUE VUELAN

Lema de la obra social y educativa Don Bosco 
Hoy fui por primera vez al colegio de la Obra Social y Educativa Don Bosco. Hasta el momento, aunque soy madrina desde hace años, no había ido porque es muy lejos y no me animaba a manejar en ruta. Felizmente, la organizadora Virginia me llevó y me trajo. Fue  así que  conocí una obra fundamental.

Con mi ahijado Alexis 

Todos saben que  una buena parte de mi vida la dediqué a la docencia. Y también saben lo que pienso acerca de la educación. Y no me refiero únicamente a la académica, esa que hay que lograr para conseguir un empleo que posibilite el ingreso deseado para hacer la vida más llevadera. Siempre he considerado a la educación como un “todo”, que se inicia con el “buenos días” que se da por la mañana,  el “gracias” para agradecer  y el “hasta mañana” para despedirse. La educación que se aprendía en la casa y –al menos a mí me la daban- en el colegio. La educación de los “buenos modales” de las reglas de urbanidad que nos organizan más y mejor en la convivencia con los otros. Y que tanto se necesita.

Las ricas tortas esperando los comensales 

En  este colegio se nota claramente que se practican las reglas de  la convivencia en valores. Hoy se celebraban los cumpleaños de los ahijados con todos los padrinos y madrinas que pudieran asistir. Había  que ver la alegría de los chicos, encontrándose con sus padrinos, y la algarabía ante un estupendo espectáculo que brindaron payasos, equilibristas, y un maestro titiritero que hizo las delicias de todos-grandes y chicos- Después del espectáculo, el coro, sabiamente dirigido por la directora musical, interpretó unas hermosas canciones que fueron escuchadas con devoción. Y, finalmente, como era de esperarse, compartieron los sándwiches, las tortas y los refrescos.

Delicia del payaso musical 

Fue una tarde memorable, que ojalá que se pueda repetir en ese mismo entorno de aprendizaje feliz y que también más niños puedan incorporarse  para recibir educación académica y en valores. Como corresponde, y dan por cierto, en esta magnífica obra de niños, que realmente, tienen, de verdad, “alas”.
Estupenda actuación en el patio 



miércoles, 12 de noviembre de 2014

POCHO, EL PLOMERO,peripecias de una refacción


El bañito en plena faena de "El Pocho" 
Ya les conté sobre cómo solucioné el problema con los filtros de las canillas. El duchero ya fue “otra cosa, mariposa”. Como expresé, los “sieteoficios” ya no abundan y cuando se da con uno, hay que ver cuántas mañas ha desarrollado para cobrar más y mejor por cualquier reparación por  más ínfima o pequeña que sea.
Los cuentos suelen ser infinitos. Ya lo decía el Cuque en el comienzo de una de sus crónicas memorables “Esperando al Chocho”:
“No recuerdo en cuál de sus películas o entrevistas, Woody Allen emparejaba la dificultad de encontrar a Dios con la de ubicar un plomero durante un fin de semana en la ciudad de New York.”
Para el Cuque, el drama era “encontrar al Chocho”- ese sieteoficios que hace de todo, y sobre todo, sabe lo que nosotros no sabemos.
Para mí el drama fue “localizar” un plomero-que ya no se llaman más así. Ahora son “sanitarios”- más técnicos- . Que los hay los hay. Pero hay que encontrarlos, traerlos, mostrarles lo que queremos o precisamos y ¡convencerlos!
El Pocho vino. Ya saben –porque ya les conté- la estratagema que empleé-

Se armó flor de escombro

No señor,  no hay porqué sacar el bidé ni el inodoro, los caños de esos artefactos ya fueron cambiados convenientemente cuando se recicló el baño. Lo único que tiene problema es el duchero. No sale agua fría, y la caliente sale en cuenta gotas. Ah pero hay que romper pared. Sí hay que romper pared. ¿Tiene más azulejos? Sí tengo, porque cuando se  hizo el recicle del baño,  se compraron de más por si las moscas. ¿Está segura de que le hicieron los caños? Sí. Estoy segura. Así sucesivamente.
"La picada"-de la pared 

 Otro  que me habían recomendado en Acerenza, ni siquiera vino a ver el trabajo. Habló conmigo  un par de veces, le expliqué, -lo mismo, por supuesto- y me quedó de mandar al hijo- que según él sabía más que él mismo- Pero resulta que el hijo se la debe haber pensado bien pensada y no quiso venir. “Porque por lo bajo, ya que había que “romper pared”, indudablemente me iba a cobrar cinco o siete mil pesos”. (Saltó del 5 al 7 así no más. Sin ver nada de nada,  de  "oído" total.)
Un poco menos de escombro, pero hay polvo por todos lados

Le agradecí y seguí parlamentando con el primero. Una vez me falló. El operario se había lastimado. A la semana siguiente acordamos nueva fecha. Ordené de nuevo todo mi itinerario. Llamé a una amiga para que me viniera a dar una mano- quedé sin baño mientras se picaba la pared- y finalmente, el “milagro” se produjo. 
Ya está la famosa "ducha teléfono"- no, no es celular- no 
Se empiezan a colocar los azulejos nuevos 


Por suerte, ninguna de las nefastas predicciones se cumplió. Tengo duchero nuevo, una ducha-teléfono- con buena presión de agua. Había caños de cobre- que no se oxidan porque no pueden- y el agua volvió a pasar con normalidad por el nuevo artefacto.
¡Bendiciones para el Chocho, o el Pocho o como se llame!
¡Albricias! 


Y finalmente ¡ trabajo concluido! ¡ A limpiar! ¡ A bañarse! ¡Ya! 

lunes, 3 de noviembre de 2014

RECONTRAENCHUFADÍSIMA CON NICO ARNICHO

Nico después del espectáculo rodeado de sus instrumentos y enchufes
El sábado pasado fui a ver el recital “Superplugged” de Nico Arnicho en el Solís. Hay que aprontarse para subir escaleras porque la salita Delmira Agustini es arriba. Bien arriba. La mayoría del público era joven así que subió sin problemas, yo les aviso a los veteranos para que vayan tomando resuello en el trayecto. Ya va por su quinta temporada y tenía la absoluta convicción de que me iba a gustar. Fui con unos amigos que nunca lo habían escuchado. Yo ya lo había podido  apreciar con la murga “Agarrate Catalina” en el año 2007 con ese instrumento raro-parecido a una palangana doble-, que se llama “Hang drum”.

Cartel con el anuncio del espectáculo

Él  mismo va desarrollando y explicando el espectáculo auditivo. Estábamos-evidentemente- todos “enchufados” porque el espectáculo se aprecia a través de audífonos, que a su vez están “conectados” a los diferentes instrumentos que va tocando. No conozco los nombres de todos pero  lo cierto es que el ritmo se produce  con todos los elementos que hay  a mano y se van duplicando o triplicando o alternando según la distribución que le  da.  Los “enchufes” colaboran para alternar/alterar/  cambiar los sonidos que se van “armando” junto con la obra. Es una verdadera historia musical.
Al final del espectáculo sorteó algunos cedés. Como me ocurre siempre no ligué ninguno. (Es lo más común para mí que nunca saco nada ni por equivocación.) Pude sacar fotos después del espectáculo. Ahí aparece  Nico, rodeado de sus instrumentos,  sacando los nombres de los agraciados.

Sacando los nombres de los agraciados en el sorteo

Lo recomiendo efusivamente. Las entradas hay que sacarlas con anticipación en RED UTS  porque sólo da dos funciones los sábados, y ya quedan muy pocos sábados antes de fin de año. Así que a ponerse las pilas-o  los enchufes- y no se pierdan  un espectáculo que bien vale la pena. Si ligan algún cedé no se olviden de prestármelo para grabar. ¿Ta?



lunes, 27 de octubre de 2014

SIETEOFICIOS YOUTUBE

Antigua máquina de cardar lana para los colchones. Imagen tomada de Internet.
Cuando la vi en una exposición se me estrujó el alma
De la  misma manera que ya no hay médicos que entiendan y sepan de todo, porque el que te atiende el hígado no sabe nada del corazón o de los pulmones y el de medicina general lo único que hace es recetas, y, con mucha suerte, te deriva para el que es más adecuado según lo que te duela- tampoco queda ya-lamentablemente- ningún “sieteoficios”.
¡Y qué útiles eran!
Mi padre, hasta con más de sesenta años se subía a las escaleras con una energía inusitada, descolgaba las puertas, las lavaba, las lijaba, las volvía a pintar y las dejaba impecables. También entendía de sanitaria, y no llamaba a nadie para “cambiar los cueritos” de las canillas, porque lo sabía hacer impecablemente bien. Además, reparaba todas las  canillas, les volvía hacer-con herramientas adecuadas que tenía en su galpón- las tuercas, las volvía a colocar y seguían funcionando de maravillas. Cocinaba, lavaba, -sin lavadora- planchaba.  En jardinería era un primor. Yo aprendí con él, el arte de cultivar hierbas aromáticas y flores. Nunca hubo necesidad de llamar a un jardinero ni a un quintero. En mi casa había flores,-yo cultivaba dalias de distintos colores- higueras, limoneros, parrales, lechugas, tomates, acelgas, espinacas, zapallitos, papas, cebollas, y todo lo que se pudiera plantar en almácigas bien cuidadas y atendidas- cada una de nosotras tenía la suya propia- nuestra huerta  daba una considerable cosecha que –incluso- alcanzaba para repartir entre los vecinos. Su último oficio reconocido fue el de colchonero. Ni que hablar del esmero de sus colchones de lana.  Le quedaban maravillosamente bien. Nos hacía renovaciones anuales de “dos capas”- un lado era de lana, y el otro de crin de caballo- el lado de lana era para el invierno, y el otro, para el verano porque era más fresco. Dicho sea de paso, tampoco quedan más colchoneros.  Quizás mi padre haya sido uno de los últimos. Murió en 1965. Después de su muerte ya no vi muchos más colchones de lana.  Cuando me casé en 1967, los muchachos a los cuales él les había enseñado el oficio, me hicieron uno. Pero después vinieron los otros y desplazaron para siempre a los “naturales”. Hace tiempo, en el Punta Carretas Shopping hicieron una exposición de “oficios extintos”. Cuando vi la máquina de cardar lana se me estrujó el alma.
Repito ya no quedan más “sieteoficios”. Desaparecieron con el progreso y la división de trabajo. Trabajo dividido. Muy dividido.
Hay empapeladores. Sí hay. Aguerrebere te da una lista de nombres-no recomienda a ninguno, arreglate como puedas- Hay que llamar uno por uno hasta dar con el que pueda venir a ver el trabajo. Más o menos unos seis o siete. El primero dice que no. Que él no es empapelador. Faltaba más. Él es DECORADOR y no “agarra trabajos chicos”. El segundo dice que  te va a llamar de noche. Y no llama. Vos lo esperás un par de noches. Y no llama. Seguís “lista abajo”. El tercero, tiene mucho trabajo. No puede agarrar más. Trabaja solo. El cuarto… y así sucesivamente. Por el sexto más o menos, te decidís a poner tu mejor voz de gata sobre el tejado de zinc caliente (después de tantos años, de impostación de voz, es un boleto hacerlo)  y el sexto dice que va a venir. Y viene. Mira para todos lados. Busca a la gata. No está. En su lugar estás vos, gorda,  con un batón, delantal de entrecasa, en chancletas, canosa y cara de pocos amigos. Desconcertado, el tipo mira lo que tiene que hacer. Te va a volver a llamar para pasarte el presupuesto. Te lo pasa y llorás amargamente. Lo que cobra es más que si te hiciera el apartamento de nuevo de punta a punta. Finalmente, lo aceptás. No te queda otro remedio. Pero claro hay que tener en cuenta que todo tiene “ritmo de ferretería”-dijera tu querido Cuque Sclavo- : hay que esperar unos quince días, porque ahora, “está haciendo un trabajo grande”.
  Hay sanitarios. Sí hay. Primero hay que localizar uno y lograr que te venga a ver el trabajo. Después de esto hay que sentarse para escuchar su cotización. Sí, cariño, sentate, porque de pie te vas a caer.  ¿Alguna vez  has solicitado sus servicios? Cobran más que un doctor especializado, hasta para hacer un pequeño trabajo de reparación mínima. Y los cuentos… ¡Insuperables! De pronto te ves envuelta en una serie de roturas de paredes, cambio de caños y demás que –finalmente- resultan innecesarios. Pero los cobran. Por otra parte, un arreglo que puede hacerse en tres horas, demora tres días. Hay que atender el celular, hay que salir a comer, hay que charlar con el portero, hay que hacer de todo y prolongar lo más que se pueda la consabida reparación.
Entonces, si no tenés a tu lado a un hombre con habilidad para todo-sí para todo porque tiene que saber hacer  de todo y, si sabe hacer de todo, también sabrá hacer bien lo que vos estás pensando- repito: si no lo tenés- apechugá,  encomendate a los santos apóstoles y recurrí a Youtube. No pruebes con reformar tu casa. Eso es demasiado. Empezá con  algo sencillito.  Poné por ejemplo: “cómo doblar la sábana de abajo” y verás personas de distintos orígenes mostrándote con una habilidad pasmosa  cómo se deja a la más   puta  sábana “bajera o ajustable”- que también así la llaman, de paso enriquecés tu vocabulario- sin ni siquiera una tímida arruguita. Ahora intentalo vos. Que nadie te vea. Puteá todo lo que quieras. Estás sola. Y si te queda más o menos,  y no quedás conforme, deshacé esos  nudos que le hiciste a la bajera  y empezá de nuevo. Hasta que te salga. Es cuestión-como casi todo en la vida- de práctica. Dale que podés. No te achiqués. Mientras tanto, para no ponerte mal, contate cosas graciosas, recordá algún dicho de tu viejo que siempre tenía uno para cada situación. Dale. Como aquel que se refería a las personas que habían padecido mucho-ya que estás con la sábana- y se le decía: “sufrida como sábana de abajo”. ¿Te acordás no?
Esta imagen no la saqué de Internet. Es la pileta de mi baño. De las pinzas,-me sirvió la francesa- es la de la izquierda-


Después que te atreviste con la sábana bajera y lograste doblarla prolijamente, te animaste y buscaste “cómo cambiar el filtro del grifo de las canillas”.  Encontraste un vídeo, donde te asesoraron bien porque lo primero que viste es que no lo podés destornillar con un “cuchillito”. No.  Necesitás una pinza o llave inglesa- o francesa- una de esas que tienen a su vez un dispositivo para agarrar el pico de la canilla por los bordes que especialmente están ahí para ser agarrados. Entonces sí. Afirmándote con todas tus fuerzas, el filtro se destornilla. Está hecho pelota por supuesto. Ahora le ponés el nuevo, lo ajustás lo mejor que puedas y… ¡Milagro! El agua vuelve a salir armoniosamente sin bañarte a vos y a todo lo que hay alrededor. ¿Viste? Y no me vas a negar que después de esta proeza no tenés ganas de salir al pasillo, tocar los timbres de todos los apartamentos y al que salga decirle: -¡Cambié el filtro de la canilla! ¡Me quedó bien! Y darte vuelta muy oronda mientras el otro se queda absolutamente pasmado.




martes, 21 de octubre de 2014

LA ABUELA ELIVIA

Piloteando "el caballito perdido"-en la vereda de la calle Cerro Largo-frente a lo que es hoy día el Palacio Peñarol.
En otro artículo  me referí a mi abuela adoptiva, la tana Lucía.  Esta vez rescato de la memoria a la única abuela que conocí, la madre de mi padre. Se llamaba Elivia Segovia, y era oriunda de los pagos de Treinta y Tres. Había tenido hijos que llevaban su apellido. Les llamaban “hijos naturales”, por  lo cual los habidos en matrimonio, si los hechos lingüísticos fueran simples serían los “artificiales”. Pero todos sabemos cómo y cuándo se usan los eufemismos, esos algodones verbales que disimulan situaciones penosas.
Yo era muy chica para andar preocupándome por esas cosas, y cuando crecí y “supe eso”  a mi padre nunca le pregunté nada, porque “de esas cosas no se hablaba”.
La abuela Segovia,  cuando no pudo trabajar  más de  peona de estancia, se vino para Montevideo donde se ganaba la vida con dos habilidades manuales muy apreciadas en la época: lavaba y tejía “para afuera”.
Era una mujer de  ojos verdes y cabellos de color castaño oscuro. Debía  haber sido atractiva en su juventud, para mí  era simplemente,  la abuelita.
Vivía en un apartamento de bajos   con patio grande donde estaba su útil número uno de trabajo: una antigua pileta de hormigón. La abuela Elivia olía siempre a lavanda. Terminaba los lavados con un enjuague que preparaba ella misma con esas flores. Todo su apartamento se impregnaba con ese olor a limpio que salía de  la ropa. Mi madre me llevaba a pasar el día y para mí era una verdadera fiesta, porque la abuela me había “agenciado”- y este término es de ella-  una tinita de lavar  con su correspondiente tablita de madera y a mí me encantaba jugar con agua. Me daba pequeñas cosas y yo,  imitándola a ella, me hacía unos lavados sensacionales, empapándome absolutamente toda de pies a cabeza. Lavar en la tina de juguete era uno de mis juegos predilectos. La abuela Elivia me gustaba porque preparaba unos maravillosos huevos fritos jugosos-además me servía  dos- y porque  hablaba “distinto”. Cuando terminaba la tarea del lavado, sacaba unas sillas al patio y me decía: “Vamos a echar un vintén de prosa”- y eso significaba que íbamos a conversar. Cuando los pañuelitos y medias que yo lavaba se secaban me decía: “¡Ah Tololo!” Y yo intuía que con esas palabras ponderaba mi labor como lavandera.

Antigua tina de latón y tabla de lavar 

Otra cosa que me gustaba mucho era ir con ella a entregar la ropa perfumada a las casas señoriales. La ropa la acondicionaba en un paquete enorme que ponía en una sábana impecable a la cual le ataba las cuatro puntas. El paquete lo colocaba en un equilibrio increíble sobre su cabeza, y así marchábamos las dos a “entregar”. En las casas ricachonas nos recibían por la puerta de servicio-que generalmente daba a la cocina- donde  nos atendían encopetadas empleadas uniformadas. Alguna amable me elogiaba el color de los ojos o los bucles rubios. Mi  abuelita indefectiblemente contestaba: “¡Es bien ruana, mismo!” ¿A quién habrá salido?” Y se reía de la ocurrencia. A mí no me afectaba para nada ni lo que decía ni como lo decía, porque la abuela era querible, y nada malo podía provenir de ella. Después de muchos años, cuando fui a Treinta y Tres y señalé en el campo a un caballo “rubio”,- provocando las carcajadas de los paisanos que me escucharon-, supe que ese “color” era el famoso “ruano”.
Otra cosa que la abuela sabía hacer maravillosamente bien era tejer. Hacía unas primorosas “mañanitas” de crochet que vendía a buen precio.
Para almacenar el dinero  de sus lavados y sus tejidos usaba un pañuelo donde ponía billetes y monedas y le ataba las cuatro puntas-como a los paquetes de los lavados-. “La alcancía” era su opulento sostén. A mí me tejía buzos o me hacía delantalitos con bolsillo central  en la pechera, y yo-copiona siempre- también tenía mi propio pañuelito-monedero aunque me faltaran muchos años para tener una alcancía natural tan opulenta como la de ella.
Con la abuela Lucía, aprendí que el camino de la conquista de un hombre era sexo, estómago y corazón; con la abuela Elivia aprendí tan bien a lavar que no hace muchos años que  compré mi primera lavadora.
 Hasta hace unos años tuve una pulsera con monedas de plata “de época” que valían veinte centésimos cada una, y que se apodaban “chanchitas”. Yo le tenía mucho cariño porque esas monedas eran el producto de mis ahorros “pañueriles”. La pulsera era recuerdo de mi abuela Elivia, la que olía a lavanda.  Lamentablemente, un ladrón que robó en mi casa se la llevó. Pero lo que no se pudo llevar  fue el recuerdo imborrable de la abuela Segovia que hoy rescato en este relato.


 Ya publicado en  “Memorios” el 12 de octubre de 2010, lo vuelvo a publicar  en “Cosas de Viejucín” porque la abuelita merece estar acá.

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Actividad 1) Carnaval                                                                Foto en el teatro de verano, Propaganda de Antel     De...