jueves, 28 de abril de 2022

MEMORIAS

Los antiguos troles. Viejos amigos de mi juventud. Era tan pobre que tenía que esperarlos sí o sí para ir al Instituto de Filosfofía, Ciencias y Letras, donde estudiaba. Una carrera de cuatro años, me llevó ocho, ya que distintas personas me pusieron todos los escollos habidos y por haber para impedirme llegar a la meta. Pero llegué. Como Joan Didion. Llegué. 
 

Esta semana terminé la lectura de un libro de Joan Didion que en español fue titulado:

LO QUE QUIERO DECIR

Es una recopilación de textos ya publicados que  contribuyeron a su prestigio como escritora.

Uno de los que más me llamó la atención, por su expresión clara y contundente, se refiere a un hecho puntual de su vida y se llama:

Cuando te descarta la Universidad que preferías

Lo tomó a partir de la carta en la cual el Director de Admisiones Rixford K. Snyder- escrachado con nombre y apellido-   le comunicó que no la aceptaban.  Es un gran disgusto de su juventud que, ya alejada de la vorágine del momento,  analiza con más profundidad y criterio. Incluso se pregunta si hubiera sido más feliz en Standford o  si la vida le fue ofreciendo otras variantes que le dieron lo mismo o mejor.

Su artículo me hizo reflexionar indiscutiblemente sobre mis propias experiencias: mi accidentada carrera universitaria, en plena época de dictadura, me llevó ocho años, en lugar de los cuatro tradicionales. Como no tenía plata, ni familia solvente,   trabajé -siempre– para vivir. Iba a estudiar al Instituto de Filosofía Ciencias y Letras, con muchísimas dificultades, porque como no tenía auto, ni nadie que me acercara hasta el Instituto, usaba el riguroso “4”- un trole que llegaba a veces sí, y a veces, no, porque se quedaba a mitad de camino y el “guarda” tenía que bajarse a colocarle los cables en los rieles.

Los inconvenientes fueron copiosos y de todo tipo. No tuve que dar examen de ingreso o aceptación porque el Instituto era privado y lo pagaba como podía. Sin embargo, entre los copiosos hubo por los menos cuatro, que estuvieron  por dejarme afuera sin título de nada. Sigo agradeciendo a personas competentes, y serviciales que no me abandonaron y que me hicieron recapacitar haciéndome sostener aunque fuera de un hilito imperceptible para terminar la Licenciatura.

Menciono cuatro que fueron muy destacados, pero para no aburrir, me voy a referir únicamente al primero.

1) Secretaria que no me dejaba llegar unos minutos tarde/Impertinencia en la contestación.

 

2) Examen práctico donde  la docente no aceptaba mi propuesta.

 

 

3) Bochazo” en una tesina sobre Felisberto Hernández- que en su momento no era eliminatoria, sino complementaria de los escritos del año-, y, donde fui evaluada por un tribunal de la dictadura ( no, por el profesor del año, que había sido destituido por “ser de izquierda”, ni por el docente que me guió después de su destitución,  ni por un tribunal competente que supiera cuál había sido el proyecto directriz que había guiado mi trabajo.)

 

4) Despido de un trabajo cuyo ingreso era imprescindible.

Voy al primer inconveniente-por llamarlo con suavidad-

Como ya mencioné una carrera de cuatro años me llevó ocho. Tuve que partir los años en dos, por lo tanto, rendía más o menos cuatro materias por año, y las otras, las dejaba para el siguiente.

El año en cuestión era tercero. Me faltaban, por lo tanto, un año y poco para concluir los cursos presenciales. Estoy refiriéndome a la década del 70 del siglo pasado. Todos los cursos eran absolutamente presenciales, no hubo ninguna pandemia que pusiera en marcha cursos a distancia,  ni soñábamos con cursos por zoom ni nada por el estilo porque ni siquiera teníamos internet.

Estaba cursando “Psicología evolutiva” en la primera hora. No recuerdo exactamente si tenía que llegar a las 5 o a las 5.30. Lo cierto es que con el transporte precario que tenía, nunca llegaba a tiempo para el comienzo. Una secretaria, me paró antes de entrar a clase y me preguntó porqué llegaba tarde. Le dije que mi horario de trabajo no me permitía llegar en hora, y que tenía permiso de la docente para hacerlo. No hubo caso, me exigió que llegara en hora o dejara de estudiar. Así nomás. Tuve que dejar la asistencia a la materia, y eso,  me atrasó un año.

De la misma manera que Joan Didion recuerda rencorosamente al jefe de Admisiones que le impidió entrar a Standorf, mientras otras colegas suyas habían entrado sin dificultades, yo recuerdo a esta secretaria-  que estuvo al borde de dejarme sin carrera.

Muchas fueron las pruebas  que, como las ordalías de Dios amenazaban con quemarme los pies y el alma, pero seguí.

Después que obtuve el título,  pude dejar todos los trabajitos precarios,   para dedicarme a la docencia.

Joan Didion: ¡No sabés cómo te comprendo!

 

 

 

 

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