jueves, 20 de enero de 2022

DESPUÉS DE LAS FESTICHOLAS

 

                    Ataviada como corresponde 



Q
ueda un letargo decepcionante que, unido al intenso calor, forma un vaho pegajoso difícil de soportar.

Pero acá estoy, volviendo a teclear para colgar algo en mi blog, al que hace tiempo tengo abandonado.

Unida a la sensación de verano apestado, rodeada por el Covid que no cede para nada, decido ver-de mañana- algún programa de televisión que sea potable. Craso error. No hay nada. Son cada vez más pavos, bromean entre ellos, jujujujajaja, pero no traen ninguna nota de interés, ni siquiera la de los argentinos que nos visitan para hacerse algún manguito con el teatro. Nada de nada.

Resignada, termino buscando un alguito en Netflix. No me queda otra. Pero como tengo que escribir vuelvo a  pensar: ¿con qué largo? ¿Con las pelis que vi? ¿Con los libros que leí? Me decido por los libros.

Me prestaron un libro a fin de año que leí con mucho interés. Se llama: “Lo mucho que te amé”, del argentino Eduardo Sacheri,  y, como todo lo que leo, no verifiqué nada del autor, ni de su origen, ni de su formación, porque todo lo que hubiera hecho, habría contaminado la lectura. Así que nada. Lo leí, me gustó mucho, y, por eso,  busqué otros títulos del mismo autor.

Es argentino, moderno, escribe “suelto”- no se ata a consignas, por lo menos, yo no las noté- Busqué en librerías y encontré este título: Papeles en el viento.

Yo no soy futbolera; apenas puedo decir que heredé el cuadro de fútbol de mi viejo, que, cuando era chica,  me llevaba a la cancha a ver al cuadro de sus amores. De esa manera, me acostumbré a ver a mi padre disfrutando de  una de sus pasiones, y, de paso, yo ligaba alguna banderita de papel con los colores y las estrellas correspondientes. Debo haber sido muy chica, porque recuerdo que los hinchas se reían cuando yo decía algo así como “¡Viva peñañol!”, provocando las risotadas de mi viejo treintaitrecino, y las de sus amigos. No me acuerdo de mucho más que de los colores y las estrellas. Por algún lado, tengo la bandera, la vincha, la camiseta, y, en el perchero delantero está el gorro de arlequín.  Lo usé alguna vez, cuando en el colegio, se hacía la famosa “spirit week” y nos tocaba usar vestimentas futboleras. Allá marchaba yo, dispuesta a las chanzas que un buen amigo, pintor, y profesor de arte, dejaba plasmadas en el consiguiente anuario, con una frase que no correspondía: “¡Viva Nacional!” (Que era su cuadro, no el mío).

Esta novela, por el tema, podría haber sido futbolera, pero va más allá de eso porque  relata las vicisitudes de un grupo de amigos de barrio, que se meten a sacar adelante un proyecto descabellado. Como todos los proyectos, cuando no se tiene con qué, hay que agotar los recursos del ingenio para lograr un propósito muy  noble, pero inusual.

Y lo hacen con tanta convicción, que nos lleva- a nosotros los  lectores también- a través de ese mundo variopinto donde todo es posible porque la voluntad lleva adelante, todo lo propuesto, porque no hay nada más fuerte que un propósito firme. Y este lo es. Muy firme.

Lean el libro, cómprense algún otro, y después me cuentan.

 

 

 

 

 

 

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