Las de buzos idénticos y el querido Míster Snyder |
Cuando se trabaja
en una misma institución un montón de años, es lógico que se acumulen memorias
y recuerdos de los seres que conocimos. En algunos casos serán buenos, en otros
más o menos, pero el transcurso del tiempo los va tiñendo a todos de un color inusitado a medida que se suceden
los años. Hoy estuve revisando mis archivos de fotos. Tengo unas cuantas
acumuladas en un álbum al que llamé “Veinte años no es nada”- en honor a la
letra de una canción- pero, al mismo tiempo en honor a mí misma que trabajé más
de veinte años en el lugar. Lógicamente, como el tiempo fluye sin cesar, de
aquellos más de veinte años de trabajo, pasaron otros muchos más. Los chicos, ya no son chicos, han
formado sus familias, sus profesiones, sus trabajos, y la vida sigue incesante
su camino.
Recibí la noticia de la
muerte de uno de mis Directores. Tuvo, como todo jefe, sus altibajos. ¿Quién no los tiene? Para mí fue un excelente
director. Durante su estadía en el UAS yo había retomado los cursos de
conversación en inglés. Lo leía sin dificultades, pero hablaba como Tarzán. Larry Snyder cuando se
enteró de que yo estaba estudiando-
salía del colegio para la Alianza Uruguay Estados Unidos- dejó de hablarme en
español, y desde ese momento, siempre, me
habló en inglés. Yo le contestaba con titubeos, él me corregía con una
paciencia infinita. Había dado clases de inglés como segunda lengua, y sabía
que a hablar se aprende hablando. No
queda otra. En la cafetería, me empecé a animar a hablar con los colegas norteamericanos, en
las reuniones hablaba con los padres que no sabían español; y así me fui “largando”.
Un buen día me llamó a su
despacho para decirme que me iba a mandar a Chile a hacer un curso que no era de mi
especialidad. Simplemente, para que
“practicara el oído” y después le contara cómo habían sido las conferencias.
Allá marché, venciendo mi terror a volar. Me di cuenta de que también me sirvió para
afianzar mi práctica y ya después no tuve más problemas. Aprendí a defenderme;
si no sabía la expresión adecuada, daba un rodeo de palabras para hacerme
entender y lo lograba.
Poco a poco, noté que lo que
en un principio me parecían sonidos ininteligibles, se fueron convirtiendo en
palabras y expresiones reconocidas. Y ya
no me hice más problemas. Esa confianza la adquirí gracias a “Míster
Snyder”.
Era severo con la
disciplina. No dejaba que los estudiantes permanecieran en los salones con los
gorros puestos. En uno de mis homeroom-
siempre fui Homeroorm Teacher— y no
lo traduzco porque esa práctica no corresponde a ningún colegio uruguayo, sino
a los norteamericanos— entró repentinamente y le sacó el gorro a uno de mis
estudiantes (yo, estaba anotando los almuerzos en el listado, y no me había dado cuenta.) Al mediodía, le dije
en inglés que no había sido nada acertada su intervención. Debió amonestarme a
mí y no al chico. Se sonrió y me dijo: “Your English is improving, Alfa”.
Una de mis compañeras—la
adoro y por esa razón no voy a poner su nombre— trajo para vender unos sweaters muy coloridos. Con buena suerte
para ella, pero mala para mí porque le vendió el mismo modelo a otra colega. Cuando
Míster Snyder, en su recorrida diaria por los salones, me vio por con el buzo por primera vez, me dijo: “This is María’s
sweater”. Yo, que no sabía nada de la venta idéntica, le dije que no, que el
buzo era mío. Y él se fue moviendo la cabeza como dudando.
Al otro día le pregunté a
María, y efectivamente. Ella le había comprado un buzo idéntico. Como la broma
continuaba—cada vez que me veía me decía lo mismo— decidimos ir las dos con el
mismo buzo, para sacarnos una foto con él y viera— finalmente— que eran DOS
buzos idénticos. Ahí quedó la foto testimonial. Atrás está marcado el año: 1995.
Él nos abraza a María y a mí, con su
cálida sonrisa.
Quise recuperarlo por medio
de estas anécdotas. Lo recordaré siempre como un buen Director. Me mostró dónde
tenía las alas, me enseño a batirlas y a
usarlas.
Gracias, querido Míster
Snyder, que descanses y seas feliz, dondequiera que estés.