La chismosa antigua |
Hace años que de a poco he
ido organizando/regalando/ archivando objetos obsoletos, pero de algunos no he
querido desprenderme. Fui criada en hogares donde se guardaba todo. Y de una
manera u otra se reciclaba y utilizaba. Recuerdo al Negro Pinela, mi padre, en
su galpón, con su mameluco de trabajo, dedicado con una paciencia infinita a
enderezar y engrasar clavos viejos. Después los seleccionaba y guardaba en
pequeñas cajitas según su especie y tamaño. Además, estaban etiquetados para
encontrarlos con facilidad. Cuando me
trajeron a vivir de nuevo a Montevideo, mi tía me daba un atado de medias para
zurcir y yo — que siempre fui un tronco completo para las manualidades—, les
hacía unos horrorosos retobos que mi tío miraba con desconfianza antes de
ponérselas otra vez, pero, como me quería mucho, las volvía usar sin chistar.
Fui aprendiendo a no desprenderme de
todo, porque de una u otra manera, se le podía dar utilidad. Este otro objeto, tiene infinidad de años
conmigo. Debe su nombre a que cuando se usa, como es agujereada, es imposible
ocultar lo que se lleva. Recuerdo que
hice muchos mandados en distintas ferias, almacenes, y mercados.
Esta palabra rescata a esta
bolsa-antigua- que según he leído “usaban nuestras abuelas”. Con toda seguridad,
la persona que escribió sobre este artículo tiene menos de cuarenta años,
porque las de mi generación saben sin lugar a dudas de qué se trata.
Yo tengo otra-moderna y
colorida- que está siempre lista en la
maleta de viaje, porque ahora, según dicen “para cuidar el medio-ambiente” cobran las bolsitas de nylon, y se gasta una cantidad considerable de
dinero por ese motivo.
Pero, aunque seguí – y aún
sigo- los consejos de Marie Kondo, para deshacerme de objetos obsoletos, de
todos modos, guardo algunos, por si las moscas.
Por lo tanto, de empecinada
manera me dediqué estos días de
actividad casi nula, a buscar a mi
antigua chismosa verde—color que no se desvaneció con los años—. Revisé
primeramente los placares de la cocina, porque lo más probable era que estuviera colgada en
alguno de ellos. Efectivamente, así fue.
Realmente, es una incunable, porque es tan vieja que ni siquiera me acuerdo cómo
llegó a mi casa. ¿La compré? ¿Me la regaló mi tía con otros enseres que llegaron de su propia casa? ¿Me
la regalaron mis suegros, que siempre me buscaban y regalaban “cosas útiles para el hogar”? No
me acuerdo. Pero sí recuerdo que ha sido una compañera fiel. Aquí está aún,
dispuesta a seguir brindando sus servicios.
En el súper, las bolsitas de
nylon- que no siquiera son biodegradables ni nada que se le parezca- las cobran
cuatro pesitos cada una. Si se traen unos cuantos productos, pueden usarse
cuatro o cinco bolsitas. En una época de
carestía, como la de hoy, veinte pesos hacen una diferencia si se juntan con
los precios extremos de la compra. Así que la vieja y querida chismosa
resucitará. Seguirá brindando ayuda.
Así que si quieren, háganle caso a Marie Kondo,
pero no del todo. Si la tienen, no se
desprendan así nomás de la chismosa. Volverá—por las circunstancias— a ponerse
de moda. Dentro de poco, saldrá en las manos de las modelos de piernas
abiertas, que exhiben prendas de última generación. Y ella, muy oronda, volverá a engalanar las revistas.