Un episodio de la fiebre amarilla Juan Manuel Blanes |
Era una expresión que se
usaba mucho en el siglo pasado. Significaba que la situación se había salido
tanto de cauce que parecía increíble. Imposible concebirla un día antes. Muchas veces los seres humanos nos
enfrentamos a escenarios terroríficos, de este estilo: una pandemia maldita,
iniciada vaya a saber cómo que tiene sobre ascuas a toda la humanidad. Sobre
todo a los vejestorios como yo, porque somos una población vulnerable. De pronto, nos sentimos
débiles, sucios, pobres, encerrados, desgraciados, en peligro, sin escape.
Las noticias que circulan no
son alentadoras. Únicamente, podemos tomar medidas para evitar el contagio, que
no se sabe exactamente cómo ni de dónde
podrá surgir.
Las medidas del gobierno y el
terror a lo desconocido han provocado
paulatinamente el cierre de comercios, cines, teatros, y todos los espectáculos
públicos que sean multitudinarios. El bicho ataca en las aglomeraciones, a
todos los débiles, a los mal sopeados, y a una
población inerme como la mía, que es la de los viejos, por supuesto. Porque
estamos medicados por distintas dolencias y porque el organismo ya no resiste
los embates ni del tiempo, ni de las pestes. Acá estamos silenciosos,
desconfiados, medrosos, no asomamos el hocico afuera por temor a que la peste
nos liquide.
En el plano artístico
recuerdo el cuadro de Juan Manuel Blanes: Un
episodio de la fiebre amarilla, y el de Otto Dix, que se llama: El vendedor de cerillas.
En el primero, Blanes plasma
la muerte de una madre joven, víctima de la peste. El ambiente es desolador: un
pequeño niño está hurgando en su seno, el marido yace en una cama- al fondo-
hace falta mirarlo con detenimiento para verlo- mientras los médicos observan
con impotencia.
En el segundo, de arte
macabro, vemos un sobreviviente de la guerra, muy maltrecho, lisiado para
siempre, que intenta-vanamente- vender fósforos. Vanamente, porque la gente
huye de él; se ven las enaguas de una mujer que escapa, que no sólo no quiere
ayudar, sino que trata rápidamente de poner distancia, también los pantalones y zapatos de caballeros con la misma actitud. Hasta el perro, parece querer salirse del cuadro para no participar del horror.
¿Nos creíamos invencibles?
No lo somos. Basta una peste desconocida para ponernos en nuestro verdadero
lugar.
¿Qué cuadro plasmará esta
pandemia del siglo XX?