El agente topo y su realizadora Maite Alberdi
( Foto tomada de internet)
Hoy de tarde, vi la película “El Agente topo”, una docuficción de una cineasta chilena joven y exitosa: Maite Alberdi.
Incursiona en el mundo de los ancianos que van a vivir a
un residencial, o casa de salud o cotolengo, como se le quiera llamar. La trama es sencilla: un detective filtra a un topo veterano
(espía) para que averigüe si allí,
tratan debidamente a los internos.
Alguna vez enfoqué el tema de la vejez
y de la soledad que hay que enfrentar en los tiempos que corren. Antiguamente,
en la época de las grandes casas, todos los miembros de una familia vivían
juntos. Los más veteranos eran los que vivían en sus cuartos, recluidos, pero
rodeados y asistidos por un familión. Esa estructura no existe más, porque las
familias se han ido separando en pequeñas células. Los muchachos, apenas crecen,
se alquilan apartamentos, o se van a vivir en viviendas colectivas con otros
jóvenes. Incluso, las parejas prueban la convivencia alquilando un lugar para
vivir. Muy pocos se quedan con los padres, porque a la familia, se le agrega
otra persona para aprender reglas de convivencia que no siempre se acatan y se
llevan adecuadamente.
La película oscila entre la realidad
y la ficción. Pero no hay duda después de verla de que la vejentud no es—de ninguna manera— un
divino tesoro. Los que están más o menos sanos, son los que pueden lidiar mejor
con la situación, pero los que están mal, los que tienen fallas de memoria, los
que no pueden caminar, los que sienten la flojera de las piernas y se caen—pese
a los pasamanos que hay en todos los pasillos—mueven, por lo menos, a una
reflexión exhaustiva.
¿No se podría encontrar una solución más
adecuada? He visto que en otros países han
montado viviendas colectivas donde los residentes tienen todos los servicios en
casas, no necesariamente compartidas; algunas pueden ser individuales y son
atendidas por personal capacitado para el trato con personas mayores.
En otros casos, hay adultos con buen
ingreso económico, dueños de una casa
que les quedó enorme después de la
partida de los hijos, y en esos casos se
les vincula con alguna persona joven— generalmente estudiante—
ofreciéndole alojamiento a cambio de compañía y servicio.
Lo que se desprende de todo este tema
es que los ancianos, llegados a determinada
edad, o situación de salud, no son más “autoválidos”—como se señala en la
película—y pasan a sentirse desplazados e inservibles. Están las dolencias
propias de la edad y de la genética, pero también están las dolencias afectivas
que son las más difíciles de sobrellevar. En la película—y en la realidad
también— la queja por la falta de visitas familiares es constante. yo imagino lo que debe ser ahora, en plena pandemia, donde no podemos abrazarnos ni besarnos.
Recuerdo a mi abuela paterna— a la
que conocí autoválida—. Era mi abuela lavandera, la que me enseñó a lavar a
mano en la pileta de juguete, la que me hacía dos huevos fritos, desafiando la voluntad materna. Terminó su vida en un cotolengo femenino, porque
quedó paralítica y nadie podía hacerse
cargo de ella. La íbamos a visitar todos los domingos. Yo, era aún bastante chica, tendría alrededor de diez,
once años. Me quedaba un rato conversando con ella, y después—llevada por mi
educación religiosa— daba una vuelta por la sala y visitaba a las otras
internas. Muchas de ellas agradecían efusivamente mi proximidad.
Lo mejor sería que tuvieran afectuosa
asistencia, un lugar decoroso para vivir y entretenimientos dignos y placenteros.
El afecto y el buen trato pueden hacer milagros. Y, sobre todo, habría que
mantenerles los propósitos: siempre se vive mejor, si hay una proyección.
La película está nominada para varios
premios. Veremos si la crítica coincide conmigo o si decide dar un premio a
algún filme más alegre, banal y ligero porque nadie quiere lidiar con temas escabrosos, como este. Es una preocupación constante de la sociedad moderna que ha avanzado tecnológicamente pero nada de nada en los aspectos sentimentales. Basta ver este filme, donde los sentimientos se ponen de manifiesto cada vez que se los convoca, y se producen reacciones positivas de los involucrados cuando reciben muestras de apoyo solidario y cariño.