sábado, 3 de abril de 2021

¡GRACIAS DE CORAZÓN!

 

                                                    Pilotín cargado de memorias 


Hace tiempo leí un  libro de Marie Kondo sobre el ordenamiento en  una casa. Se refiere al orden de las casas con  abundancia en todos los aspectos. En muchos casos, esa abundancia obedece a un inútil  afán acumulativo que no tiene razón de ser si nos ponemos a pensar en la efectividad. ¿Cuántos vestidos, pantalones o remeras necesito?  En mi caso, casi siempre uso los mismos por motivos diversos: son cómodos, son lindos, no me hacen tan gorda, o porque sí. También me ha pasado que después de comprar algo, no lo uso porque cuando me miro al espejo veo en mi lugar a  una ballena.

Más durante la pandemia. La quietud obligada, me hizo ganar más kilos y la sensación ballenácea se acrecentó.

Me  cuesta bastante deshacerme de las prendas o libros que aprecio. Los libros, porque forman parte de mi ser íntegro. Muchos tienen dedicatorias que exhiben el aprecio de los autores. De esos, no me puedo desprender. Otros, están dedicados por mi marido, que siempre andaba buscando lo que yo quería investigar. Menos puedo dejarlos ir.

Sin embargo, hace un tiempo, alentada por la Kondo, hice una drástica limpieza. Doné la mayoría de los libros de gramática, los de lingüística, los de semántica. Me quedé con los diccionarios más relevantes que también envejecen y se van quedando afuera, porque en la actualidad hay muchos recursos tecnológicos que podemos utilizar para ver si una palabra existe o si hay un sinónimo que nos evite repetirla.

Con la ropa me pasa algo similar. Hay algunas prendas que uso desde hace años, por comodidad o por sencillez y me cuesta desprenderme de ellas. No las abandono por ningún motivo.

Tengo un antiguo pilotín  que vino en una bolsita plegable para guardarlo cuando no se usa. Es probable que tenga más de veinte años, —ya perdí la cuenta—, pero en su momento y aún ahora, es moderno por el detalle de la bolsita para guardar. Es de nylon resinado y me libró de varias garúas diluvianas en los viajes. Recuerdo que me  acompañó en mi primer viaje a Florianópolis. En ómnibus. En la época de las excursiones colectivas y divertidas. Se salía de una plaza céntrica, con un guía acompañante que se encargaba de todo el tramiterío, de entradas, salidas,  alojamientos, y cenas programadas. Una enorme comodidad que evitaba aglomeraciones y también intrincadas esperas.

Pero en estos últimos meses, descubrí que mi apreciado pilotín había quedado con manchas de humedad. Es más que seguro que lo guardé cuando aún no estaba totalmente seco y quedó convertido en un guiñapo gris. Utilicé todas las fórmulas que aparecen en youtube. Logré quitarle las manchas de humedad pero—lamentablemente— se le formaron otras de  óxido debidas a unos ganchos de metal que tiene cada tanto. Hoy, como última solución fui a una tintorería que se llama Better Life. Me sacaron por completo la ilusión de la recuperación.

Por lo tanto, hice lo que dice Kondo que hay que hacer. Le saqué una foto para recuerdo, le di las gracias por los servicios prestados. Le prometí que nunca lo olvidaré. Quedará por siempre en mi corazón, en el  recuerdo de años mejores —que supe tenerlos—y de  viajes de novela. Gracias, gracias, gracias.


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