Pilotín cargado de memorias
Hace tiempo leí un
libro de Marie Kondo sobre el ordenamiento
en una casa. Se refiere al orden de las
casas con abundancia en todos los
aspectos. En muchos casos, esa abundancia obedece a un inútil afán acumulativo que no tiene razón de ser si
nos ponemos a pensar en la efectividad. ¿Cuántos vestidos, pantalones o remeras
necesito? En mi caso, casi siempre uso
los mismos por motivos diversos: son cómodos, son lindos, no me hacen tan
gorda, o porque sí. También me ha pasado que después de comprar algo, no lo uso
porque cuando me miro al espejo veo en mi lugar a una ballena.
Más durante la pandemia. La
quietud obligada, me hizo ganar más kilos y la sensación ballenácea se
acrecentó.
Me cuesta bastante deshacerme de las prendas o
libros que aprecio. Los libros, porque forman parte de mi ser íntegro. Muchos
tienen dedicatorias que exhiben el aprecio de los autores. De esos, no me puedo
desprender. Otros, están dedicados por mi marido, que siempre andaba buscando
lo que yo quería investigar. Menos puedo dejarlos ir.
Sin embargo, hace un tiempo,
alentada por la Kondo, hice una drástica limpieza. Doné la mayoría de los
libros de gramática, los de lingüística, los de semántica. Me quedé con los
diccionarios más relevantes que también envejecen y se van quedando afuera,
porque en la actualidad hay muchos recursos tecnológicos que podemos utilizar
para ver si una palabra existe o si hay un sinónimo que nos evite repetirla.
Con la ropa me pasa algo
similar. Hay algunas prendas que uso desde hace años, por comodidad o por
sencillez y me cuesta desprenderme de ellas. No las abandono por ningún motivo.
Tengo un antiguo
pilotín que vino en una bolsita plegable
para guardarlo cuando no se usa. Es probable que tenga más de veinte años, —ya
perdí la cuenta—, pero en su momento y aún ahora, es moderno por el detalle de
la bolsita para guardar. Es de nylon resinado y me libró de varias garúas
diluvianas en los viajes. Recuerdo que me acompañó en mi primer viaje a Florianópolis.
En ómnibus. En la época de las excursiones colectivas y divertidas. Se salía de
una plaza céntrica, con un guía acompañante que se encargaba de todo el
tramiterío, de entradas, salidas, alojamientos, y cenas programadas. Una enorme
comodidad que evitaba aglomeraciones y también intrincadas esperas.
Pero en estos últimos meses,
descubrí que mi apreciado pilotín había quedado con manchas de humedad. Es más
que seguro que lo guardé cuando aún no estaba totalmente seco y quedó
convertido en un guiñapo gris. Utilicé todas las fórmulas que aparecen en
youtube. Logré quitarle las manchas de humedad pero—lamentablemente— se le
formaron otras de óxido debidas a unos
ganchos de metal que tiene cada tanto. Hoy, como última solución fui a una
tintorería que se llama Better Life. Me sacaron por completo la ilusión de la
recuperación.
Por lo tanto, hice lo que
dice Kondo que hay que hacer. Le saqué una foto para recuerdo, le di las
gracias por los servicios prestados. Le prometí que nunca lo olvidaré. Quedará
por siempre en mi corazón, en el recuerdo de años mejores —que supe tenerlos—y
de viajes de novela. Gracias, gracias,
gracias.
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