Ataviada como corresponde
Queda un letargo
decepcionante que, unido al intenso calor, forma un vaho pegajoso difícil de
soportar.
Pero acá estoy, volviendo a teclear
para colgar algo en mi blog, al que hace tiempo tengo abandonado.
Unida a la sensación de verano
apestado, rodeada por el Covid que no cede para nada, decido ver-de mañana-
algún programa de televisión que sea potable. Craso error. No hay nada. Son
cada vez más pavos, bromean entre ellos, jujujujajaja, pero no traen ninguna
nota de interés, ni siquiera la de los argentinos que nos visitan para hacerse
algún manguito con el teatro. Nada de nada.
Resignada, termino buscando un
alguito en Netflix. No me queda otra. Pero como tengo que escribir vuelvo
a pensar: ¿con qué largo? ¿Con las pelis
que vi? ¿Con los libros que leí? Me decido por los libros.
Me prestaron un libro a fin de año
que leí con mucho interés. Se llama: “Lo mucho que te amé”, del argentino
Eduardo Sacheri, y, como todo lo que
leo, no verifiqué nada del autor, ni de su origen, ni de su formación, porque
todo lo que hubiera hecho, habría contaminado la lectura. Así que nada. Lo leí,
me gustó mucho, y, por eso, busqué otros
títulos del mismo autor.
Es argentino, moderno, escribe
“suelto”- no se ata a consignas, por lo menos, yo no las noté- Busqué en
librerías y encontré este título: Papeles
en el viento.
Yo no soy futbolera; apenas puedo
decir que heredé el cuadro de fútbol de mi viejo, que, cuando era chica, me llevaba a la cancha a ver al cuadro de sus
amores. De esa manera, me acostumbré a ver a mi padre disfrutando de una de sus pasiones, y, de paso, yo ligaba
alguna banderita de papel con los colores y las estrellas correspondientes.
Debo haber sido muy chica, porque recuerdo que los hinchas se reían cuando yo
decía algo así como “¡Viva peñañol!”, provocando las risotadas de mi viejo
treintaitrecino, y las de sus amigos. No me acuerdo de mucho más que de los
colores y las estrellas. Por algún lado, tengo la bandera, la vincha, la
camiseta, y, en el perchero delantero está el gorro de arlequín. Lo usé alguna vez, cuando en el colegio, se
hacía la famosa “spirit week” y nos tocaba usar vestimentas futboleras. Allá
marchaba yo, dispuesta a las chanzas que un buen amigo, pintor, y profesor de arte,
dejaba plasmadas en el consiguiente anuario, con una frase que no correspondía:
“¡Viva Nacional!” (Que era su cuadro, no el mío).
Esta novela, por el tema, podría
haber sido futbolera, pero va más allá de eso porque relata las vicisitudes de un grupo de amigos
de barrio, que se meten a sacar adelante un proyecto descabellado. Como todos
los proyectos, cuando no se tiene con qué, hay que agotar los recursos del
ingenio para lograr un propósito muy noble, pero inusual.
Y lo hacen con tanta convicción, que
nos lleva- a nosotros los lectores
también- a través de ese mundo variopinto donde todo es posible porque la
voluntad lleva adelante, todo lo propuesto, porque no hay nada más fuerte que
un propósito firme. Y este lo es. Muy firme.
Lean el libro, cómprense algún otro,
y después me cuentan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario