Esta semana terminé la
lectura de un libro de Joan Didion que en español fue titulado:
LO
QUE QUIERO DECIR
Es una recopilación de
textos ya publicados que contribuyeron a
su prestigio como escritora.
Uno de los que más me llamó
la atención, por su expresión clara y contundente, se refiere a un hecho puntual
de su vida y se llama:
Cuando
te descarta la Universidad que preferías
Lo tomó a partir de la carta
en la cual el Director de Admisiones Rixford K. Snyder- escrachado con nombre y
apellido- le comunicó que no la aceptaban. Es un gran disgusto de su juventud que, ya
alejada de la vorágine del momento, analiza con más profundidad y criterio.
Incluso se pregunta si hubiera sido más feliz en Standford o si la vida le fue ofreciendo otras variantes
que le dieron lo mismo o mejor.
Su artículo me hizo
reflexionar indiscutiblemente sobre mis propias experiencias: mi accidentada
carrera universitaria, en plena época de dictadura, me llevó ocho años, en
lugar de los cuatro tradicionales. Como no tenía plata, ni familia solvente, trabajé
-siempre– para vivir. Iba a estudiar al Instituto
de Filosofía Ciencias y Letras, con muchísimas dificultades, porque como no
tenía auto, ni nadie que me acercara hasta el Instituto, usaba el riguroso “4”-
un trole que llegaba a veces sí, y a
veces, no, porque se quedaba a mitad de camino y el “guarda” tenía que bajarse
a colocarle los cables en los rieles.
Los inconvenientes fueron copiosos
y de todo tipo. No tuve que dar examen de ingreso o aceptación porque el
Instituto era privado y lo pagaba como podía. Sin embargo, entre los copiosos
hubo por los menos cuatro, que estuvieron por dejarme afuera sin título de nada. Sigo
agradeciendo a personas competentes, y serviciales que no me abandonaron y que
me hicieron recapacitar haciéndome sostener aunque fuera de un hilito
imperceptible para terminar la Licenciatura.
Menciono cuatro que fueron
muy destacados, pero para no aburrir, me voy a referir únicamente al primero.
1) Secretaria que no
me dejaba llegar unos minutos tarde/Impertinencia en la contestación.
2) Examen práctico
donde la docente no aceptaba mi
propuesta.
3) “ Bochazo” en una tesina sobre Felisberto
Hernández- que en su momento no era eliminatoria, sino complementaria de los
escritos del año-, y, donde fui evaluada por un tribunal de la dictadura ( no,
por el profesor del año, que había sido destituido por “ser de izquierda”, ni
por el docente que me guió después de su destitución, ni por un tribunal competente que supiera cuál
había sido el proyecto directriz que había guiado mi trabajo.)
4) Despido de un
trabajo cuyo ingreso era imprescindible.
Voy al primer inconveniente-por llamarlo con
suavidad-
Como ya mencioné
una carrera de cuatro años me llevó ocho. Tuve que partir los años en dos, por
lo tanto, rendía más o menos cuatro materias por año, y las otras, las dejaba
para el siguiente.
El año en
cuestión era tercero. Me faltaban, por lo tanto, un año y poco para concluir
los cursos presenciales. Estoy refiriéndome a la década del 70 del siglo
pasado. Todos los cursos eran
absolutamente presenciales, no hubo ninguna pandemia que pusiera en marcha
cursos a distancia, ni soñábamos con
cursos por zoom ni nada por el estilo porque ni siquiera teníamos internet.
Estaba cursando
“Psicología evolutiva” en la primera hora. No recuerdo exactamente si tenía que
llegar a las 5 o a las 5.30. Lo cierto es que con el transporte precario que
tenía, nunca llegaba a tiempo para el comienzo. Una secretaria, me paró antes
de entrar a clase y me preguntó porqué llegaba tarde. Le dije que mi horario de
trabajo no me permitía llegar en hora, y que tenía permiso de la docente para
hacerlo. No hubo caso, me exigió que llegara en hora o dejara de estudiar. Así
nomás. Tuve que dejar la asistencia a la materia, y eso, me atrasó un año.
De la misma
manera que Joan Didion recuerda rencorosamente al jefe de Admisiones que le
impidió entrar a Standorf, mientras otras colegas suyas habían entrado sin
dificultades, yo recuerdo a esta secretaria- que estuvo al borde de dejarme sin carrera.
Muchas fueron las
pruebas que, como las ordalías de Dios
amenazaban con quemarme los pies y el alma, pero seguí.
Después que
obtuve el título, pude dejar todos los
trabajitos precarios, para dedicarme a
la docencia.
Joan Didion: ¡No
sabés cómo te comprendo!