A través de los años |
Una no se convierte de la noche a la mañana en “una señora mayor”. Tampoco es que se busque. Pasa nomás. Simplemente. Hoy, yo, por ejemplo, me recibí de “señora mayor”. Mi nueva cédula de identidad dice: “sin vencimiento”, por lo cual se puede “teorizar” que no voy a cambiar mucho más o, que el Estado deduce que me quedan pocos cortes de pelo. No sé. Lo cierto, es que los años se van acumulando y la esbeltez de los veinte años, va dando paso a los kilos, várices, arrugas y canas. Una mira las fotos de antaño y compara con alguna actual y ¡zas! Ahí está el paso del tiempo, acusando que esa grácil joven de cuarenta años atrás se convirtió en la veterana gorda infame de ahora. Cada una sobrelleva el paso del tiempo como puede y si la salud física y el “caletre” no se deterioran demasiado, se puede-se debe- aprender a sobrellevarlo con dignidad. A veces veo alguna “señora mayor” en el Disco con unos pantaloncitos cortos que muestran las piernas varicosas y tembleques. Eso no es digno.
Si tus piernas no son un espectáculo, - mi pobre ángel-enfundalas en un pantalón más largo; así no ofenderás a los ojos que te ven. No es necesario que te envuelvas en un hábito monacal, puede ser alguna “estructura moderna”, acorde con tu edad de calendario, no con la que sentís en tu interior. Usar una buena coloración cada veinte días para que las raíces blancas no asomen demasiado, inyecciones “quematutti” para disimular arañitas- que a veces son pulpos- y matarse de hambre para bajar-aunque más no sea- cinco kilitos para el verano, son estrategias que pueden colaborar. Pero mirate al espejo y sé franca con vos misma. ¡No te mientas! Porque si no hay espejos circundantes, cuesta percatarse. Tengo amigas que únicamente ven la vejez en las demás: “Qué avejentada que está fulanita, ¿viste? Parece que tuviera XX años. ¡Tan bonita que era! ¡Cómo se arruinó! ” Y son incapaces de ver en sí mismas que también corrió para cada una el propio reloj-implacable- con el consabido deterioro temporal. Ayer, en una oficina pública, vi a una encorvada ancianita cuyo rostro me resultaba familiar, pero… ¡parecía la bisabuela de la preciosura que yo recordaba! Mi impresión fue tan grande que quedé sin palabras. Ella no mostró ninguna señal de conocerme. Acto seguido-en lugar de pensar: “¡Qué horror, cómo se arruinó!” pensé:”- ¡Dios santo, cómo estaré yo!”
Hace unos días leí otra novela espeluznante de Claudia Piñeiro, la reconocida escritora argentina cuya novela más famosa, hasta el momento, es “Las viudas de los jueves”. La novela que leí se llama “Elena sabe”. La asocio con el tema de hoy porque Elena es “una señora mayor”. Pero además, a su condición de “señora mayor” se le suma la enfermedad que la aqueja: Parkinson. Una dolencia que la autora ha conocido, o, al menos, ha recabado información suficiente como para poderla convertir eficazmente en coprotagonista del relato. No tiene un argumento banal: a esa “señora mayor” aquejada por un mal incurable, crónico y progresivo, se “le suicida” su única hija, ahorcándose en el campanario de la iglesia. Esa “señora mayor”, enferma, decide descubrir la verdad, porque para ella, para Elena que “sabe”, su hija no se suicidó, y centra toda su lucha en la búsqueda de“alguien”, -con un cuerpo sano y obediente-, que pueda seguir insistiendo para que la policía no abandone la investigación que conduzca al esclarecimiento del crimen. “Elena sabe” y se da cuenta. Su cuerpo se deterioró pero su cerebro no. El relato es atrapante y lo recomiendo. Es para reflexionar, porque pocas veces las personas mayores somos tenidas en cuenta en la sociedad, aunque todas sepamos que somos las más. Se ha hecho un culto tan marcado de la juventud que es un hecho archiconocido, que a los vejestorios se nos quiera mandar-lo más rápidamente posible- a “cuarteles de invierno”.
Elena, la protagonista de esta novela, pese a su soledad y a su muy precaria condición de salud, lucha. Cumple- con mucho esfuerzo- su cometido de hacer un penoso viaje desde los suburbios hasta la Capital. Lógicamente que es un personaje ficticio, pero hay otros “reales” que también, a su modo, han presentado batalla. Una de ellas me resultó sumamente simpática cuando la vi en TV. Se llama Nelly Iglesias, nació en 1928, y es conocida como “la abuela motoquera”-aunque ninguno de los motoqueros sea su nieto de sangre—Su pasión nació después que enviudó; en lugar de quedarse en su casa albergando recuerdos, decidió salir con su moto. Actualmente, con sus ochenta y pico de años, va montada en su vehículo a todos los encuentros de motoqueros. Es pequeña, frágil, simpática y graciosa. “La Renga” le dedicó el tema “Motoralmaisangre”-
Yo no creo que –aunque anduve muchos años de copiloto- me dé el ánimo para convertirme en otra “abuela motoquera”, pero la idea de “actualizarme” siempre me resultó tentadora. Todavía no sé en qué. ¡Ya veremos!
buenisimo Alfa segui escribiendo y deleitandonos con tus publicaciones besitos
ResponderEliminar