domingo, 26 de mayo de 2013

VIEJUCÍN POR VIEJUCÍN

Diario del viaje de mi vida en fotos
Al escribir sobre María  Lejárraga conté que tenía un libro de Gregorio Martínez Sierra: “Tú eres la paz”-que heredé de la biblioteca materna. Todo lo que no era de gran valor llegó a la casa paterna de La Paz-donde fui a vivir después del fallecimiento de mi madre-
 ¿Por qué traigo esto a colación? Porque hoy quiero explicar porqué mi blog se llama: “Cosas de viejucín” y para eso me tengo que remontar a  mis primeros años de  infancia. Mi madre tenía  una pareja que se llamaba Federico. Le decíamos  Fredy. No recuerdo cuándo vino a casa porque yo era muy chica, pero sí sé que fue  un padre para mí,  hasta que –de pronto- tuve que recordar que tenía otro que antes me visitaba  y que al fallecer mi madre, reclamó la tenencia.
Una amiga entrañable me regaló un “álbum de viaje” y yo fui llenándolo de fotos. Fotos de mi madre-en distintas actividades y lugares- fotos de Fredy, fotos de sus sobrinas, fotos de sus hermanas, fotos mías, fotos de mi esposo, fotos de los dos, fotos y más fotos. Cuando estudié psicología me di cuenta de que aún siendo una niña, sin saber nada científico sobre la manera de preservar  los recuerdos, esto es: sin tener ningún conocimiento fehaciente, había armado con ese álbum  un “cajón de recuerdos” que atesoraba  mis  primeras vivencias.
Fredy era un rubio grandote, alegre  y de sonrisa bondadosa. Era diseñador de joyas-por eso mi madre tenía muchas-  A mí también me diseñaba  unas primorosas pulseras con estrellitas-él decía que yo era una estrella, supongo que por el nombre- y medallas que lucían de un lado mi  nombre y del otro un sagrado corazón de Jesús o una virgencita  o una estrella que hacía juego con las de las pulseras. El último regalo que me hizo fue un corazoncito de oro que se abría y tenía posibilidades de poner una foto de cada lado. Lógicamente yo tenía una de él y otra de mi mamá. Además de las pulseras y los colgantes me traía Billiken- una revista que estuvo en boga en la década del 50 del siglo pasado y que yo me devoraba de punta a punta- y muchos libros de cuentos. Vivíamos en el Cordón.  Cuando hacía buen clima me sacaba con el triciclo a pedalear  por la calle Minas, hasta la que llamábamos “la placita de los bomberos”.  Él  me seguía a pie por todos los recovecos por donde me metía. En ese entonces, la plaza era un lugar apacible y seguro. Me acuerdo de los festejos del Mundial del  50. Yo tenía cuatro años, y me quedó la idea de que era una especie de carnaval que desfilaba por mis ojos asombrados mientras iba en los hombros de Fredy que gritaba como un energúmeno: - ¡Uruguay! ¡Uruguay! ¡Uruguay! ¡Gritá conmigo, Viejucín! ¡Uruguay! ¡Uruguay! ¡Uruguay!
Él me apodó Viejucín. Era un apodo cariñoso y a mí me gustaba. Me sonaba lindo “Viejucín”, probablemente porque me lo decía  mientras me acariciaba los rulos.  Después que me fui a vivir con la familia paterna a la Paz,  me tuve que separar de Fredy. Era la pareja de mi mamá, pero no mi papá, y el mío reclamó sus derechos. Yo tenía nueve años, por lo cual no pude decidir ni que  sí ni que  no. Lo que sí juré-con esos poquitos años- que nunca pero nunca en mi vida le iba a hacer a otro ser humano lo que me habían hecho a mí.  Nunca más supe de él.
 Vaya ahora, a su memoria, este “viejucín por viejucín” con el profundo agradecimiento  por los años dorados en su compañía.
 

Fotos del álbum de la vida
Mi querido Fredy, en el Prado 1953 , conmigo que tenía 7 años  y su sobrinita de mi misma edad

3 comentarios:

  1. Preciosa explicación sobre el apodo viejucín. El cariño que nos dan de niños nunca se olvida.

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  2. Ay, Alfa, me dió una cosa al leer tu historia con Freddy, gracias por compartirla. Alguién escribió ( no recuerdo ahora quién ) La patria es la infancia. Y es así. Un abrazo amiga.

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  3. Qué lindo escribes! Parecía que te veía pedalear por esos lares... en épocas distintas, los '70 largos trabajé en la zona, debe haber sido muy lindo antes. Pues... viejucín ahora me suena bonito. Qué energía Fredy! Y qué delicadeza... Grande y joyero, me dejaste la imagen de uno de esos gigantes buenos de los cuentos que aparecen en nuestras vidas para darnos algo que nunca nadie nos quitará. Quedó para siempre contigo. Beso y gracias por compartir esta historia.

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