sábado, 12 de abril de 2014

LITERATURA Y VIDA

Cartel contra el acoso y  la discriminación en pleno  siglo XXI
A raíz del último artículo  que colgué en mi blog, recibí muchos  comentarios en facebook que me llevaron a volver a escribir.
Yo  no quise escribir  un “tratado” sobre el amor y el desamor, pero sí debo decir que leí detenidamente los textos que utilicé, y no únicamente para escribir el artículo sino  que lo hice muchas veces en diferentes  etapas de mi vida.
Esos “amores y desamores  de papel” fueron –y siguen siendo  aún- para mí, tan  reales como  la vida misma. Me hacen  sufrir, me hacen  llorar, me hacen renegar por la poca o mala suerte de las heroínas  y sus vicisitudes. La buena  literatura siempre ha estado anudada a  mi vida de una manera prodigiosa.  A veces, es un bálsamo que me consuela, otras, me causa una   congoja apabullante. Nunca me deja totalmente indiferente. Tiene sobre mí, una poderosa  influencia.

Mi ejemplar comprado en España 1993
Por eso, no agoté todo lo que tenía que trasmitir en ese comentario. Hay mucho más. Aunque Rosa Montero considera que su primera novela no está del todo lograda, yo, en cambio, considero que ya está presente su extraordinaria e innata capacidad descriptiva-además de los temas  que seguirán apareciendo en sus siguientes obras-. En  “Crónica del desamor”  abordó varios tópicos que aún hoy tienen absoluta actualidad. Tomo otro aspecto que no mencioné anteriormente, en  lo que atañe a lo negativo. En el siglo pasado, las jovencitas núbiles pasaban vergüenza   por los improperios que les decían los varones. En los transportes colectivos o en la calle,  o en la escuela-inclusive- quedaban a merced  de los lascivos que las veían apetecibles para toquetearlas.
Transcribo un ejemplo de  esa capacidad descriptiva tan graciosamente  característica   de Rosa Montero:
Cuando aquel día en el metro, un anciano bien trajeado se arrimó a Ana, la mano palpitante en el bolsillo golpeándole las nalgas, ella lo único que hizo fue sorprenderse. Se volvió, miró el rostro imperturbable del viejo, luego se cambió unos metros más allá, hacia otra barra. Pero el vagón iba lleno y al poco, qué sorpresa, el anciano arrimó de nuevo sus fláccidos pantalones al culo de Ana, San Bernardo-Cuatro Caminos en un metro sudoroso y maloliente. San Bernardo Cuatro Caminos con el viejo a las espaldas. Y al salir en su estación comentó con las amigas, habéis visto qué raro, a ese señor le temblaba la mano, pobrecito, debe ser esa cosa que se llama mal de… mal de parquintón o así, que les tiembla todo el cuerpo y después van y se mueren. Era la primera vez y no sabía. Después sí. Después se hizo, se hicieron conocedoras de estos asaltos incruentos y cotidianos. De las manos que pellizcan culos, de los restregones de autobús, del asco al intuir algo duro-pobres de ellas, ignorantes de erecciones- contra tu muslo o tu mano. De esas sombras fugaces- padres de familia numerosa, maridos ejemplares, trabajadores fatigados, sin duda- que se precipitaban sobre ti en mitad de la calle, los ojos brillantes, susurrando palabras desconocidas y brutales, te-lo-voy- a-meter- por- no- sé dónde- te-voy- a-llenar-de-leche-te-cogería-  y- te- , y ellas que no sabían nada de eso, se encogían contra la esquina, miraban hacia otro lado amedrentadas, aguantaban la respiración mientras el aliento del hombre rebotaba contra ellas, intentaban incluso hacer sonar los oídos por dentro (como cuando en la iglesia se confesaba alguien con voz demasiado aguda, hacer sonar los oídos para no enterarte de nada y no pecar violando el secreto del confesionario) para no escuchar esas palabras obscenas que provocaban culpabilidad y vergüenza.”
La  descripción-uno de los fuertes de Rosa-  es magistral. Se presentan muy nítidamente  el estupor y la vergüenza ante la agresión masculina.  Está-incluso- la premura  de Ana-niña, por concluir el viaje en metro: "San Bernardo Cuatro Caminos", sorprendida   por  una situación desconocida. Más o menos como cuando yo veo un perro- ya saben que les tengo miedo- y digo-hasta ahora-  la oración que me enseñaron de niña:  “¡San Roque, que ese perro no me mire ni me toque!”
 Anteriormente expresé que la buena literatura se anuda con  la vida. Yo supe a muy temprana edad  de esa apetencia masculina. No era rolliza, pero sí alta y bien formada, al punto que unos vecinos-varones,  por supuesto- me habían puesto de mote: “la hormiguita viajera”. Cuando así me llamaban yo  creo que no tenía más de diez años, pero mis formas ya se habían redondeado y mis teticas abultaban las blusas.  Aún no usaba sostén, por lo cual los pezones se insinuaban más de lo que yo hubiera querido.
La Hormiguita Viajera 
Un buen día, harta de sentir las vergas paradas en los ómnibus  y en los trenes, empecé a  ir a la escuela y después al liceo, con un gran alfiler de gancho preparado para la disuasión. El “pinchahuevos” me dio un resultado estupendo, y me brindó una inmensa ayuda que compartí con otras que sufrían los mismos acosos. Éramos tan pasmadas como las que describe Rosa, y también como ellas aprendimos –juntas- tácticas de sobrevivencia. Confieso que el “pinchahuevos” me lo enseñó una amiga más grande, pero otros, los sacamos de nuestra propia invención. Increíblemente,  muy parecidos a los que describe Rosa: fingir una renguera, preguntarle la hora al atrevido, - y-en mi caso- enfrentarlo:- ¿Qué me vas a chupar la qué? Y –usualmente, tal cual  ocurre en la novela-, el intrépido que me  la iba a meter por aquí o por allá, se arrugaba y desaparecía. “No hay mejor defensa que un buen ataque”.
En este momento, en pleno siglo XXI, supe que se  había decretado una semana “contra el acoso”. Se me ocurrió escribir sobre  esta relación de literatura y vida,- entre la novela de Rosa Montero, y los  avatares de mi  pubertad, cuando aprendí a defenderme de los tiburones-.  El cartel actual  que invita a no dejarse acosar es-al mismo tiempo- una protesta por la discriminación de las gordas. Y yo concluyo: no nos dejemos “ningunear” de ninguna manera. Si somos gordas, ya habrá quien nos quiera así, porque "siempre hay  un roto para un descosido”. No aceptemos ser segundonas tampoco. Todas las mujeres nos merecemos un primer puesto. En la cama y en el corazón. Ya  vendrá algún gatito mimoso que nos lo dé. 


 
"Mujer desnuda-volumétrica- en la playa" de Fernando Botero

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