jueves, 24 de abril de 2014

NOMOFOBIA

Teléfono antiguo, con disco y  auricular con "orejas"
El avance tecnológico ha traído nuevas adicciones. Esta es bastante reciente. Según lo que  he leído el término se generó de  “No-mobile-phono-phobia- y significa algo así como uso compulsivo del celular. Ya escribí sobre el tema, pero vuelvo sobre él porque  se ha ido  incrementando. Lo observo en todos lados, en el supermercado, por ejemplo. Veo personas colgadas de su móvil haciendo preguntas tan estúpidas como si tienen que comprar una coca de un litro o una de litro y medio.  En el SPA, hay unas cuantas que llevan su celular al salón de gimnasia. Es decir, que muchas veces, en plenos ejercicios, los abandonan para atender llamadas. A veces, me encuentro con amistades que interrumpen la conversación para atenderlas. Piden perdón, perdono y me voy. Dejar de conversar  con una amiga para darle prioridad al celular es otra de las formas del desamor. 
Sinceramente, yo no creo que sean llamadas imprescindibles.
Yo viví sin teléfono fijo una buena parte de mi vida. Primero, porque mis primeros años adolescentes los viví en una ciudad donde para comunicarse por teléfono era necesario ir a una cabina y pedir comunicación por medio de una operadora. Cuando empecé a trabajar en la fábrica de botones “La Perla del Plata” en la localidad de El Dorado, en Las Piedras, Canelones, tenía una “centralita” con manivela y lograr una comunicación telefónica con  Montevideo, con buena audición, era toda una hazaña.
Ya en Montevideo, recién logramos un teléfono fijo después que obtuvimos los títulos universitarios porque gracias a ellos, nos dieron cierta “prioridad” ya que  en la zona donde vivíamos-que no era en pleno campo sino en un barrio de Montevideo llamado El Prado, no había “bornes” suficientes-. Nunca supe exactamente qué eran los famosos “bornes” pero por su falta tampoco tuve teléfono hasta bien entrada la década del 80 del siglo pasado.
Mi primer celular lo tuve después de un accidente doméstico. En mi placar había una luz interior-colocada “casera” por los antiguos propietarios del apartamento- mi esposo lo abrió para buscar no sé qué cosa y la dejó encendida, y esa bombita encendida provocó un incendio. El placar contenía toda mi ropa. Se quemó toda. Mi esposo trató de comunicarse conmigo para advertirme del desastre, y una telefonista muy  hija de puta no me pasó el llamado, ni me avisó nada. A partir de ahí, decidimos que teníamos que tener celulares para comunicarnos cuando lo necesitáramos.
Por algún lado anda  ese primer aparatito que ahora parece de los Picapiedras y el de mi marido también; su “móvil” aún está en casa-con apariencia de ladrillo-.
Ahora ANTEL, al renovarme el contrato, me dio uno modernísimo. Tanto, que apenas lo sé usar. Eso sí, tiene de todo: facebook, email, teléfonos, cámara, “guasap”, calculadora, y otras yerbas similares.
¿Lo uso? Sí. Puntualmente. Silenciado, tipo avión. Mis  familiares y amistades, saben  que no lo considero  indispensable. Me jubilé a los sesenta años, después de trabajar desde los quince. No quiero generarme una nueva esclavitud. No quiero “tenerlo siempre a mano”, ni buscarlo o revisarlo a cada minuto. No quiero sentir por el dispositivo ninguna sensación de amor ni de  pérdida cuando lo olvido. El aparatejo es una cosa, - y por supuesto- tiene que seguir siéndolo. Sigo prefiriendo  la comunicación persona a persona, los besos y los abrazos efusivos y no con emoticones. También me gusta saborearme   un rico osito con manos y patitas de chocolate. Delicioso.
Osito  Lu-una delicia achocolatada-


 Las sensaciones de angustia, de tristeza o de ansiedad, sólo me las provocan los seres humanos que he dejado de ver porque quisiera y no puedo  tenerlos  más tiempo y más cerca, o  porque los perdí y ya no los tendré nunca más.



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