Teléfono antiguo, con disco y auricular con "orejas" |
El avance tecnológico ha
traído nuevas adicciones. Esta es bastante reciente. Según lo que he leído el término se generó de “No-mobile-phono-phobia- y significa algo así
como uso compulsivo del celular. Ya escribí sobre el tema, pero vuelvo sobre él
porque se ha ido incrementando. Lo observo en todos lados, en
el supermercado, por ejemplo. Veo personas colgadas de su móvil haciendo preguntas
tan estúpidas como si tienen que comprar una coca de un litro o una de litro y
medio. En el SPA, hay unas cuantas que llevan su celular al salón de gimnasia.
Es decir, que muchas veces, en plenos ejercicios, los abandonan para atender
llamadas. A veces, me encuentro con amistades que interrumpen la conversación
para atenderlas. Piden perdón, perdono y me voy. Dejar de conversar con una amiga para darle prioridad al celular es otra de las formas del desamor.
Sinceramente, yo no creo
que sean llamadas imprescindibles.
Yo viví sin teléfono fijo
una buena parte de mi vida. Primero, porque mis primeros años adolescentes los
viví en una ciudad donde para comunicarse por teléfono era necesario ir a una
cabina y pedir comunicación por medio de una operadora. Cuando empecé a
trabajar en la fábrica de botones “La Perla del Plata” en la localidad de El
Dorado, en Las Piedras, Canelones, tenía una “centralita” con manivela y lograr
una comunicación telefónica con Montevideo, con buena audición, era toda una
hazaña.
Ya en Montevideo, recién
logramos un teléfono fijo después que obtuvimos los títulos universitarios
porque gracias a ellos, nos dieron cierta “prioridad” ya que en la zona donde vivíamos-que no era en pleno
campo sino en un barrio de Montevideo llamado El Prado, no había “bornes”
suficientes-. Nunca supe exactamente qué eran los famosos “bornes” pero por su
falta tampoco tuve teléfono hasta bien entrada la década del 80 del siglo
pasado.
Mi primer celular lo tuve
después de un accidente doméstico. En mi placar había una luz interior-colocada
“casera” por los antiguos propietarios del apartamento- mi esposo lo abrió para
buscar no sé qué cosa y la dejó encendida, y esa bombita encendida provocó un
incendio. El placar contenía toda mi ropa. Se quemó toda. Mi esposo trató de
comunicarse conmigo para advertirme del desastre, y una telefonista muy hija de puta no me pasó el llamado, ni me
avisó nada. A partir de ahí, decidimos que teníamos que tener celulares para
comunicarnos cuando lo necesitáramos.
Por algún lado anda ese primer aparatito que ahora parece de los
Picapiedras y el de mi marido también; su “móvil” aún está en casa-con apariencia
de ladrillo-.
Ahora ANTEL, al renovarme
el contrato, me dio uno modernísimo. Tanto, que apenas lo sé usar. Eso sí,
tiene de todo: facebook, email,
teléfonos, cámara, “guasap”, calculadora, y otras yerbas similares.
¿Lo uso? Sí. Puntualmente.
Silenciado, tipo avión. Mis familiares y
amistades, saben que no lo
considero indispensable. Me jubilé a los
sesenta años, después de trabajar desde los quince. No quiero generarme una
nueva esclavitud. No quiero “tenerlo siempre a mano”, ni buscarlo o revisarlo a
cada minuto. No quiero sentir por el dispositivo ninguna sensación de amor ni
de pérdida cuando lo olvido. El
aparatejo es una cosa, - y por supuesto- tiene que seguir siéndolo. Sigo prefiriendo la comunicación persona a persona, los besos y los abrazos efusivos y no con emoticones. También me gusta saborearme un rico osito con manos y patitas de chocolate. Delicioso.
Las sensaciones de angustia, de tristeza o de ansiedad, sólo me las provocan los seres humanos que he dejado de ver porque quisiera y no puedo tenerlos más tiempo y más cerca, o porque los perdí y ya no los tendré nunca más.
Osito Lu-una delicia achocolatada- |
Las sensaciones de angustia, de tristeza o de ansiedad, sólo me las provocan los seres humanos que he dejado de ver porque quisiera y no puedo tenerlos más tiempo y más cerca, o porque los perdí y ya no los tendré nunca más.
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