Martin Sixsmith y la verdadera Philomena Lee |
Actriz Judi Bench y actor Steve Coogan de la película "Philomena" |
La película
Philomena está basada en una historia real, una verdadera “historia de vida”.
Philomena, en sus
primeros años adolescentes quedó embarazada y fue internada en Sean Ross
Abbey-un convento de Roscrea-Irlanda- allí iban a parar las “descarriadas”, también
llamadas “mujeres caídas”. Estas jóvenes llegaban en estado interesante, eran
atendidas por las monjas, sufrían el penoso
y vergonzoso embarazo y todos los
dolores de parto- nada de calmantes de ningún tipo para las “pecadoras”- vivían
y trabajaban como verdaderas esclavas y únicamente se les permitía ver y estar con sus
hijos una hora al día-.
Niños nacidos de madres solteras en el comedor del convento de Roscrea ( eran vendidos en adopción) |
Ya saben todos que mi madre me mandó a un colegio de monjas vicentinas. Se llamaba Niño
Jesús de Praga. Así que supe a temprana edad, sobre las fuertes exigencias de lo que se llamaba
“el temor de Dios” que impartían- o trataban de impartir- las severas monjas que exageraban absurdamente
los deberes religiosos prescindiendo de
los humanos-que son los que más se necesitan-. Seguí la película con suma
atención, pensando para mis adentros: “No le van a decir al zorro lo que son
sogas”.
El hábito que usaban las severas monjas vicentinas de mi infancia era como el de Santa Catalina Labouré |
La historia de Philomena fue sacada a luz en
el libro del periodista Martin Sixsmith, que al quedar sin trabajo, se dedicó a
ayudarla a encontrar al hijo perdido (puesto que las tiernas monjitas los
vendían en adopción –a él- que se llamaba Anthony- y a todos los niños paridos
por las reclusas en cautiverio. (Eso eran, en realidad, digámoslo sin tapujos.)
Yo no leí el libro
que se llama “The lost child of Philomena Lee”- vi la película dirigida por
Stephen Frears, con la actriz Judi Dench en el papel de Philomena, y el actor Steve Coogan, en el del
periodista Martin Sixsmith.
Director de la película "¨Philomena" Stephen Frears |
La película me
conmovió, removió mis recuerdos y me llevó a afirmar aún más sólidamente mis convicciones
sobre la crueldad de personas que
supuestamente han elegido su vocación para el servicio de la humanidad.
Philomena Lee en su juventud |
En Uruguay estaba
el asilo de “El buen Pastor” que en un principio se decía que tenía la
intención de favorecer a “las almas más ignorantes que culpables” que luego más
bien fue un encierro-cárcel para las “mujeres desviadas”. Paulatinamente fueron
ingresando criaturas huérfanas o abandonadas. El asilo recibía alrededor de 600
menores de edad y las formaban en “las tareas del hogar”: cocina, limpieza,
lavado, planchado, costura y,-horror de los horrores para mí que nunca pude
salir del punto cruz- bordado y tejido. El estado de Uruguay tuvo una relación
de intercambio con esta institución a través de lo que se llamaba el “Consejo
del Niño”. La cárcel de mujeres estuvo a cargo de esta congregación desde 1898
hasta 1980.*
En la calle Cerro
Largo a la altura de Fernández Crespo-antes Sierra- funcionaba una de las casas
del “Consejo del Niño”. Yo vivía en Cerro Largo enfrente al actual Palacio
Peñarol Gastón Güelfi- recuerdo que
alguna de las malvadas niñeras
que tuve me dijo que por una especie de
“buzón”- un torno en realidad- se
tiraban a los niños malcriados. Evidentemente,
yo lo era. La finalidad de esos cuentos
era asustarme para que me portara bien. No faltó tampoco la amenaza de “depositarme” gentilmente por ese “deslizador”.
Nunca más lo vi, pero sí lo volví a encontrar en alguna crónica de costumbres
de Julio César Puppo, “El Hachero”.
Del Buen Pastor, o
del Consejo del Niño, vino a dar a mi
casa, una de las niñeras que más quise.
Se llamaba Mireya y
vino con su bebé Coquito. Yo era muy chica, no recuerdo el nombre del niño porque
siempre lo llamábamos así: Coquito. Hasta hace un tiempo anduvo en alguno de
mis archivos una foto de él. Mireya era muy joven. Me encantaba cómo cocinaba,
cómo cantaba, cómo bailaba y cómo jugaba. Era mucho más divertida que
cualquiera de mis amigas. Su bebé era un angelote rubicundo que no lloraba jamás
y se deleitaba con todas las soberanas payasadas que le hacíamos. Al tiempo se
fue y mi madre me explicó que se había casado con el padre de su bebé. La
extrañé muchísimo. A ella y a Coquito. Al ver la película, inmediatamente me
acordé de ellos.
En la película,
Philomena aparece con otra hija a la que le confiesa su secreto mostrándole una
foto del hijo perdido- lo único que le quedó de Anthony-. La vinculación del
periodista a la tarea de búsqueda es a través de esta hija. Philomena busca a su hijo desde hace 50
años. El periodista la acompaña en todas las vueltas. En el convento no tienen
ningún éxito; les dicen que los archivos
se quemaron. Lo cual es cierto, pero no “se” quemaron, sino que “los” quemaron
adrede. Finalmente, el periodista descubre a Anthony- cuyo nombre de adopción
es Michael- y, al mismo tiempo, también
descubre una verdad dolorosa- ha muerto de SIDA- De todas maneras, la búsqueda
tenaz de la madre no queda ahí. Ella quiere hablar con el que fue pareja de su
hijo. Quiere saber si alguna vez se acordó de ella, si alguna vez mencionó
Irlanda. El periodista da con el hombre que
lamentablemente se niega a recibirlos. Al final, la tenacidad de
Philomena tuvo su recompensa. Al fin y al cabo, ella sólo quería hablar sobre
el hijo, quería saber cómo fue, cómo actuó en su vida, qué recuerdos quedaron
en su mente criado y educado por una familia adoptiva en otro país. Finalmente,
vemos a los que encarnan a los personajes de Philomena, Martin y Steve- la pareja- mirando un vídeo donde se reconstruye la memoria de
Anthony-Michael A. Hess- desde que baja del avión con su hermana/amiga/ -adoptada
también por la misma familia-, hasta que fue enterrado en Roscrea- la abadía
donde nació y a la cual había acudido buscando datos de su madre biológica-. La
historia, por lo tanto, es circular. Lamentablemente circular.
Durante todos esos 50 años, madre e hijo no se
pudieron reencontrar porque las monjitas les negaron la información que pidieron, sobre todo la que era Madre
Superiora, la hermana Hildergarde que aún vivía, quien sistemáticamente se negó
a concederles la gracia de verse aunque fuera por única vez- hay que recordar que Anthony-
Michael acudió a la abadía ya enfermo de SIDA-
¿Por qué esa crueldad tan terrible?
Porque la idea que impera en estas mentalidades es que el
pecado de concupiscencia debe
pagarse con sufrimiento de por vida. No hay redención para la mujer pecadora,
para la que se ha entregado a la locura del sexo y se ha olvidado de los imperativos morales en
momentos de lujuria y placer.
En conversación con
Martin, Philomena-en la ficción de la película- le cuenta el placer que le produjo el sexo- incluso
manifiesta la idea de que puede ser tan sublime que puede llevar al éxtasis- lo
cual yo suscribo, ( y si no me creen prueben a practicar sexo tántrico). El
periodista también cuestiona que Dios nos haya otorgado el placer para
castigarnos. Yo me pregunto-nos preguntamos-:
¿Es considerado pecado porque nos causa
dicha?
¿No
será una invención impuesta por la
insensible moral enemiga del goce?
Si pueden, vean la película y después me
cuentan.
*Información obtenida en Internet, extraída
del libro “Adolescentes infractoras. Discursos y prácticas del sistema penal
juvenil uruguayo”, de Raquel Galeotti. Psicolibros. Waslala, Montevideo,
setiembre de 2013.