viernes, 8 de enero de 2016

GRACIAS, SILVER

El Silver, recién sacado  de la automotora, con su dueño,  el 4 de junio de 2010, en Punta Gorda

Antes de fin de año, en medio de la baraúnda del gentío que se agolpaba frenético para comprar, dediqué unas cuantas tardes a desplazar varias prendas de ropa que ya no usaba. La selección me llevó bastante tiempo porque  me costó bastante desprenderme  de cosas  que anduvieron conmigo en más de una grata oportunidad. Sin embargo, esta vez, estuve  dispuesta a seguir los consejos de Marie Kondo- la “gurú” japonesa del orden- me lo tomé en serio y realicé una gran limpieza.
Muchos de sus consejos me sirvieron para  que la operación “descarte” se fuera dando en una forma natural: Guardé únicamente prendas que me transmitían “emociones de alegría”-tal cual aconsejaba la japonesa-  No me causaba ninguna felicidad tener vestidos, trajecitos, blazers y chaquetas de cuando era joven y pesaba treinta kilos menos. Allá salieron para ser donados para alguna que tuviera la flacura que yo supe lucir antaño. También- del mismo modo- se fueron unas cuantas estupendas medias con  portaligas y unas prendas sexys de ropa interior. Me quedé con algunas que me “transmitían emociones positivas”: pijamas cortos de verano, amplios, cómodos, coloridos y   ropa interior clásica con detalles delicados. Lo que en un principio me costó, después, se fue  sencillamente, gracias a otro consejo salvador: “me despedí  de cada uno de los vestuarios con gratitud por el servicio dado”; gracias, trajecito azul, lo estrené en la  última graduación de Seniors, a punto de jubilarme,   muchísimas gracias, portaligas rojo, supiste estar presente en más de una buena ocasión, tú también me diste felicidad querido camisolín blanco, y te la agradezco con afecto. Mientras me dedicaba a eso, me acordé de una de las novelas de Hugo Burel: “El Club de los nostálgicos” y su “hombre de las listas”. Es decir, uno de los locos burelianos. La novela también es loca, porque ese “club” agrupa personas raras que coleccionan objetos inusuales, en muchos casos,  al estilo de  un cambalache.  Casi todos conocemos algún coleccionista de objetos antiguos, deteriorados, o fuera de circulación como, ceniceros, encendedores, cajas  de fósforos y similares. Hace tiempo tuve una amiga.que tenía una inusual colección de fotos de  penes. Los tenía circuncidados y sin circuncidar, de todos los colores, tamaños y formas. Creo que fue una de las más extrañas colecciones que vi en mi vida. Ella  la exhibía  como si fuera su álbum de los quince años. A los locos burelianos no les dio por ahí, pero sí están presentes  los que coleccionaban aquellas antiguas “revistas de relajo” que circulaban –generalmente- en manos de varones. Recuerdo una de fotos con  nombres de tangos. Y no se trataba únicamente de “El Choclo”. Después de hecha la limpieza y donación de ropa, fue “coser y cantar” como decía mi abuela. Recordando al  “hombre  bureliano de las listas”,  después de pasado el estruendo de las festicholas tradicionales, y de que se hubieran aquietado todos los ruidos de la ciudad,  hice la lista- yo también, porqué no-  de propósitos del año.
El Silver  cuando me llevaba al Teatro de Verano 


Por eso,  la despedida no fue únicamente de ropa. También se fue “El Silver”, el último  auto que compró mi esposo. Se fue con nuestras ilusiones, con nuestros paseos hechos y los otros frustrados, con mi angustia, con mi desazón, y también se llevó- como no podía ser de otra manera- el recuerdo de momentos imborrables: como cuando nos llevó a pasar mi cumpleaños en un comodísimo hotel del Norte. El último que pasamos juntos, absolutamente ajenos a la muerte que rondaba cercana.

"El Silver" se quedó en la automotora 

Entonces, por los buenos momentos, a vos también: “Gracias, Silver”.


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