El Silver, recién sacado de la automotora, con su dueño, el 4 de junio de 2010, en Punta Gorda |
Antes de fin de año, en medio de la baraúnda del gentío que
se agolpaba frenético para comprar, dediqué unas cuantas tardes a desplazar
varias prendas de ropa que ya no usaba. La selección me llevó bastante tiempo porque
me costó bastante desprenderme de cosas que anduvieron conmigo en más de una grata
oportunidad. Sin embargo, esta vez, estuve dispuesta a seguir los consejos de Marie
Kondo- la “gurú” japonesa del orden- me lo tomé en serio y realicé una gran
limpieza.
Muchos de sus consejos me sirvieron para que la operación “descarte” se fuera dando en
una forma natural: Guardé únicamente prendas que me transmitían “emociones de
alegría”-tal cual aconsejaba la japonesa- No me causaba ninguna felicidad tener vestidos,
trajecitos, blazers y chaquetas de cuando era joven y pesaba treinta kilos
menos. Allá salieron para ser donados para alguna que tuviera la flacura que yo
supe lucir antaño. También- del mismo modo- se fueron unas cuantas estupendas
medias con portaligas y unas prendas
sexys de ropa interior. Me quedé con algunas que me “transmitían emociones
positivas”: pijamas cortos de verano, amplios, cómodos, coloridos y ropa interior clásica con detalles delicados.
Lo que en un principio me costó, después, se fue sencillamente, gracias a otro consejo
salvador: “me despedí de cada uno de los
vestuarios con gratitud por el servicio dado”; gracias, trajecito azul, lo
estrené en la última graduación de
Seniors, a punto de jubilarme, muchísimas
gracias, portaligas rojo, supiste estar presente en más de una buena ocasión,
tú también me diste felicidad querido camisolín blanco, y te la agradezco con
afecto. Mientras me dedicaba a eso, me acordé de una de las novelas de Hugo
Burel: “El Club de los nostálgicos” y su “hombre de las listas”. Es decir, uno
de los locos burelianos. La novela también es loca, porque ese “club” agrupa
personas raras que coleccionan objetos inusuales, en muchos casos, al estilo de
un cambalache. Casi todos
conocemos algún coleccionista de objetos antiguos, deteriorados, o fuera de
circulación como, ceniceros, encendedores, cajas de fósforos y similares. Hace tiempo
tuve una amiga.que tenía una inusual colección de fotos de penes. Los tenía circuncidados y sin
circuncidar, de todos los colores, tamaños y formas. Creo que fue una de las
más extrañas colecciones que vi en mi vida. Ella la exhibía como si fuera su álbum de los quince años. A
los locos burelianos no les dio por ahí, pero sí están presentes los que coleccionaban aquellas antiguas
“revistas de relajo” que circulaban –generalmente- en manos de varones.
Recuerdo una de fotos con nombres de
tangos. Y no se trataba únicamente de “El Choclo”. Después de hecha la limpieza
y donación de ropa, fue “coser y cantar” como decía mi abuela. Recordando al “hombre bureliano de las listas”, después de pasado el estruendo de las
festicholas tradicionales, y de que se hubieran aquietado todos los ruidos de
la ciudad, hice la lista- yo también,
porqué no- de propósitos del año.
El Silver cuando me llevaba al Teatro de Verano |
Por eso, la despedida
no fue únicamente de ropa. También se fue “El Silver”, el último auto que compró mi esposo. Se fue con nuestras
ilusiones, con nuestros paseos hechos y los otros frustrados, con mi angustia,
con mi desazón, y también se llevó- como no podía ser de otra manera- el
recuerdo de momentos imborrables: como cuando nos llevó a pasar mi cumpleaños
en un comodísimo hotel del Norte. El último que pasamos juntos, absolutamente
ajenos a la muerte que rondaba cercana.
"El Silver" se quedó en la automotora |
Entonces, por los buenos momentos, a vos también: “Gracias,
Silver”.
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