Carro rebosante |
La algarabía ya tiene más de un par de meses, pero la
intensidad va subiendo de tono a medida que se acercan las fiestas
tradicionales. Vivo en un barrio que-lamentablemente y ya lo he dicho- se ha
convertido en una mini-ciudad comercial. Contribuyó a ello, de manera muy
especial el Shopping Punta Carretas. A su alrededor, se siguen demoliendo casas
y más casas para hacer galpones comerciales para alquilar. Y desde ahí se
montan los más inverosímiles negocios,
desde una tienda de maternales hasta una
boutique erótica. Ya comenté cuando me quedé atónita en una de las vidrieras
mirando fascinada una especie de pequeños sapitos de colores, cuyo uso no supe
dilucidar.
Hoy, después del desayuno, me “armonicé” con varios “omm,
omm omm” para lograr energía positiva e ir a hacer mandados. En el Disco, el
gentío y el estruendo que producía tanto público era descomunal. No utilicé
ningún carrito, porque cuando llegué a unos de los chicos, me atropelló con
toda la saña posible una vaquillona, que me lo arrebató. Como estaba
armonizada, se le dejé. No sin antes largarle una buena puteada mental. (Estaba
armonizada, lo juro, pero no es para tanto.)
Logré llegar hasta la góndola de las pastas y sacar un par
de cajas de capellettis (y lo escribo así porque así está escrito en las cajas-
pero yo sé que el plural en italiano es sólo con la “i”-¿vieron como todavía me
acuerdo?) Como no había logrado agenciarme ningún carrito, no llevé más nada.
Mucha gente comprando de todo |
El asunto fue después llegar hasta una caja y pagar. La cola
de las llamadas “cajas rápidas” era una
misión imposible, me dirigí entonces a las cajas de “diez unidades”- donde
también había gente a patadas, pero me quedé-armonizada, vuelvo a repetir-
mirando el bullicio, los juguetes, los padres desesperados, y las menudencias
que ponen especialmente abajo, para que
todos los enanos manoteen y berreen a más o poder para que les compren.
Mientras observaba con la distracción mas ingenua- de esas que me atacan más de
una vez- unas preciosas cajitas rosadas
sobre la mano derecha, vi por el rabillo del ojo, que una señora que estaba en
la otra fila me torcía los ojos desesperadamente, entonces, me calcé los lentes
y miré. Miré las preciosas cajitas rosadas y me di cuenta. Eran
preservativos. Con gusto a frutilla-por
eso rosadas- y para “practicar sexo oral”. Así nomás. ¡Por eso la doña me
revoleaba los ojos como dos huevos duros! ¡Y yo, inocente de mí, en plena
Babia! Le hice una especie de guiñada y los dos huevos duros se aquietaron.
Cuando llegamos -las dos al mismo tiempo- a las cajas, me espetó: -¿Te das cuenta? ¡En mis tiempos no
se exhibían “esas cosas”! Simplemente me sonreí. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué yo
había visitado un museo erótico inca y que había visto cosas peores? ¡No! ¡De
ninguna manera! Me salí por la tangente con una sonrisa comprensiva.
Y al pagar, tomé estas fotos para ilustrar la nota.
Hay que sacar muy bien las cuentas |
En los días previos a las festicholas parece que se
acaba el mundo. Pero no es así. Por eso, armonícense con quien puedan, y diviértanse lo más que
puedan también. (Y si les gusta “el sabor frutilla”, ¡ya saben!)
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