domingo, 17 de septiembre de 2017

LA RURAL



Comensales en uno de los boliches de La Rural 


Ya me habían dicho que estaba medio chaucha, pero, como este era el último fin de semana, fui ayer a dar una vuelta. Se nota la cantidad de público que va en busca de ofertas: aceites, condimentos, jabones, ropa, adornos. Pero todos buscan (buscamos) los artículos de las tres “B”- (bueno, bonito y barato). No siempre se logra. Me traje, eso sí, una lata de pimentón picante Carmencita a cien pesos. No sé si estará más o menos al mismo precio de supermercado, pero este tiene el gusto de haber sido comprado en la Rural.
Caminé un rato, a mi ritmo, que no es muy rápido, por los puestos más relevantes. Hay de todo en la viña del señor. Desde hermosas prendas tejidas o bordadas a buen precio,-o sea caro-  como otras de menor calidad y a precio más accesible. No era mi intención comprar ropa. En general, prefiero hacer las compras de  prendas en algunos locales que ya conozco y que tienen talles para mujeres que comen. Sin embargo, como por mirar no se cobra, pude ver algunos artículos elegantes y de buen tono. No vi- eso sí- a nadie comprándolos.
Había unas cuantas argentinas- notorias por las pilchas, la voz sonora, los cortes de pelo asimétricos y los pelos blanqueados- las canas se pusieron de moda así que ya las lucen sin problemas-. Se meten en todos lados, preguntan, sea o no sea su turno, y no compran nada  porque  bobas no son.
Después de mi pequeña compra, empecé a buscar un lugar donde meterme a comer un churrasco. Finalmente, aunque no me gusta absolutamente nada, hice cola, y entré en un local donde se promocionaba la carne Angus. Después de un rato de espera, me asignaron una mesita chueca- no estaba para elegir mucho- El mozo me tiró la carta, me dijo que “todo salía al mismo tiempo”- porque yo le pregunté qué era lo que salía más rápido- Pedí un bife ancho- que resultó angosto- bien cocido- que salía con un puré de boniato. Es cierto   que no demoró mucho,  pero el puré vino frío, el churrasco era minúsculo-para el precio- y la cerveza “tirada”- probablemente desde la azotea-, resultó un medio vasito de morondanga. 
El bifecito, con el puré frío y la cervecita de morondanga 


Al lado mío se sentaron cuatro argentinos jóvenes. Dieron vuelta la carta para arriba y para abajo, se preguntaron todo, comieron “compartido”- como hacen ellos- y dejaron  una propina mínima. Lo supe por los comentarios que hicieron los mozos. Lo menos que les dijeron fue: “roñosos”. La verdad, es que el asunto de la propina, aunque no está establecido en ningún formulario, tradicionalmente era un diez por ciento de la consumición. Incluso, en algunos lugares, la estipulan/sugieren en la carta. En Estados Unidos, en varios lugares donde iba a comer, era el 15% y guay de que no se dejara lo establecido. Podían salir a la calle, rociarte con nafta y prenderte fuego. Incluso, en algún caso, vi salir al encargado de salón a reclamar “el servicio”. En fin. Yo también pienso que el que machetea una propina es un roñoso despreciable. Tuve una amiga roñosa al máximo.  Y no solo con sus pesos, sino con los míos. Cuando yo dejaba algo más, apartaba un tanto y me decía: “es mucho, guardate algo”. Finalmente, harta de su roñez, dejé de salir con ella. Todo tiene un límite y yo hace tiempo que pienso que no tengo porqué tolerar pelotudeces de ningún tipo.
En los puestos de la Rural, por suerte, la mayoría de la gente resultó amable. Lo que me ayudó a pasar bien la tarde.
El paseo al aire libre, siempre es gratificante.


Precios 

A la vuelta, había problemas de locomoción. Ni loca me iba a tomar un taxi hasta mi casa, así que caminé por Lucas Obes, hasta encontrar una parada. Esperé el 76 –que da la vuelta al mundo- y pude hacer un lindo paseo en ómnibus pasando por distintos barrios.
No se conforma quien no quiere.

La cerveza con más espumita que otra cosa 



viernes, 8 de septiembre de 2017

OTRO RETAZO DEL MANTO EXPIATORIO: COCINAR

En el Clan de la Cicatriz ya escribí sobre el gran retazo que ocupa la escritura en mi vida.  Cocinar es otro que me catapulta a otros mundos donde nada malo me alcanza. Me sirve-incluso- para calmar cualquier inquietud.

Mi abuela Elivia bordaba, tejía, cosía, lavaba, planchaba y cocinaba primorosamente. Yo aprendí con ella, y con varias personas de mi familia.    Después de jubilada pude dedicarle más tiempo; pero jamás fue una actividad suplementaria. Cociné desde niña, porque en todas las familias que me acogieron, había  cocineras y cocineros competentes- y no es que quiera usar  el llevado y traído lenguaje inclusivo, sino que tengo que reconocerle  maestría a  mi padre que hacía todo tan bien como la madre-. Él, había llegado  de su Treinta y Tres natal muy joven a Montevideo, donde para vivir, hizo de todo. Aprendió a vivir en cuartos de pensiones donde se preparaba unos suculentos platos con un primus, que era un ingenioso calentador a kerosén que se usaba mucho. En el “hornito de primus” era capaz de preparar desde  un asadito-con todo, no únicamente la carne y los chorizos- hasta una deliciosa torta que jamás se le quemaba en el tubo. Para él, la cocina era alquimia pura. Y de la mejor.

El clásico "primus" con el hornito correspondiente (Iimagen tomada de Internet) 


 La abuela Elivia, que también era de Treinta y Tres, tenía una “cocina económica”- antepasada de la también antigua  “Volcán”-que supe conocer para deleitarme con sus delicias-. Nunca pude comer unos huevos fritos mejores que los de ella. Los hacía "festoneados"- esto es, con la clara de los bordes, marrón, y la yema "a punto")- Ella era la que podía lapidar a otra,  de esta manera: "no sabe hacer ni un huevo frito".  Además, a mí,  me hacía dos ( aunque mi madre no lo sabía porque era un secreto entre nosotras). Otra maga, sin lugar a dudas.

Una cocina económica parecida a la de mi abuela. ( Imagen tomada de Internet) 


Cuento todos estos pormenores porque en la actualidad, con toda la parafernalia de las redes sociales, basta “bajar” una aplicación en el celular para obtener cualquier receta. Pero yo aprendí en las casas familiares, enseñada por las personas que cocinaban como parte de un proceso absolutamente natural. Nunca oí a ninguna de ellas quejarse por tener que hacerlo. Quizás en alguna ocasión lo que causaba cierto revuelo era la tarea de “pensar”- qué se hacía, para cuántos, y cómo, pero después de resueltos esos pormenores se hacía todo y punto.
 Con todas aprendí “trucos¨” que ahora se presentan en programas de cocina como hallazgos fuera de serie. Por ejemplo, algo tan sencillo como en una cazuela poner los ingredientes en “orden de cocimiento”. Los más duros, primero, los más blandos a lo último, o,   antes de poner una torta en el horno, verificar si la temperatura es la adecuada. Los hornos actuales tienen un termómetro. Antes, se probaba el calor con un papel. Si el papel se doraba, estaba bien, si se quemaba se había pasado de calor. Se sabe que  el calor  es indispensable para lograr cualquier horneado adecuado. Las tortas y budines son delicados. Hay que agarrarles la mano a los ingredientes y al horno. No hay nada más desgraciado que un budín apelmazado. Las personas expertas, saben intuitivamente, cuando un batido está “a punto”-como para ponerlo al horno- y, cuánto tiempo llevará su cocido. Al menos, en mi familia, se rivalizaba por la que sacaba la torta más esponjosa y más sabrosa de todas. Los bizcochuelos de las nonas eran piezas fuera de serie, verdaderas obras de arte culinario.
 Pero también, a veces, en tiempos futboleros, cuando la familia y los amigos se comen hasta los piolines,  se pueden lograr pequeños milagros preparando una “picada” sencilla. Basta con un poco de maña. A mí me ha dado muy buen resultado un  buen paté casero de garbanzos ( humus) sobre unas tostadas con huevo duro, cebollines picados, ajo, rúcula y zanahoria rallada, condimentadas con aceite saborizado. El procedimiento es sencillo, se puede tener todo preparado. El humus se distribuye en pequeños cuencos, se presenta todo el resto de los ingredientes de la manera más práctica posible. Se le pueden agregar otros “dips” tan sencillos como el humus. (Consulten el Crandon-toda una institución- o bájense una aplicación de recetas.)  Y ¡A saborear!
Y si nada de eso es posible, pues bien. No queda más remedio que pedir “comida hecha”. Un verdadero agravio para cualquiera de mis antepasados, porque  la cocina, es uno de los reductos de la felicidad. En torno a ella, se lleva la vida familiar y la de las amistades; tengan en cuenta que sirve para unir.



  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...