En el Clan de la Cicatriz ya
escribí sobre el gran retazo que ocupa la escritura en mi vida. Cocinar es otro que me catapulta a otros
mundos donde nada malo me alcanza. Me sirve-incluso- para calmar cualquier
inquietud.
Mi abuela Elivia bordaba, tejía,
cosía, lavaba, planchaba y cocinaba primorosamente. Yo aprendí con ella, y con varias
personas de mi familia. Después de jubilada pude dedicarle más tiempo;
pero jamás fue una actividad suplementaria. Cociné desde niña, porque en todas
las familias que me acogieron, había cocineras
y cocineros competentes- y no es que quiera usar el llevado y traído lenguaje inclusivo, sino
que tengo que reconocerle maestría a mi padre que hacía todo tan bien como la
madre-. Él, había llegado de su Treinta
y Tres natal muy joven a Montevideo, donde para vivir, hizo de todo. Aprendió a
vivir en cuartos de pensiones donde se preparaba unos suculentos platos con un
primus, que era un ingenioso calentador a kerosén que se usaba mucho. En el
“hornito de primus” era capaz de preparar desde
un asadito-con todo, no únicamente la carne y los chorizos- hasta una
deliciosa torta que jamás se le quemaba en el tubo. Para él, la cocina era
alquimia pura. Y de la mejor.
El clásico "primus" con el hornito correspondiente (Iimagen tomada de Internet) |
La abuela Elivia, que también era de Treinta y
Tres, tenía una “cocina económica”- antepasada de la también antigua “Volcán”-que supe conocer para deleitarme con
sus delicias-. Nunca pude comer unos huevos fritos mejores que los de ella. Los hacía "festoneados"- esto es, con la clara de los bordes, marrón, y la yema "a punto")- Ella era la que podía lapidar a otra, de esta manera: "no sabe hacer ni un huevo frito". Además, a mí, me hacía dos ( aunque mi madre no lo sabía porque era un secreto entre nosotras). Otra maga, sin lugar a dudas.
Una cocina económica parecida a la de mi abuela. ( Imagen tomada de Internet) |
Cuento todos estos pormenores porque
en la actualidad, con toda la parafernalia de las redes sociales, basta “bajar”
una aplicación en el celular para obtener cualquier receta. Pero yo aprendí en
las casas familiares, enseñada por las personas que cocinaban como parte de un
proceso absolutamente natural. Nunca oí a ninguna de ellas quejarse por tener
que hacerlo. Quizás en alguna ocasión lo que causaba cierto revuelo era la
tarea de “pensar”- qué se hacía, para cuántos, y cómo, pero después de
resueltos esos pormenores se hacía todo y punto.
Con todas aprendí “trucos¨” que ahora se
presentan en programas de cocina como hallazgos fuera de serie. Por ejemplo,
algo tan sencillo como en una cazuela poner los ingredientes en “orden de
cocimiento”. Los más duros, primero, los más blandos a lo último, o, antes de poner una torta en el horno,
verificar si la temperatura es la adecuada. Los hornos actuales tienen un
termómetro. Antes, se probaba el calor con un papel. Si el papel se doraba,
estaba bien, si se quemaba se había pasado de calor. Se sabe que el calor es indispensable para lograr cualquier
horneado adecuado. Las tortas y budines son delicados. Hay que agarrarles la
mano a los ingredientes y al horno. No hay nada más desgraciado que un budín
apelmazado. Las personas expertas, saben intuitivamente, cuando un batido está
“a punto”-como para ponerlo al horno- y, cuánto tiempo llevará su cocido. Al
menos, en mi familia, se rivalizaba por la que sacaba la torta más esponjosa y
más sabrosa de todas. Los bizcochuelos de las nonas eran piezas fuera de serie,
verdaderas obras de arte culinario.
Pero también, a veces, en tiempos futboleros,
cuando la familia y los amigos se comen hasta los piolines, se pueden lograr pequeños milagros preparando
una “picada” sencilla. Basta con un poco de maña. A mí me ha dado muy buen
resultado un buen paté casero de
garbanzos ( humus) sobre unas tostadas con huevo duro, cebollines picados, ajo,
rúcula y zanahoria rallada, condimentadas con aceite saborizado. El
procedimiento es sencillo, se puede tener todo preparado. El humus se
distribuye en pequeños cuencos, se presenta todo el resto de los ingredientes
de la manera más práctica posible. Se le pueden agregar otros “dips” tan
sencillos como el humus. (Consulten el Crandon-toda una institución- o bájense
una aplicación de recetas.) Y ¡A
saborear!
Y si nada de eso es posible, pues
bien. No queda más remedio que pedir “comida hecha”. Un verdadero agravio para
cualquiera de mis antepasados, porque la
cocina, es uno de los reductos de la felicidad. En torno a ella, se lleva la
vida familiar y la de las amistades; tengan en cuenta que sirve para unir.
Te felicito, escribes muy bien y me gustó mucho el tema. Tengo recuerdos como los tuyos y la cocina es mi hábitat. Me encantó el último paragrafo, parai tb es un agravio...
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