Cuque Sclavo, el rey de la fantasía también para sus hijos |
DÍAS DE GLORIA
¿De dónde saca
un cronista de costumbres sus temas?
De la realidad. Ni más ni menos.
Lo demás es
cuestión de oportunidad, y, de que esa crónica refleje algún momento
recuperable después, cuando se lea—no importa cuándo—
Cuque Sclavo, como
su maestro, Julio César Puppo, El Hachero,
tuvo oportunidad de escribir sobre las más variadas formas de esa realidad
circundante. A mí me gustan todas sus crónicas, pero este tema, de Días de gloria, tiene un atractivo
especial: están presentes todos sus hijos (tuvo cuatro: Andrea, Ernesto,
Patricia y Claudio). Todos confiaron plenamente en su papá, y él los caracterizó
con alguna certera pincelada. Un
toquecito, chiquito, pero basta para que los lectores captemos lo esencial. No se precisa más. Un
ejemplo: de Claudio, dice: el cerebral
Claudio. (Averigüen ustedes porqué.)
¿Qué es un día de gloria? Un día especial en que
ese papá, al crear estupendas fantasías para sus vástagos, se consagra como “el
mejor papá del mundo” y sale airoso de
peligrosas escabrosidades donde podría haber sido descubierto in fraganti.
Por algún lado
leí, o le escuché—quizás— decir a Roy Berocay que, su sapo Ruperto fue creado para entretener a sus propios hijos. Así, comenzó a elaborar historias que después se convirtieron en magníficas
aventuras que deleitaron a varias
generaciones. De la misma manera, Cuque,
inventaba historias para los suyos. Las historias de Cuque se amparaban en la realidad y en la fe, absoluta, que le
tenían sus chiquilines. Ninguno ponía en duda lo que su papá les decía. Por eso, podía inventar— y lo hacía de
maravillas— manteniendo a sus gurises
tan fascinados como yo, cuando lo escuchaba en la década del ochenta del siglo pasado, en
la Radio Sarandí.
Hoy, también leí
que el estupendo Adolfo Fito Medrick
cuyo juego engalanó al Uruguay durante varios años, falleció de un infarto. Las
crónicas de costumbres recuperan a esos seres maravillosos que se van
irremediablemente, pero que quedan en las letras del recuerdo afectuoso de sus
fans. Que en paz descanses, Fito;
gracias por dar tanto a mi país.
¿Por qué el Cuque escribió esta crónica tan
personal? Porque fue director creativo de la agencia de publicidad Grey, y eso
le permitió codearse con todos estos campeones del basquetbol y de la vida:
como Fito Medrick, Carlos Peinado, Ernesto Malcom, el Bebe Núñez y, —el
director técnico Atilio Caneiro— de quien no encontré una foto que pudiera levantar porque no hay en Internet más
que algún reportaje de Carlos Muñoz. Por supuesto, esta proximidad le dio también oportunidad de
traerles camisetas firmadas a su gurisada que resultó fanática del club, de su
técnico y de sus jugadores. Vean cómo desarrolló el Cuque su "profesión de padre".
Lean Días de gloria y disfruten los avatares de la fantasía— una materia que no se debería abandonar nunca—
Jorge Cuque Sclavo
A un hombre o a
un mono, más o menos hábil, puede enseñárseles a hacer cualquier cosa. Todo.
Menos ser padre. Es una carrera que le cuesta a uno la vida, y, a veces, se
muere sin obtener el título. Debería haber una Universidad que incluyese esa
carrera por la cual uno rinde exámenes toda la vida y un poco más (pienso en el
testamento.)
La profesión de
padre, como la de humorista, es lo suficientemente importante como para que no
se autodenomine como tal. Sucede como con los apodos, se lo tienen que poner a
uno los demás. Si así sucede es que uno lo es, y entonces se enterará de que
nadie le escribió un tango al “padrecito” o por lo menos no tantos como se han
dedicado de modo exuberante a “la madrecita santa y buena”. De realizarse estos
cursos pienso que “Fantasía” debería ser una materia obligatoria durante toda
la vida. Como que debía abarcar curricularmente desde “Fantasía 1” hasta
Fantasía 85º o 90º “.
Yo comencé mis
cursos diciéndole a mis hijos que acompañé al Capitán Nemo en sus 80 Leguas de
Viaje Submarino, que fui pivot de la Selección Celeste de Básquetbol de tan
brillante actuación en las Olimpíadas de Londres, que el verdadero 5º Beatle
era yo, que suplí a Morán cuando se fue de la Orquesta de Osvaldo Pugliese (ejemplo
que copió mi hermano Tito haciéndoles creer a sus hijos que él era el cantor
Miguel Montero de esa misma orquesta. En fin, como decía Enrique Almada, no se
puede ensayar con la ventana abierta).
Aunque un día de
gloria se me dieron una serie de felices coincidencias. Era un tiempo de
básquetbol cercano a los ’80, cuando se televisaban los partidos y había
comenzado el exilio de jugadores extranjeros hacia nuestro país, de la talla de
Malcom, Steineman, Medridck. Sporting tenía dos, gracias a su sponsor Toshiba,
el que felizmente era cliente de Grey, agencia de publicidad en la cual,
entonces, yo era director creativo. De modo tal que, aunque hincha de Reducto y
Olivol, me tuteaba con Sporting y eso permitía traerles a mis hijos camisetas
firmadas por Carlitos Peinado, y el Bebe Núñez. Por supuesto, los chiquilines
se hicieron hinchas fanáticos de Sporting, de aquel cuadro de campeones tales
como los hermanos Peinado, el durito
Arias, el canario Echevarren y los panameños Malcoln y el Fito Medrick, junto a
un Núñez de novela. Allí se inició
mi único examen aprobado en la materia
“Fantasía”.
Todo comenzó una
noche en que estábamos mirando en la tele un partido en el cual Sporting veía
muy amenazada su chance de triunfo. Fue entonces que se me ocurrieron las
falsas llamadas a Atililio Caneiro, D.T. de Sporting, durante los intervalos y
con el fin de darle instrucciones para los cambios tácticos y de hombres.
Aconteció esa primera noche que, milagrosamente, Caneiro como que me hizo caso
y Sporting ganó ampliamente durante el 2º tiempo.
Se sucedieron
los partidos y menudearon mis falsas llamadas, pero Sporting llegó a una final
reñidísima, creo que contra Bohemios. Vivíamos entonces en una casa chica pero
de dos pisos. Abajo, justo esa noche, olvidando la angustiosa final o quizá
para escurrirle mis glúteos a la hipodérmica, había invitado a amigos para
tomar unas copas. Y comenzó la final. Arriba, angustiados, los gurises miraban
la tele. Abajo, distendidos, nos evadíamos de las tensiones de la publicidad
hablando de…publicidad.
Cada tanto se
oía pasos agitados que hacían temblar las escaleras de madera, cuando bajaban los
botijas para comunicarme cómo iba el partido.
—Vamos arriba
nosotros, 7 tantos. Carlitos embocó dos libres.
Nuevo
estremecimiento de escalera, pero para arriba. Ese era Ernesto.
— ¡Papá! ¡Nos
alcanzaron! ¡Hacé algo!
—Tranquila Pata.
Papá sabe… Lo llamo a Atilio cuando termine el primer tiempo, como siempre.
Leve temblor de
escalera. Esa era Patricia, la más chica.
La situación se
agravó. Tanto como para que el cerebral Claudio abandonase la tele y bajase a
zancadas la escalera.
—Papá, llamalo
ya. Terminó el primer tiempo y vamos 7
abajo, ahora.
El lector
recordará cuando le dije que esta historia estaba hecha de felices
coincidencias. Justo en ese momento, justo cuando estaban todos los gurises
pendientes, junto a mí, sonó el teléfono. Era doña Aída, mi madre, que no
entendía nada de lo que le decía:
— ¡Al fin
Atilio! Ya creía que no me ibas a llamar. Sí. Estoy viéndolo aquí con unos
amigos. Escuchame. No. No cambies el esquema de juego. Está bien. Lo que tenés
que hacer es rotar los hombres. Vas a desconcertarlo a Ramiro. Además sacá al
Fito y poné al durito Arias a los cinco minutos. ¡No! ¡A los cinco te dije! ¿Me
oíste? Ponelo de playmarker y a Marcelo y a Carlitos haciendo doble pivot. Lo
vas a enloquecer y van a descuidar el rebote. Ahí es cuando entre el Canario y
Fito los llenan. O por lo menos, te asegurás un final con ellos cargados de
faltas. Que el Durito tire, media distancia a una mano. Y el Canario dos manos
sobre la cabeza que es su tiro. ¡ Chau! Y no me llames hasta que termine. Si
no, se van a dar cuenta y te vas a quedar sin laburo. Te veo. Y ¡suerte,
Atilio!
Adolfo Fito Medrick, Ernesto Malcom, glorias del básquetbol ( Foto archivo El País.) |
Estábamos
discutiendo abajo sobre una campaña de cigarrillos light que había hecho otra
agencia de la competencia, cuando bajó la Pata y, jubilosa, me dio un beso.
—¡Papá! ¡Atilio
hizo lo que le dijiste!
—Y …¿cómo vamos
nosotros?
—Un tanto arriba
nosotros. ¡ Sos grande Pá!
Al rato.
—¡Papá! ¡ Papá!
Reaccionaron y nos empataron. Vamos al alargue.
—¿Cómo están
ellos?
—Como le dijiste
a Atilio. Muchos fouls y están jugando con el banco de suplentes.
Se oyeron gritos
arriba. Era el arranque del alargue.
—Andá a verlo,
Patricia—le dije.
Suena el
teléfono. Atiende mi mujer.
—Es Andrea, tu
hija. Dice que lo llames ya a Atilio.
—¡Otra más!
Decile que yo sé lo que hago. ¡ Que confíe en mí! Desde arriba llegan nuevos
gritos. Se oye una estampida en la escalera que hubiese ruborizado al propio
Howard Hawks y las vacas del Río Rojo, aquella con Montgomery Clift.
—¡Papá! ¡ Papá!
¡Ganamos!
—Sos el mejor
papá de todos los tiempos.
Carlos Peinado ( Foto de Marcelo Bonjour) |
—Llamalo a
Atilio.
—No dejá que
disfrute. Se lo merece. Es mi mejor alumno. En todo caso, si él quiere, que me
llame.
No me llamó y
pasé un tiempo pensando en cómo salir triunfal si alguna vez me topaba, delante
de mis hijos con el Sr. Caneiro.
Y la ocasión
llegó cuando ya casi había olvidado el incidente. Sucedió durante mi licencia,
en Parque del Plata, mientras mateábamos con mi perro Samuel y escuchábamos el
informativo:
“Luego de sacar
campeón a Sporting, Atilio Caneiro aceptó ser el director técnico de Peñarol.
Pero aclaró que recién comenzaría a trabajar luego de su licencia que pasará en
Parque del Plata”.
Esa misma
mañana, cuando iba con mis hijos caminando por la orilla del arroyo, vimos
venir a Caneiro con unas cañas. Mis hijos que ignoraban lo de Peñarol, gritaron
exaltados:
—¡Papá! ¡ Ahí
viene Atilio!
—Cállense. No
hagan bulla. Ignórenlo.
Atilio pasó al
lado nuestro. Ignorándonos.
—Pero, ¿por qué,
papá? —dijo Claudio, compungido.
—Es un traidor.
Yo no quise decirles nada a ustedes, para no amargarlos. Después del triunfo
nunca más me llamó. Y encima hoy me enteré de que se va para Peñarol. ¿no se
dieron cuenta de cómo me miró? Con el rabo entre las patas… Después de todo lo
que hice por él. Vamos a bañarnos. Así me saco la calentura. Un día cuando se
me pase, lo voy a llamar. ¡ Y me va a oír!
Los escritores dan risa
Banda Oriental
2004
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