lunes, 26 de noviembre de 2018

RECUERDOS DE “VILLA LA PAZ”: “LA CASA DE AL LADO Y EL TONY”

Parroquia de la Ciudad de la Paz ( foto tomada de Internet)

Algunas veces me referí a La Paz, Canelones, como “el pueblo” porque eso era cuando mi padre me llevó con su familia. No era ciudad, sino “villa” La Paz. Así nomás. No tenía la suficiente cantidad de ciudadanos como para ser nombrada “ciudad”. Eso fue después, cuando yo ya estaba afincada allí y luchaba a duras penas para  adaptarme a esa nueva e infeliz situación. El cambio—ya lo expresé muchas veces—fue brutal. Además de la inesperada pérdida de mi madre, me tuve que adaptar a una familia que no conocía y a un régimen bastante diferente al que estaba acostumbrada. Mucho más conservador, más “cerrado”, con un vecindario curioso que me observaba detenidamente. Blanca, rubia, de ojos claros, ¿Cómo había hecho ese “negro retinto con un ojo de vidrio”, para tener una hija así? Él lo explicaba jocosamente y yo también. Y no lo voy a repetir porque ya lo escribí. De a poco, fui haciendo nuevas amistades. La escuela pública, era bastante diferente a la de monjas, pero, paulatinamente, me  fui vinculando. Nunca  tuve muchas amistades. Ni siquiera en la escuela de monjas. Por selección natural, quizás por temperamento, porque  nunca fui demasiado sociable. No huraña, pero sí selectiva. Y de esa selección me quedaron  amistades para toda la vida. Eso sí.

Al lado de mi casa,  por ejemplo, vivía un varoncito  más o menos de mi edad. De vez en cuando teníamos alguna actividad. El hula hop, por ejemplo, fue una de ellas. Su padre le había hecho un aro de metal— mucho más pesado que el original—Ensayábamos el nuevo baile con más o menos suerte.
 En la misma cuadra, había una niña  que venía a jugar conmigo alguna tarde, y, enfrente había otra niña “única” con la que también jugábamos. De todos modos, nunca  llegamos a ser  verdaderamente amigas.  
Un buen día, a mitad de la cuadra vino a vivir una familia completa: padre, madre y cinco hijos de distintas edades: tres varones y dos chicas. Los chicos, mayores pero jóvenes, las chicas, una joven y la otra una dulce  niña más o menos de la edad del jurguillo de mi hermana—la del medio— (La más chica aún no había llegado).
¿Cómo llegué yo a esta nueva familia? Muy sencillo.
La niña Marita, rápidamente se hizo amiga del jurguillo. Un día sí y otro también, recibía patadas, mordiscones y cachetazos de la brujita. Y a mí me tocaba consolarla y llevarla— lloriqueando— para su casa. La madre que era parlanchina y simpatiquísima me convidaba con alguna torta frita, con algún mate, y    así empecé a frecuentar la “casa de al lado”.
Como ya expresé; los varones eran “grandes” (al menos para mí que andaba por los once años) y jodones. No había ningún día que no me gastaran alguna broma sobre las formas que se me empezaban a insinuar, o sobre cualquier otra cosa que se les ocurriera. El Nene era el mayor y ya era casado. El Negro y el Chito  se casaron  por esas épocas. El Tony era el más chico y el único soltero disponible, aunque siempre con alguna novia. Siempre fueron habilísimos para los sobrenombres. Tony tuvo una novia  a la que habían apodado “La Tarzana”. (Era una morocha de físico imponente,  que caminaba como el Rey de los monos). Como decía  el Cuque: “el apodo  te lo ponen los demás y vos solo te tenés que acostumbrar a llevarlo lo mejor posible”.
En esa familia, siempre estaban de buen humor. El más parco era el padre, pero todos los demás eran unos disfrutables cascabeles.
En un carnaval de la villa, se vistieron de comparseros y salieron  con tamboriles a recorrer las calles. Los varones tocaban, y,  la Tere, —que tendría unos 18 o 20 años, en la época que recuerdo—bailaba delante de la comparsa con una gracia inolvidable. Obviamente, la candombeada no fue bien recibida en un pueblo que se caracterizaba—como todos los pueblos— por ser conservador. Y ni que hablar que La Paz, lo era.  Mi padre intentó prohibirme frecuentar a mis nuevas amistades, pero cuando tenía catorce años,  le armé flor y nata  de batahola. Ya estaba aprendiendo a defenderme yo solita. Nunca me permitió bailar candombe, cosa que deploro hasta ahora; pero me quedó  un gran  consuelo: mi hermana chica lo baila estupendamente bien. Da gusto verla bambolear las caderas.
El Tony, (calculo que en esos tiempos andaría por los 18 años),  era un morocho descomunal, de amplia sonrisa y de carácter alegre. Partía las piedras.  Nunca lo vi enojado o de mal humor. Yo, a los quince años, ya había empezado a batallar por mi libertad: me conseguí trabajo, tenía dinero para salir, y algunas veces iba al cine con él y con   la Tarzana. Él,  gentilmente, le pasaba un brazo por los hombros a ella y el otro a mí. Yo, chocha. No me enamoré de él porque yo también tenía una  colección de pretendientes de distintos pelos: bodegueros; mecánicos; bancarios; carniceros (unos cuantos, porque La Paz tenía muchas carnicerías—) enfermeros— había más de uno que partía los ladrillos con uniforme y gorrito blanco— y  baristas. De todo un poco. Tanto que el  primer novio que me eché—de aquellos que pedían permiso para visitar— era radiotelegrafista. Y era “exótico” porque además de ese oficio,  era de las Piedras.
En esos años, Tony empezó a trabajar  al lado de la colchonería de mi padre. Creo que era un depósito de materiales donde se procesaban rellenos. Lo recuerdo porque una noche hubo un incendio y trabajamos codo con codo para que no se extendiera al galpón de lana de la colchonería. Me parece que fue por esos años cuando Tony empezó a militar. Mi padre, que era colorado— decía que era  “de Luisito”— no aguantaba nada que tuviera el mínimo tufo izquierdista. Y lo señalaba así: “es un  buen muchacho, pero,  es comunista”. Como si eso fuera un pecado mortal. (En el pueblo lo era, por supuesto. Los comunistas eran seres raros, exóticos,  extraños al contexto, donde únicamente se estilaban los colorados y los blancos. El FA no existía aún. Es de 1971).
En 1965 me vine a vivir a  Montevideo, en 1967 me casé  y le perdí la pista al Tony a su familia. Recién ahora me contacté por  Facebook con Marita y con Tere.   De todas maneras, siempre  me quedaron gratos recuerdos de todos ellos, en especial del Tony que era el menor y el más cercano a mí.  En realidad, en  esa “casa de al lado” siempre encontré alegría, buena onda,  refugio y generoso afecto.



1 comentario:

  1. Alfa te cuento que el Tony tenia 12 años mas que yo asi que si viviera ayer habria cumplido 78 años,la Tere tiene 14 mas .Y si yo y el jurguillo tenemos la misma edad,ella cumple creo que en setiembre y yo en octubre,66 años.Te quiero mucho,recordar esos tamboriles,que llevamos de la calle Isla de Flores y gaboto.!!! Tere estudiaba en la UTU y se pasaba con sus amigas en el conventillo.!como no iba a bailar!!!

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