jueves, 28 de febrero de 2019

EN EL PEDREGULLO

Con Nacho Cardozo, en el Pedregullo

En el teatro de verano Ramón Collazo, hay una zona que se denomina: “El pedregullo”. Hay algo de pedregullo por supuesto, pero también está la plaza de comidas desde donde parten los olores más apetitosos que colaboran eficazmente como parte del ambiente. Las ofertas son tentadoras y caras. Desde una coca cola a $ 100 (que se adquiere en los mercados de plaza a $ 40 más o menos) o una muzzarella a $ 120. Las murgas bromean con esos precios que no son aptos para llevar a una familia, todos los días.
En ese ambiente, generalmente distendido, se hacen los reportajes y se sacan fotos con los artistas del momento. Todos lo saben y se prestan de buena gana, con cuanto celular ande en la vuelta.

A la prueba me remito. Ilustro mi nota con una foto con Nacho Cardozo, enormísimo coreógrafo, bailarín, y actor a quien abordé- por supuesto- en el Pedregullo, y que  supo acceder, siempre amable y  sonriente.
Lo mismo me pasó con R. (Lo nombro por inicial, pero todos los podrán reconocer como el magnífico actor que es) a quien tuve el gusto de conocer cuando era un niño, porque el padre era cobrador del Sanatorio Evangélico, y yo, en mis años mozos, era socia de la institución. El padre, iba a cobrarme la cuota, y siempre lo acompañaba uno de los hijos, que eran cinco.  ¿Cómo reconocí a R? ¡Porque es igual al padre! Pensé que con seguridad era uno de los niños “R, los del arroyo”. -Así los denominábamos, porque vivían en la costanera- Es decir: no eran unos “R” cualquiera, sino “los del arroyo”, que acompañaban al padre en sus cobranzas.
Reencuentro con  R, uno de los "del arroyo" después de muchísimos años 

Me di a conocer, lo mismo que a mi esposo, lógicamente, los recuerdos afloraron en unas rápidas pinceladas del barrio: los vecinos, la zona, y, el club de fútbol, que aglutinaba a todos los chicos y grandes del lugar. Los chicos, iban a jugar, y los grandes a departir después de las jornadas laborales, a conversar de bueyes perdidos, (pocos, porque era la época de la dictadura)  a jugar a las cartas o al billar, y a “bajarse alguna  virundela” para distenderse después de trabajar. Era un barrio de gente trabajadora, casi todos dependían de algún sueldo para vivir y los entretenimientos eran acordes con esa época sin internet, sin  redes sociales virtuales, y con pocos aparatos de televisión. (No todos lo tenían, por ejemplo: nosotros.)
Mi esposo trabajó mucho honorariamente- como era su costumbre- para el club de fútbol Los Ángeles. Entre unos cuantos parroquianos  que se juntaron y  dedicaron, lograron, por ejemplo,  las luces para la cancha,  alquilaron una casa para la sede, y mantuvieron durante años una institución que  sirvió de “centro barrial”. Mi esposo, hizo un grupo de “amigos del club”. Después nos dedicamos a estudiar y nos mudamos de barrio, pero sé que el club quedó en la memoria del barrio como una institución digna de recordar.
Me dio mucho gusto poder saludar a R. Es un claro símbolo de una época donde todos los del barrio nos conocíamos y nos saludábamos. Nada que ver con la actualidad. Vivo en Punta Carretas hace más de veinte años, pero no se constituyó en un barrio como el del Prado. Apenas saludo a algunos vecinos del edificio y quizás a alguna más de enfrente, pero no se dio el caso del feliz  aglutinamiento que hubo en el otro barrio.
¿Cambió la época? ¿Cambió la gente? ¿Cambiamos todos, sin darnos mucha cuenta? Quizás.
Por eso, me armé de valor y me acerqué a saludar a R. Y creo que fue un momento de reconocimiento y de gratos recuerdos.


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