jueves, 28 de marzo de 2019

RECETARIO

Mi primer recetario con mi pomposa firma de recién casada 



En una época en que los asuntos de la “paridad” de géneros es una moda indiscutible, yo, bastante anterior a estas modas, exhibo  mi primer recetario de recién casada.
Como se puede apreciar en las fotos, se trataba de un recetario Royal- polvo de hornear que aún sigue campeando en las cocinas montevideanas-. Me lo regaló un cartero que distribuía la correspondencia en la Curtiembre Branáa. Yo trabajaba en las oficinas; me había casado a principios de 1967, y estaba muy contenta por haberme “inaugurado” como incipiente “ama de casa”. No sé cómo mostrar ese orgullo que tenía por haberme incorporado a una categoría que –para mí- era de lo más llamativa. Sobre todo, porque mi familia no se destacaba por ser realmente, de lo más afín con ese rubro. Sin embargo, yo ingresé a él con la mayor de las inocencias y plena de felicidad. Económicamente éramos muy pobres. Nos sustentaban dos sueldillos miserables que unidos, no alcanzaban más que para llegar a mitad de mes. El resto lo pasábamos como podíamos. Generalmente pidiendo “adelantos” para campear la miseria hasta el siguiente mes. Recuerdo, que en crudos inviernos- que para mí, siempre fueron siempre aterradores, porque el frío me afectó siempre muchísimo- no tenía dinero para comprarme medias ni ninguna otra  prenda de abrigo. Iba a trabajar con unas miserables mediecitas tres cuartos que me dejaban la mayor parte de las piernas al aire (no era común usar pantalones). Es muy probable que mi aspecto pareciera ridículo, pero, la  alegría del nuevo estado era tanta que me daba para paliar la falta económica y de abrigos más considerables que los que tenía. En la Curtiembre, me regalaron unos “cortes” de cuero, y, uno de los gentiles fabricantes   me hizo un abrigo considerable de descarne, forrado en cuero lanar. Pesaba un montón de kilos pero me salvó del frío de varios inviernos crueles. De noche, lo colocaba en la cama, y seguía sirviéndonos  para darnos el suficiente necesario calor. El resto, lo ponía nuestra juventud.
En  un minúsculo apartamentito alquilado ensayaba las recetas. Todas ellas deliciosas. Tanto las saladas como las dulces. Cuando llegó mi primera “cocina eléctrica” con horno ídem, pude “ensayar” más y mejor. De paso, la “eléctrica” caldeaba todo el minúsculo ambiente, así que mientras cocinaba  podíamos disfrutar de una agradable temperatura. No pude disfrutar todo lo que hubiera querido porque el precio del experimento trepó a las nubes siderales y tuve que cortar la delicia del calor para no morir en la demanda. Aprendí- hasta ahora- que la energía eléctrica, o cualquier otro tipo de energía- no es, de ninguna manera,  gratis, y se debe cuidar muchísimo el consumo porque el exceso puede resultar muy nocivo para la salud económica.
Con este recetario aprendí a ahorrar, a no ser excesiva, y, a hacer las comidas de manera que fueran “rendidoras” y que no se desperdiciara nada. No eran tiempos de “freezer” ni nada por el estilo, así que había que aprovechar más y mejor todo lo que se elaboraba.
Por ejemplo: la deliciosa pascualina, tenía como suprema finalidad, durar un par de días. Se complementaba con arroz, con ensaladas o  con papas. Y así, su rendimiento mejoraba notablemente.
No soy la única que guarda el clásico “Recetario Royal”, el mío está manchado por la vida, viejito, descolado, pero siempre útil. Por suerte.

 
Descolado, pero aún útil 


  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...