Hace muchísimos años,
cuando yo era chica, una maestra de
canto trataba de enseñarnos a cantar una
canción de Aníbal Sampallo: “Río de los pájaros pintados”. No se usaba entregar
la letra escrita, sino que se aprendía de memoria, estrofa por estrofa. Yo
cantaba lo que oía. En primer lugar cantaba “TOR” (que no tenía ni idea de lo
que significaba) y después “casita”-es decir una casa chiquita-. Así fue ese
primer año. Más adelante, cuando tuve el debido conocimiento supe que lo que yo
cantaba era un verdadero disparate. En los pagos de mi padre, que era de
Treinta y Tres, conocí a una “torcaza”- y lógicamente lo que decía la canción
era eso: “torcacita” pero una niña de ciudad que jamás en su vida había visto
una, no tenía ninguna manera de saberlo.
Ya mayor, tomé unos cursos para” mejorar la
conversación” en inglés. En la prueba final pusieron una canción del “reno de nariz
roja”. No entendí un pepino. Quedé muy angustiada. Al llegar al colegio le
comenté a un amigo norteamericano de mis zozobras en la prueba. Y sin dudar me
cantó la cancioncita sin ningún empacho. Claro. Pertenecía a su cultura. No a
la mía. Yo jamás había visto a un reno “de verdad”-y menos de nariz roja-. (Debo
confesar que ahora tampoco).
En base a varias
de esas circunstancias, me di cuenta de
que la “comprensión lectora” depende de muchas “variedades” y no únicamente del significado de palabras-
que pueden ser múltiples y de muchos colores-. Aprendí técnicas para
enseñar “comprensión” en mis clases. Hice
de todo. Presentaba canciones, para “rellenar” con palabras clave, para ver si
habían captado además del significado “literal” el (o los) metafóricos. Con
suerte distinta según los casos. Hace poco, después de muchos años, un ex
alumno me contactó para decirme que se acordaba de una práctica que le sirvió
para la vida. Me hizo muy feliz. Por cierto.
Durante muchísimos años
una de las mayores preocupaciones de mi preparación para las clases estuvo
relacionada con la motivación. Trabajé en algunos liceos de Montevideo durante
mis primeros años, pero después, por circunstancias de la vida, terminé
enseñando en un liceo norteamericano.
Ahí me bajé del
caballo. No conocía el sistema, y tuve que adaptarme, haciendo cursos que me
habilitaran al nivel exigido, que, muy distinto al uruguayo, era demandante
y complejo. Ya desde el primer día me lo señaló el Director: “La entrada es a
las ocho”. Y agregó: “American time, not
Uruguayan time”. Con eso estuvo casi todo dicho. Enseñé más de veinte años en la institución y
después- a la mínima edad exigida (60)-me jubilé.
Hace poco, en
una de esas limpiezas “tipo Marie Kondo”, tiré todas las carpetas con
ejercicios, canciones, poemas, y estrategias obsoletas en la actualidad. Pensé:
“Ya no debe haber ninguna docente que utilice canciones para “rellenar blancos”
y “fijar vocabulario”, como yo lo hacía”. Pero apareció este antiguo alumno que me contactó para
decirme que sí se acordaba de una
canción que yo había llevado a clase para “llenar blancos” y “desentrañar”
significados. En ese caso, llevé –incluso- el título en blanco. Era “Canción
para….” Y, después de considerar el
vocabulario y “rellenar” debían poner canción “para quién”. Ahora, después de
tantísimos años, me confesó que, a partir de la letra de la canción, empezó a
prestar atención a los “significados” de letras y poemas, porque logró entender
que las palabras se llenan de significado cuando se comprenden a conciencia.
Felizmente, la
canción aún aparece en youtube. Fue emblemática de una generación, y después se
siguió- y sigue- cantando en la “noche
de la nostalgia”. Esa fiesta uruguaya que tanto nos caracteriza.
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