lunes, 1 de julio de 2019

DE PERFUMES

Marcó época en el siglo pasado


A mí me  gustaron siempre.
 Uno de los predilectos de mi madre era el Chanel Nº 5. Probablemente porque según tengo entendido, la diva de los 50,  Marilyn Monroe, había dicho que dormía desnuda, “solo con unas gotas de ese perfume”,  y con esa declaración había dejado boqueando a más de uno.
Fue un perfume que marcó toda una época. El que tengo es antiguo, y ya no tiene el mismo aroma, pero cuando recién lo compré me traía a mi madre, vestida con elegancia, de trajecito, tacos altos, cartera— haciendo juego con los zapatos y los correspondientes guantes—. Siempre la recuerdo bien vestida, incluso  con su ropa de fajina: túnica almidonada, gorro y  zapatos de taco. Todo blanco.
La ropa quedaba, almidonada y planchada   en una percha y, a la mañana, muy temprano, se duchaba, vestía y perfumaba. Dejaba una clara estela de su presencia cuando se iba.
Cuando se preparaba para salir de paseo, hacía un show que  me encantaba. Se maquillaba con mucho  esmero y naturalidad: labios bien rojos y uñas al tono. Se sacaba el exceso de rouge con una servilleta de papel que dejaba impresa con sus labios, y se observaba, muy coqueta, en el espejo. Invariablemente al final, iban las gotas de perfume atrás del lóbulo de las orejas, y en las muñecas.
Otro, que usaba con frecuencia, se llamaba “Maderas de Oriente”. Traía en su interior, un pedacito de madera, que, supongo, representaba el nombre del mismo. Efectivamente era una fragancia “amaderada”, que mi madre sabía llevar con su elegancia habitual.
En mi adolescencia y juventud, tuve varios favoritos, según las circunstancias.
De mis años mozos, recuerdo el perfume  Ô (de Lancome). Embriagador y persistente.
Hubo dos más  que marcaron mi juventud y  estilo: Arpège y Lou Lou,  con características similares.  Sin embargo, el que más me gustó y usé por bastante tiempo, mientras fui novia de uno que trabajaba en el aeropuerto, —él,  se lo compraba a  las azafatas viajeras y tenía el prestigio de venir de París, con su aroma francés—, se llama (o llamaba porque no lo usé más), Ma Griffe. Me lo regalaba con los cartones de   cigarrillos mentolados Salem que yo fumaba sin ningún remordimiento.

  ¿Dónde quedaron esos perfumes de antaño—como el Ma Griffe— que recuerdo con tanta precisión como las primeras medias negras cancán que tuve en mi vida?

Irresistibles


Después, paulatinamente,  me fui mudando   a otros perfumes, —siempre buscando que fueran persistentes—.
Últimamente me he quedado con tres: Extravagance, Giorgio y Charly. Cuando se tiene una cita, no hay nada más aconsejable que usar uno de ellos: si el tipo llega a tener algún compromiso, deberá bañarse antes de irse— porque son sumamente perceptibles para todas las mujeres—conejo—. Por lo tanto,  no se pueden escapar de ninguna manera. Por otra parte, si lo que se quiso es “marcar presencia”, si no se logra con alguno de ellos, se pueden ir olvidando del susodicho. No lo atraerán nunca más con ningún otro aroma. Demostraron ser inamovibles. Pero si la atracción se produce, es decir, si se relaciona el aroma con la mujer que lo lleva, aún mareados hasta el vértigo, no se irán más. Eso, denlo por seguro. Totalmente.

Pero eso sí: hay que lograrlo. Inténtelo con Giorgio. Después me cuentan. 


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