El peligro acecha. ¿Se perderá para siempre el trato persona a persona?(Imagen tomada de Internet) |
Recibo asiduamente ofertas
de ventas de todo tipo y por todas las vías habidas y por haber. Hace unos días encontré una que parecía conveniente: un pantalón deportivo que vendía
una empresa instalada hace poco en el
país y que tiene sede en el Punta Carretas Shopping. Después de la práctica de Taichí,
decidí cruzar para probármelo, porque nunca me convencen las compras sin
examinar la prenda.
El negocio estaba vacío.
Pocas empleadas deambulaban como sonámbulas. Me dirigí a una de ellas para ver
la prenda en cuestión y en forma muy distraída me indicó que me dirigiera al
primer piso. Busqué la escalera mecánica correspondiente. Di vueltas en el
primer piso hasta que ubiqué el pantalón. Me dirigí a otra vendedora tan
distraída como la primera para ir al probador a verificar medidas, y, sobre
todo el largo. Fui al probador. Comprobé
que me servía y volví al punto de partida en el primer piso, donde otra persona
me dijo que para pagar debía ir a la planta baja. Vuelta otra vez, al comienzo
del periplo. En la caja, se acercó una con paso de diva de cine, comprobó la
compra y me quiso cobrar más de lo que estaba en oferta. Se lo dije y llamó a
un encargado- muy tatuado él- que acudió pero no solucionó nada. Al contrario.
Me informó que debía hacer la compra por
internet e ir a retirarlo después.
Como comprenderán: no lo
compré. Tampoco le auguro mucha permanencia a la tienda que no tiene ni vendedores ni encargados que sepan qué hacer
en cada circunstancia.
Pero este episodio tan
nimio, me hizo pensar en otras situaciones del mismo o similar tenor.
Las molestias que se
ocasionan en esta época de carnaval
electoral son múltiples. Hay ofertas de todo tipo. En general, me
despiertan temprano para ofrecerme-por teléfono, la red más antigua- la lista de Talvi, o la de Manini Ríos, o la
de Lacalle Pou o la de XX. No importa quién sea. El FA hace otro tipo de
propuestas trabando el tránsito para los banderolazos. Las manifestaciones
también causan fastidio, porque desvían el tránsito para que pasen los adeptos.
Y ni que hablar de los clubes políticos. En la esquina, hay uno de Lacalle Pou
que logró mortificarme por completo con una canción que repiten a toda voz
hasta el hartazgo: “Yo me voy con Aparicio”.
Además del carnaval
electoral, que no se justifica de ninguna manera, porque es larguísimo, están las ofertas que se reciben por mail y
por el celular. No sé cómo consiguen los números. Yo, hasta saqué de la
guía telefónica los míos, porque es
apabullante la cantidad de mensajes que recibo con las más inverosímiles
ofertas. Hay de todo, como en botica: ventas de empresas fúnebres, ventas de parcelas en el Parque del Recuerdo, ventas de seguros de
vida, ventas de sociedades médicas, ventas de seguros, ventas de sociedades de compañía- que harán
más llevadera mi existencia y, que impedirán que me caiga y fracture en mi
propio hogar-. La mayor parte de las veces tengo que cortar abruptamente porque
las han preparado para joder a más no poder. Y no me queda otra alternativa que
decir con aire empecinado: ¡No quiero ningún servicio! (No puedo decir que ya
tengo porque de inmediato quieren saber a quién tengo contratado).
Hoy terminé de ver una serie
policial que de una manera oblicua se
relaciona con este tema: Se trataba de un violador serial con mucha práctica
que nunca transgredía en el mismo estado sino que se iba moviendo de un lugar a
otro. Sus víctimas eran mujeres de distintas razas, pesos y edades. Además de violarlas repetidas veces, con las
manos atadas, las humillaba con aberrantes procedimientos y les sacaba fotos. La
primera víctima, no fue creída por la policía porque tenía un historial de hogares de acogida en los que no se adaptó, y, por eso, la policía consideró que había inventado la violación y la demandaron
por mentir. Cuando dos detectives
mujeres, atando cabos sueltos en todos los estados, llegaron a descubrirlo, ella, le dijo a uno de los policías que no le creyó y la
acusó: “Me dieron dinero, me resarcieron por mis zozobras, pero hay algo
que nadie me brindó: disculpas”.
En ese momento, el policía
le pide las disculpas del caso, y le dice que lo siente mucho, mucho, mucho.
Solo en ese momento.
Pues bien.
A mí me gustaría que la
empresa Renner me pidiera disculpas por no tener sus precios actualizados en
Facebook y en las tiendas,-el mismo en ambos medios- que corrigiera la malísima atención de sus funcionarios y que
los enseñara a tratar al público, solucionándole
los problemas y no complicándole la
vida; que los clubes políticos entendieran
que en este barrio- y en todos- vive gente que trabaja y no puede estar
oyendo a voz en cuello, desde temprano, y hasta que las velas ardan, las horrorosas canciones de sus propagandas;
querría también que se prohibiera
terminantemente invadir hogares por teléfono con propuestas de ventas de
servicios, y que cesara toda la propaganda -que ya vemos en televisión durante
más de veinte minutos en cada corte de lo que se está viendo-.
Creo que me lo merezco. Yo, y todas las víctimas como yo.
Creo que me lo merezco. Yo, y todas las víctimas como yo.