lunes, 23 de septiembre de 2019

REDES NET

El peligro acecha. ¿Se perderá para siempre el trato persona a persona?(Imagen tomada de Internet)

Recibo asiduamente ofertas de ventas de todo tipo y por todas las vías habidas y por haber.  Hace unos días encontré una que parecía  conveniente: un pantalón deportivo que vendía una  empresa instalada hace poco en el país y que tiene sede en el Punta Carretas Shopping. Después de la práctica de Taichí, decidí cruzar para probármelo, porque nunca me convencen las compras sin examinar la prenda.
El negocio estaba vacío. Pocas empleadas deambulaban como sonámbulas. Me dirigí a una de ellas para ver la prenda en cuestión y en forma muy distraída me indicó que me dirigiera al primer piso. Busqué la escalera mecánica correspondiente. Di vueltas en el primer piso hasta que ubiqué el pantalón. Me dirigí a otra vendedora tan distraída como la primera para ir al probador a verificar medidas, y, sobre todo el largo. Fui al probador.  Comprobé que me servía y volví al punto de partida en el primer piso, donde otra persona me dijo que para pagar debía ir a la planta baja. Vuelta otra vez, al comienzo del periplo. En la caja, se acercó una con paso de diva de cine, comprobó la compra y me quiso cobrar más de lo que estaba en oferta. Se lo dije y llamó a un encargado- muy tatuado él- que acudió pero no solucionó nada. Al contrario. Me informó que debía hacer la compra por internet e ir a retirarlo después.
Como comprenderán: no lo compré. Tampoco le auguro mucha permanencia a la tienda que no tiene ni  vendedores ni encargados que sepan qué hacer en cada circunstancia.
Pero este episodio tan nimio, me hizo pensar en otras situaciones del mismo o similar tenor.
Las molestias que se ocasionan en esta época de carnaval electoral son múltiples. Hay ofertas de todo tipo. En general, me despiertan temprano para ofrecerme-por teléfono, la red más antigua-  la lista de Talvi, o la de Manini Ríos, o la de Lacalle Pou o la de XX. No importa quién sea. El FA hace otro tipo de propuestas trabando el tránsito para los banderolazos. Las manifestaciones también causan fastidio, porque desvían el tránsito para que pasen los adeptos. Y ni que hablar de los clubes políticos. En la esquina, hay uno de Lacalle Pou que logró mortificarme por completo con una canción que repiten a toda voz hasta el hartazgo: “Yo me voy con Aparicio”.
Además del carnaval electoral, que no se justifica de ninguna manera, porque es larguísimo, están las ofertas que se reciben por mail y por el celular. No sé cómo consiguen los números. Yo, hasta saqué de la guía telefónica los míos,  porque es apabullante la cantidad de mensajes que recibo con las más inverosímiles ofertas. Hay de todo, como en botica: ventas de empresas fúnebres, ventas  de parcelas en el  Parque del Recuerdo, ventas de seguros de vida, ventas de sociedades médicas, ventas de seguros,  ventas de sociedades de compañía- que harán más llevadera mi existencia y, que impedirán que me caiga y fracture en mi propio hogar-. La mayor parte de las veces tengo que cortar abruptamente porque las han preparado para joder a más no poder. Y no me queda otra alternativa que decir con aire empecinado: ¡No quiero ningún servicio! (No puedo decir que ya tengo porque de inmediato quieren saber a quién tengo contratado).
Hoy terminé de ver una serie policial  que de una manera oblicua se relaciona con este tema: Se trataba de un violador serial con mucha práctica que nunca transgredía en el mismo estado sino que se iba moviendo de un lugar a otro. Sus víctimas eran mujeres de distintas razas, pesos y edades.  Además de violarlas repetidas veces, con las manos atadas, las humillaba con aberrantes procedimientos y les sacaba fotos. La primera víctima, no fue creída por la policía porque tenía  un historial  de hogares de acogida en los que  no se adaptó, y, por eso, la policía  consideró que había inventado la  violación y la demandaron  por mentir. Cuando dos detectives mujeres, atando  cabos sueltos en todos los estados,  llegaron a descubrirlo, ella, le dijo  a uno de los policías que no le creyó y la acusó: “Me dieron dinero, me resarcieron por mis zozobras, pero hay algo que  nadie me brindó: disculpas”.
En ese momento, el policía le pide las disculpas del caso, y le dice que lo siente mucho, mucho, mucho. Solo en ese momento.
Pues bien.
A mí me gustaría que la empresa Renner me pidiera disculpas por no tener sus precios actualizados en Facebook y en las tiendas,-el mismo en ambos medios-  que corrigiera  la malísima atención de sus funcionarios y que los enseñara a tratar al  público, solucionándole los problemas y no complicándole la vida; que los clubes políticos entendieran  que en este barrio- y en todos- vive gente que trabaja y no puede estar oyendo a voz en cuello, desde temprano, y hasta que las velas ardan,  las horrorosas canciones de sus propagandas; querría también que  se prohibiera terminantemente invadir hogares por teléfono con propuestas de ventas de servicios, y que cesara toda la propaganda -que ya vemos en televisión durante más de veinte minutos en cada corte de lo que se está viendo-.
 Creo que me lo merezco. Yo, y todas las víctimas como yo.



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