Bacalao a la vizcaína- foto tomada de Internet- El de mi tía era más bonito y suculento |
En medio de una pandemia que nos ha enajenado totalmente, igual es
necesario desear “felices pascuas” a los que queremos. Lo hicimos durante
añares, sin pensar demasiado en el sentido de la frase. Naturalmente, nadie
esperaba nada como lo que nos está tocando vivir en estos momentos.
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Cuando iba a la escuela de monjas era
la frase más natural del mundo. Y la decíamos
distraídamente, mientras comíamos nuestro huevo o conejo de pascua y
guardábamos la sorpresita que aparecía adentro. Tampoco nos cuestionamos
demasiado por la tradición. ¿Qué significa ese “huevo (o conejo) pascual”? La
resurrección. La fertilidad. En la biblia nunca encontré ninguna mención, pero
aún así parece que es una tradición que viene de antiguo. Incluso, los huevos
se esconden, y se encomienda a los niños para que los encuentren. Muchas veces
los escondí lo mejor posible para que mis alumnos se divirtieran buscándolos. Y
así ocurría.
Pero, hoy en día, me he cuestionado
el juego y el dichoso huevo porque hay gente que no tiene nada para comer y
mucho menos un huevo de chocolate que vale una fortuna a juzgar por los precios
que vi.
En las distintas casas donde viví se
conmemoraban las pascuas aunque no hubiera gente muy religiosa. De esos lugares
me quedaron costumbres que mantengo hasta ahora: por ejemplo: no como carne el
viernes santo- Una tradición que en algunos casos fue costosa de mantener desde
el punto de vista familiar.
Mi tía-madrina observaba esa
tradición y preparaba para ese viernes un delicioso bacalao a la vizcaína que
le quedaba de chuparse los dedos. Todos esperábamos que nos invitara para
saborearlo. No había placer mayor que ese. Para comer su bacalao, muchas veces,
nos trasladábamos hasta su casa de Punta Fría, donde, sin lugar a dudas, íbamos
a tener un fin de semana de novela. Sin embargo, un día su tradición absoluta, tambaleó,
porque apareció uno de los hermanos con un suculento asado, que de inmediato el
tío Egisto quiso hacer en su estupenda barbacoa. (Aclaro para los que no lo
sepan que el tal tío era el rey de la
comparsa y, si se quería pasar bien de bien, lo mejor era no contradecirlo.
Pero la tía también tenía su hinchada propia porque su bacalao era una de esas
exquisiteces que no había que dejar de lado de ninguna manera). Se gestó una
discusión muy singular y –para zanjarla- el tío Egisto empezó a preguntar uno
por uno a todos los comensales qué preferían- si el bacalao de la tía o un buen pedazo de asado de él-. El tío
era un señor asador. Llevaba encima muchos años de obra- es decir que había
trabajado en la construcción- y había aprendido a hacer unos asados
descomunales. El otro tío hermano que había traído la semilla de la discordia
en forma de un asado, no sabía dónde meterse. Y tampoco sabía qué elegir sin quedar
mal con ninguno de los dos.
Fue un duelo de titanes. El Titán
Egisto y la Titana Estela.
No se podía contestar: “A mí me da lo
mismo”, porque ambos tenían un prestigio ganado en años de elaboración de sus
delicias. Había que elegir. Y elegir bien. Al final, creo que fui yo la que
rompí con todo protocolo y señalé que, en esa casa, siempre se había comido bacalao en viernes
santo, y que el asado bien podría quedar para celebrar el Sábado de Gloria.
Ardió Troya. El tío Egisto se retiró a su dormitorio, muy enojado y yo gané
doble ración de bacalao. Pero no lo podía disfrutar pensando que el Titán mayor
se había enojado conmigo- y quizás para siempre, porque era muy rencoroso-
Pero la tía, que era muy intuitiva se
dio cuenta de mi zozobra y me palmeó un hombro diciéndome estas palabras: “no te
preocupes, después de la siesta, el cristiano, (siempre lo nombraba así cuando
se enojaba) se va a levantar fenómeno”. Y
así fue. Efectivamente. Por suerte. No se enojó conmigo para siempre y el
sábado tuvimos su suculento asado hecho a las mil maravillas.
Por lo tanto, chiquilinada, en honor
a mis tíos- ya fallecidos- celebren lo
mejor que puedan. Con pandemia o sin pandemia. Siempre.
¡Felices Pascuas!