lunes, 6 de julio de 2020

A PROPÓSITO DE TODO: WOODY

Para leer y comentar 

Sé que los tengo hartos con tanta queja por el confinamiento, la vuelta—irregular— a los mandados y demás, así que voy a cambiar de tema.
También saben que tengo tendencia a usar la primera persona como si todo lo que dijera, fuera “autobiográfico”—en realidad, como todo lo que se dice de sí mismo pasa por el tamiz más subjetivo, es probable que lo que aparece como personal no lo sea tanto—en fin; de todas maneras, esta vez, aunque cambié de tema, sigo siendo “auto -referencial”—para emplear una palabra de moda, porque me compete.
Para nadie es un misterio el hecho de que soy una fanática absoluta de Woody Allen: me vi todas sus películas—al menos las que llegaron por estas tierras— y he estado al tanto de todos los dimes y diretes sobre su persona, sus mujeres, sus avatares, sus manías, y sus dichos. Siempre me ha parecido (y me lo sigue pareciendo) un tipo sumamente gracioso, pero, con una ironía manifiesta que deja a todos sus chistes como en una falsa escuadra (que es lo que produce la risa). Es absolutamente capaz de reírse de sí mismo, de su parentela judía, de las relaciones humanas (cada vez más complejas) y de bromear sobre temas muy serios con los cuales nadie se atrevió de la manera en que lo hace él: la fecundidad y la muerte, por ejemplo.
Por eso, en este confinamiento, me atreví a comprarme por internet, su autobiografía: A propósito de nada. Tenía la certeza de que no me iba a defraudar. Quizás—como en todo lo auto-referencial—no estuviera todo Woody, pero sí, bastante de él, como para colorear lo que  me faltaba saber.
 Adquirí la versión en español. Muy castizo por cierto. Hay que sortear todos los “chavales”, los “hacer novillos” y cosas por el estilo, pero, después—siempre—aparece Woody con su característico humor. Desde todo punto de vista.
 No sé si Woody me habría propuesto matrimonio, tampoco sé  si hubiera aceptado casarme con él—como Soon-Yi—, pero sí sé que me habría encantado tener largas charlas sobre gustos y disgustos. En inglés, porque según tengo entendido aunque estudió español  en el liceo, nunca despegó como para charlar brevemente.
Coincidencias
 Tengo muchas.  Es como si hubiera sido mi hermano mayor, —  ese, al cual siempre imité; el  que me contagió todas sus rarezas—. Van algunas notorias:
No es sociable. (Ni que hablar que yo tampoco.)
 No dice que sí si piensa que no.  A él (y por supuesto a mí) nos  ha costado más de alguna amistad —pero estoy convencida de que son  de esas que más vale la pena perder que encontrar—.
No le gusta compartir el baño. ¡No! ¡Por Dios! La gente que viene a mi casa es siempre de confianza, parientes o amistades de muchos años. Hombres o mujeres; me da igual. Si se quedan a dormir, al principio, los instruyo sobre mis rarezas —todos las tenemos—. Por ejemplo: no uso la madera del inodoro; y me gusta que se deje así, tal cual yo la dejo. Si hizo popó, lo mejor que puede hacer es prender el ventilador y echar desodorante de ambiente (siempre tengo más de uno). Si usó el bidé es de esperar que lo enjuague y lo deje intacto. Sobre la mano derecha siempre está el limpiador con amonio cuaternario. No está para adorno, sino para ser usado.  De todas maneras,  no me gusta compartirlo. Hubiera preferido tener un baño para visitas y no compartir el de uso personal. Esa es la verdad.
Afinidad en los gustos musicales. Busqué las canciones que no conocía con el convencimiento de que me iban a gustar a rabiar. Y sí. Hasta en eso. Sí. Completamente sí.
Les dejo uno de los temas que descubrí. Vale la pena.





Es Albert Burbank tocando: "Burgundy Street Blues".
Una joyita. ¿No les parece?
En otra entrega les comentaré de "Amores y desamores".

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