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Sé que los tengo
hartos con tanta queja por el confinamiento, la vuelta—irregular— a los
mandados y demás, así que voy a cambiar de tema.
También saben que tengo
tendencia a usar la primera persona como si todo lo que dijera, fuera
“autobiográfico”—en realidad, como todo lo que se dice de sí mismo pasa por el
tamiz más subjetivo, es probable que lo que aparece como personal no lo sea
tanto—en fin; de todas maneras, esta vez, aunque cambié de tema, sigo siendo
“auto -referencial”—para emplear una palabra de moda, porque me compete.
Para nadie es un misterio el
hecho de que soy una fanática absoluta de Woody Allen: me vi todas sus
películas—al menos las que llegaron por estas tierras— y he estado al tanto de
todos los dimes y diretes sobre su persona, sus mujeres, sus avatares, sus
manías, y sus dichos. Siempre me ha parecido (y me lo sigue pareciendo) un tipo
sumamente gracioso, pero, con una ironía manifiesta que deja a todos sus
chistes como en una falsa escuadra (que es lo que produce la risa). Es
absolutamente capaz de reírse de sí mismo, de su parentela judía, de las relaciones
humanas (cada vez más complejas) y de bromear sobre temas muy serios con los
cuales nadie se atrevió de la manera en que lo hace él: la fecundidad y la
muerte, por ejemplo.
Por eso, en este
confinamiento, me atreví a comprarme por internet, su autobiografía: A propósito de nada. Tenía la certeza
de que no me iba a defraudar. Quizás—como en todo lo auto-referencial—no
estuviera todo Woody, pero sí, bastante de él, como para colorear lo que me faltaba saber.
Adquirí la versión en español. Muy castizo por
cierto. Hay que sortear todos los “chavales”, los “hacer novillos” y cosas por
el estilo, pero, después—siempre—aparece Woody con su característico humor.
Desde todo punto de vista.
No sé si Woody me habría propuesto matrimonio,
tampoco sé si hubiera aceptado casarme
con él—como Soon-Yi—, pero sí sé que me habría encantado tener largas charlas
sobre gustos y disgustos. En inglés, porque según tengo entendido aunque
estudió español en el liceo, nunca
despegó como para charlar brevemente.
Coincidencias
Tengo muchas. Es como si hubiera sido mi hermano mayor, — ese, al cual siempre imité; el que me contagió todas sus rarezas—. Van
algunas notorias:
No
es sociable. (Ni que hablar que yo tampoco.)
No dice
que sí si piensa que no. A él (y por
supuesto a mí) nos ha costado más de
alguna amistad —pero estoy convencida de que son de esas que más vale la pena perder que
encontrar—.
No
le gusta compartir el baño. ¡No! ¡Por Dios! La gente que viene a mi casa es
siempre de confianza, parientes o amistades de muchos años. Hombres o mujeres;
me da igual. Si se quedan a dormir, al principio, los instruyo sobre mis
rarezas —todos las tenemos—. Por ejemplo: no uso la madera del inodoro; y me
gusta que se deje así, tal cual yo la dejo. Si hizo popó, lo mejor que puede
hacer es prender el ventilador y echar desodorante de ambiente (siempre tengo
más de uno). Si usó el bidé es de esperar que lo enjuague y lo deje intacto.
Sobre la mano derecha siempre está el limpiador con amonio cuaternario. No está
para adorno, sino para ser usado. De
todas maneras, no me gusta compartirlo.
Hubiera preferido tener un baño para visitas y no compartir el de uso personal.
Esa es la verdad.
Afinidad
en los gustos musicales. Busqué las canciones que no conocía con el
convencimiento de que me iban a gustar a rabiar. Y sí. Hasta en eso. Sí.
Completamente sí.
Les dejo uno de los temas
que descubrí. Vale la pena.
Una joyita. ¿No les parece?
En otra entrega les comentaré de "Amores y desamores".
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