domingo, 14 de febrero de 2021

RAREZAS

 

En el Club de libros de Rosa Montero leemos y revisamos conceptos que la escritora va desarrollando tanto en sus libros como en sus charlas. En este año pandémico, nos hemos acercado más a sus concepciones vitales. No siempre coincido en todo, pero, sí acompaño varias de sus ideas.

Esta que puse en el cartel inicial, es una de mis coincidencias con Rosa.

 Una pareja, no es, para nada un ser que nos diga a todo que sí. Como todos saben, yo estuve casada cuarenta y cuatro años y siete meses con un hombre que era absolutamente diferente a mí. No coincidíamos en nada: era de Nacional, yo de Peñarol, era frenteamplista, yo independiente, no le gustaba el carnaval, ni bailar, a mí sí. Pero, en cambio, coincidíamos en nuestras rarezas y no únicamente las compartíamos, sino que las festejábamos.

Una rareza compartida, por ejemplo, era el gusto por armar ilusiones en listas. Cada uno tenía la suya, y, si bien no eran iguales, coincidíamos alegremente. Por ejemplo, llevábamos una lista de ilusiones utópicas que llamábamos “Venga y atrévase a soñar”— como un programa de televisión que conducía Berugo Carámbula—

Nos dormíamos haciéndonos cuentitos. Siempre iban por el lado de cumplir esas estrambóticas ilusiones. Y en los relatos las cumplíamos a rajatabla.

Muchas de esas “ilusiones” las pudimos convertir en realidad, otras no. A él la vida no le dio para todo, pero yo continué con la lista y aún hoy sigo cumpliendo esas rarezas compartidas durante tantísimo tiempo.

Hace un par de años, —como ya lo comenté anteriormente— fui a ver a André Rieu en su tierra natal: Maastrich. No fui a Brujas, no hice ningún tour diferente ni nada. Fui a su recital con una entrada VIP ( comprada a su propia agencia), estuve alojada durante dos o tres días en un hotel cinco estrellas,  y viajé en un destartalado avión hasta Madrid, de Madrid a Bruselas, y de Bruselas en un  taxi ( que pagué con gusto) hasta el altillo que había alquilado para pasar unos días más recorriendo Maastrich. Llevaba un contrato con una agencia local, que me proporcionó un guía de habla inglesa, con el cual fui  a todos los lugares que había marcado en mi destino. No hice nada más. Simplemente, después, como la agencia de viajes, absolutamente desastrosa, me había puesto en “lista de espera” me quedé un par de días en Madrid—obligada por las circunstancias— y visité a algunas amigas madrileñas, porque el resto andaba por las playas.

Pero sigo creándome ilusiones y elaboro estrategias de sobrevivencia para mis múltiples rarezas en esta pandemia atroz que nos ha dejado completamente turulatos.

 

 


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