Hace un tiempo
escribí este texto sobre las casas donde viví.
http://cosasdeviejucin.blogspot.com/search?q=nostalgiando+casas
Esta vez, voy a revivir una
de ellas. Quizás fue la que —al mismo tiempo que nos sacó canas verdes para
poder pagarla—también fuimos muy
felices. Marcó una etapa de la vida: la de los sacrificios y los logros: los
títulos profesionales, por ejemplo, los obtuvimos y festejamos en ese lugar,
con amigos que nos acompañaban en todo. Era la alegría de la primera propiedad
comprada con enormísimos sacrificios. Lo sabíamos, pero éramos jóvenes,
vivíamos en un barrio pacífico, rodeados de buenos vecinos, con un quiosquito
en la esquina instalado en un minúsculo sitio. En las décadas del 70 y 80, los
garajes se convertían en: saloncitos; videoclubes; quiosquitos, donde se
vendían golosinas, cigarros y se “levantaba” la humilde quiniela—que siempre fue
el juego de la gente pobre que llevaba monedas en un pañuelito atado.
Ese primer texto tenía un
acápite de Julio Cortázar que rescato de la misma manera para esta vez:
“Y no sé si les ocurre lo que a mí; yo me quedo con
las casas donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad,
donde he vivido plenamente. Guardo la fisonomía de las habitaciones como si
fueran rostros; vuelvo a ellas con la imaginación, subo escaleras, toco puertas
y contemplo cuadros.”
(Julio Cortázar. “Casas” de “Cortázar de la A a la Z.
Un álbum biográfico”. P. 65)
Y también rescato lo que
escribí sobre esa casa:
Si tengo que elegir entre las casas que más
nostalgias me provoca, creo que sale ganando la primera vivienda
que fue nuestra. En esa época, sentíamos que teníamos toda la vida por delante
y, quizás esa ilusión nos hacía felices. Estaba bien ubicada, a media
cuadra de Millán, y, de a poco, le fuimos dando vida. Lo primero fue la
biblioteca. Me la hizo mi padrino con soportes de Fumaya y estantes que
él pulió y barnizó, adquiridos en un remate. Recuerdo que después
que quedó instalada y que le puse los libros, me quedé un buen rato de noche,
contemplándola como un tesoro recién descubierto. El barniz tenía un olor
agradable que se diseminaba por toda la vivienda. Después cambiamos el antiguo
dormitorio usado, por otro –también usado-, pero más moderno de color
blanco tiza; - una berretez que me encantaba- En uno de mis
cumpleaños llegó – de sorpresa- mi escritorio. Siempre me encantó recibir
sorpresas gratas; mi marido lo sabía muy bien, y lo tenía en
cuenta, así que cuando tenía la más mínima oportunidad, me acercaba
alguna alegría inesperada. El escritorio-nuevo- lo fue. Era de madera, grande,
como el de un ejecutivo, sabía arrimarse de lo más confianzudo a la pared del
ventanal sin ninguna timidez. Hasta su llegada, había utilizado-me corrijo:
habíamos utilizado- la mesa del comedor de cármica, que era multiuso: allí
comíamos, leíamos el diario, escuchábamos la radio, y también estudiábamos. Del
mismo modo, de sorpresa, llegó un televisor PUNKTAL –enorme, blanco y
negro, con caja de madera-. A todo el mundo le sorprendía que hubiéramos pasado
tantos años sin tener uno. No era por snobs, sino porque preferimos pagar
la cuota del Banco Hipotecario- que comía todos los días con nosotros-, antes
que tener el bobero.
Buscando la comodidad de un garaje propio
vinimos a dar a Punta Carretas.
Pero la casa de mis recuerdos más gratos
sigue siendo la de El Prado. Esa primera que fue nuestra. Donde fui feliz sin
lugar a dudas. También como Cortázar, la recorro con la imaginación, subo
la escalera, le toco las puertas, le miro los
cuadros, y, sobre todo- me vuelvo a recostar, remolona, en el sofá-cama
del comedor, para ser –otra vez -joven y querida con pasión”.
Agrego a manera de conclusión:
Fui a darme la primera dosis de la vacuna a la Casa
Galicia, y aproveché el viaje para pasar por mi antiguo y querido lugar.
La casa de mis recuerdos se desmereció con los
años, le agregaron un color rojizo—nosotros preferíamos el color blanco— y está
fortificada, de acuerdo a los nuevos tiempos donde los ladrones pululan por
todos lados. Ya no es la misma. Lamentablemente.
Sin embargo, pese a que el barrio dejó de
serlo—como todos los barrios— y perdió su condición de vecindad amable, en mis
recuerdos, esa casa, con la chapa de abogado de mi esposo, quedó blanca, sin
rejas ni cercas de seguridad, ligada —para siempre— a los mejores momentos de
mi existencia. No hay nada que se asemeje a los recuerdos de esos instantes
entrañables, que desaparecieron, pero que
perviven en la memoria selectiva como instancias únicas e inolvidables.
Alfa, siempre leo tu blog, muy buenas y amenas tus observaciones. Soy Martha, una uruguaya residente en Estados Unidos. No dejes de escribir, tu blog estoy segura, trae consuelo a muchas "almas en pena" como yo! Saludos.
ResponderEliminarMartha: Muchísimas gracias por leer mi blog. Espero que no seas más un "alma en pena".El "paisito" también ha decaído, como los barrios y las casas que se fueron y que quedan en la memoria. Los comentarios, se suceden, , uno a uno, y son- también- pedazos de mi existencia.
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