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jueves, 10 de junio de 2021

NOSTALGIANDO UNA CASA


 

Hace un tiempo escribí este texto sobre las casas donde viví.

http://cosasdeviejucin.blogspot.com/search?q=nostalgiando+casas

 

Esta vez, voy a revivir una de ellas. Quizás fue la que —al mismo tiempo que nos sacó canas verdes para poder  pagarla—también fuimos muy felices. Marcó una etapa de la vida: la de los sacrificios y los logros: los títulos profesionales, por ejemplo, los obtuvimos y festejamos en ese lugar, con amigos que nos acompañaban en todo. Era la alegría de la primera propiedad comprada con enormísimos sacrificios. Lo sabíamos, pero éramos jóvenes, vivíamos en un barrio pacífico, rodeados de buenos vecinos, con un quiosquito en la esquina instalado en un minúsculo sitio. En las décadas del 70 y 80, los garajes se convertían en: saloncitos; videoclubes; quiosquitos, donde se vendían golosinas, cigarros y se “levantaba” la humilde quiniela—que siempre fue el juego de la gente pobre  que llevaba  monedas en un pañuelito atado.

Ese primer texto tenía un acápite de Julio Cortázar que rescato de la misma manera para esta vez:

“Y no sé si les ocurre lo que a mí; yo me quedo con las casas donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad, donde he vivido plenamente. Guardo la fisonomía de las habitaciones como si fueran rostros; vuelvo a ellas con la imaginación, subo escaleras, toco puertas y contemplo cuadros.”

(Julio Cortázar. “Casas” de “Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico”. P. 65)

 

Y también rescato lo que escribí sobre esa casa:

 

Si tengo que elegir entre las casas que más nostalgias me provoca,  creo que sale ganando la  primera vivienda que fue nuestra. En esa época, sentíamos que teníamos toda la vida por delante y, quizás esa ilusión nos hacía felices. Estaba bien ubicada,  a media cuadra de Millán, y, de a poco, le fuimos dando vida. Lo primero fue la biblioteca. Me la  hizo mi padrino con soportes de Fumaya y estantes que él pulió y barnizó,  adquiridos en  un remate. Recuerdo que después que quedó instalada y que le puse los libros, me quedé un buen rato de noche, contemplándola como un tesoro recién descubierto. El barniz tenía un olor agradable que se diseminaba por toda la vivienda. Después cambiamos el antiguo dormitorio usado, por otro –también usado-,  pero más moderno de color blanco tiza; - una berretez que me encantaba- En uno de mis cumpleaños llegó – de sorpresa- mi  escritorio. Siempre me encantó recibir  sorpresas gratas;  mi marido lo sabía muy bien, y lo tenía en cuenta,  así que cuando tenía la más mínima oportunidad, me acercaba alguna alegría inesperada. El escritorio-nuevo- lo fue. Era de madera, grande, como el de un ejecutivo, sabía arrimarse de lo más confianzudo a la pared del ventanal sin ninguna timidez. Hasta su llegada, había utilizado-me corrijo: habíamos utilizado- la mesa del comedor de cármica, que era multiuso: allí comíamos, leíamos el diario, escuchábamos la radio, y también estudiábamos. Del mismo modo,  de sorpresa, llegó un televisor PUNKTAL –enorme, blanco y negro, con caja de madera-. A todo el mundo le sorprendía que hubiéramos pasado tantos años sin tener  uno. No era por snobs, sino porque preferimos pagar la cuota del Banco Hipotecario- que comía todos los días con nosotros-, antes que tener el  bobero.

Buscando la comodidad de  un garaje propio vinimos a dar a Punta Carretas.

 Pero la casa de mis recuerdos más gratos sigue siendo la de El Prado. Esa primera que fue nuestra. Donde fui feliz sin lugar a dudas. También como Cortázar, la recorro con la imaginación, subo la  escalera,  le toco las  puertas, le  miro  los cuadros,  y, sobre todo- me vuelvo a recostar, remolona, en el sofá-cama del comedor, para ser –otra vez -joven y  querida con pasión”.

 

 

Agrego a manera de conclusión:

 

Fui a darme la primera dosis de la vacuna a la Casa Galicia, y aproveché el viaje para pasar por mi antiguo y querido lugar.

 

La casa de mis recuerdos se desmereció con los años, le agregaron un color rojizo—nosotros preferíamos el color blanco— y está fortificada, de acuerdo a los nuevos tiempos donde los ladrones pululan por todos lados. Ya no es la misma. Lamentablemente.

 

 


Sin embargo, pese a que el barrio dejó de serlo—como todos los barrios— y perdió su condición de vecindad amable, en mis recuerdos, esa casa,  con la chapa de abogado de mi esposo,  quedó blanca, sin rejas ni cercas de seguridad, ligada —para siempre— a los mejores momentos de mi existencia. No hay nada que se asemeje a los recuerdos de esos instantes entrañables, que desaparecieron, pero  que perviven en la memoria selectiva como instancias únicas e inolvidables. 

 

 

 

 

viernes, 21 de agosto de 2015

NOSTALGIANDO CASAS

Un cambio radical para don Mario Vargas Llosa- Imagen tomada de Internet-
“Y no sé si les ocurre lo que a mí; yo me quedo con las casas donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad, donde he vivido plenamente. Guardo la fisonomía de las habitaciones como si fueran rostros; vuelvo a ellas con la imaginación, subo escaleras, toco puertas y contemplo cuadros.”
(Julio Cortázar. “Casas” de “Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico”. P. 65)


En estos tiempos que corren, con la famosa Noche de los Recuerdos que se viene con un feriado largo,  hay temas de toda índole. Uno podría ser escribir sobre los extraños vuelcos que se han dado en las parejas que parecían indestructibles en su permanencia-. Por ejemplo el caso que sorprendió a más de uno, el de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, que ya había cumplido cincuenta años de casado. Sin embargo, a sus añitos, (79) decidió cambiar la pisada y en estos días se lo ve-muy acaramelado, por cierto-, con Isabel Preysler, (64) la  ex de Julio Iglesias y otras yerbas- que luce muy hermosa,- y, horror de los horrores, delgada- con  unos añitos menos  que la prima Patricia (70). Él ha declarado a las revistas del corazón que tiene derecho a ser feliz, ya que no le queda mucho tiempo. Con los ochenta pisándole los talones, es notorio que persiga ansiosamente la felicidad. Es probable que esté sufriendo el próximo paso de una década a la otra, y, como los años se vienen, sin que los pidamos ni podamos detener, se puede suponer que habrá experimentado lo  que cantaba Elvis: “It’s now o never”. Lo comprendo perfectamente. Yo también estoy por cambiar de década.   Pero no; no  voy a agarrar para ese lado.

Santa Fe 1239 Montevideo- la casa donde nací- 

Voy a nostalgiar por el lado de las casas. Por eso puse el epígrafe de Julio Cortázar. Yo viví en varias casas. La primera, donde nací, estaba-y está- ubicada en Montevideo, Santa Fe 1239. Fui un día con mi esposo a sacarle una foto. La dirección exacta la sé porque figuraba en mi antiguo álbum infantil— el facebook de papel del siglo pasado-. Tenía muchos datos, que mi madre iba anotando prolijamente mientras iba creciendo: cuánto había pesado, cuánto había medido, color del pelo, de los ojos, quienes habían sido mis padrinos, y por supuesto, dónde había nacido. No recuerdo para nada cómo era esa casa. Supongo que la dejé a muy temprana edad y no recuerdo si fui o no feliz en ella. Supongo que no, porque mi madre y mi padre se divorciaron apenas yo nací.
La casa de la infancia que  sí recuerdo fue un apartamento, el  número 3-  en la calle Cerro Largo 1640- enfrente al Palacio Peñarol- allí viví hasta los nueve años con mi  madre. Ese apartamento lo recuerdo al detalle y más de una vez, descolocado de la realidad, se me aparece  en sueños. Entrando por el corredor interior, es el último a  mano derecha.  La puerta de entrada era de madera y tenía una cadena. Después de franquear la puerta, a mano derecha había un patio interior-abierto- con baldosas amarillas. Las habitaciones eran tres sobre el lado izquierdo, en la primera, estaba el consultorio de mi  madre partera, le seguía la cocina, el baño, mi dormitorio, y a lo último el de ella. Todas las piezas estaban flanqueadas por un corredor que se ensanchaba para dar paso a la cocina y al baño. Allí había  un sofá donde yo solía sentarme a leer. Una de mis mayores felicidades desde siempre. Hace un tiempo, visité El Club Atlético Peñarol, y tuve ganas de pedirle a los habitantes que me dejaran pasar a verlo, pero me hizo desistir la puerta de calle enrejada, y la sensación de que en los tiempos que corren nadie me franquearía la entrada  aunque les jurara que viví ahí de niña y les describiera-uno por uno- los ambientes.
Sucesivamente me mudé- o me mudaron- a la casa de mi padre, y luego a la casa de mis  padrinos donde me casé.
Después viví en otros tres lugares.
En los primeros años de casada, viví en “El dedalito”- así le llamábamos al pequeño apartamento que alquilamos en la zona de El Prado-. No lo describo porque ya lo hice en otra nota. Fui feliz con altibajos, porque fue el “dedalito” de la dictadura. Por primera vez, experimenté la gracia de ser ama de casa- con poco tiempo de dedicación porque siempre trabajé afuera- pero con la compañía de mi esposo todo era más llevadero, porque él colaboraba en todo.
Después logramos “la primera vivienda propia”- un objetivo señalado por nuestros antepasados- y hace veinte años, este apartamento en Punta Carretas.

Nuestra primera propiedad horizontal- la de la época más añorada, por haber sido la más feliz-
En la puerta, se ve la chapa de abogado de mi esposo. 

Si tengo que elegir entre las casas que más nostalgias me provoca,  creo que sale ganando la  primera vivienda que fue nuestra. En esa época, sentíamos que teníamos toda la vida por delante y, quizás esa ilusión nos hacía felices. Estaba bien ubicada,  a media cuadra de Millán, y, de a poco, le fuimos dando vida. Lo primero fue la biblioteca. Me la  hizo mi padrino con soportes de Fumaya y estantes que él pulió y barnizó,  adquiridos en  un remate. Recuerdo que después que quedó instalada y que le puse los libros, me quedé un buen rato de noche, contemplándola como un tesoro recién descubierto. El barniz tenía un olor agradable que se diseminaba por toda la vivienda. Después cambiamos el antiguo dormitorio usado, por otro –también usado-,  pero más moderno de color blanco tiza; - una berretez que me encantaba- En uno de mis cumpleaños llegó – de sorpresa- mi  escritorio. Siempre me encantó recibir  sorpresas gratas;  mi marido lo sabía muy bien, y lo tenía en cuenta,  así que cuando tenía la más mínima oportunidad, me acercaba alguna alegría inesperada. El escritorio-nuevo- lo fue. Era de madera, grande, como el de un ejecutivo, sabía arrimarse de lo más confianzudo a la pared del ventanal sin ninguna timidez. Hasta su llegada, había utilizado-me corrijo: habíamos utilizado- la mesa del comedor de cármica, que era multiuso: allí comíamos, leíamos el diario, escuchábamos la radio, y también estudiábamos. Del mismo modo,  de sorpresa, llegó un televisor PUNKTAL –enorme, blanco y negro, con caja de madera-. A todo el mundo le sorprendía que hubiéramos pasado tantos años sin tener  uno. No era por snobs, sino porque preferimos pagar la cuota del Banco Hipotecario- que comía todos los días con nosotros-, antes que tener el  bobero.
Buscando la comodidad de  un garaje propio vinimos a dar a Punta Carretas.
 Pero la casa de mis recuerdos más gratos sigue siendo la de El Prado. Esa primera que fue nuestra. Donde fui feliz sin lugar a dudas. También como Cortázar, la recorro con la imaginación, subo la  escalera,  le toco las  puertas, le  miro  los cuadros,  y, sobre todo- me vuelvo a recostar, remolona, en el sofá-cama del comedor, para ser –otra vez -joven y  querida con pasión.


 



ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...