5 de marzo
del 2022
Como ya saben, una de mis aficiones
es el carnaval, probablemente, por influencia materna, porque solían hacerme
disfraces para los bailes infantiles o el tablado.
— ¿De qué estás disfrazada? Me
preguntaban. Y yo contestaba: de “bailarina rusa” o de “bailarina de ballet”,
que son los atuendos que más recuerdo.
Curiosamente, otra de mis aficiones—mientras pude— fue bailar.
Bailar me produjo siempre una
enormísima alegría. Puedo decir que el
baile me transportaba al éxtasis. Ni más
ni menos.
Cuando era soltera solía concurrir a los bailes del
pueblo, o del pueblo vecino. Nunca “planché”—, porque según mi padre, “era vistosa”—algo
así como de “buen ver”—. Y yo, marché con ese juicio paterno el resto de mi
vida. Es decir que por ser
“vistosa”, siempre era invitada a bailar
y no paraba hasta que me decían que había que irse—. Ahora, aunque ya no puedo
bailar como antes, y aunque el rock y el
twist se convirtieron en absoluto
pasado, a veces, intento dar algunos
pasos de bolero lento. La verdad, es que
después de casada, bailé muy poco. Casi nada. A mi esposo no le gustaba,
únicamente lo hizo en la época de conquista, para acercarse a mí, pero después
pasó a la historia, con enormísimo pesar de mi parte. Ahora necesitaría un buen bailarín,
`preferentemente joven, —porque de lo contrario, no bailaría— alto, delgado, sin tatuajes, con buen olor,
gusto, y tacto. ¡Casi nada! ¿No? ¡Por
eso bailo sola!
En cuanto al carnaval,—como ya lo
dije— a mi madre y a mi tía les gustaba disfrazarme y llevarme a los bailes
infantiles de la época. Hace unos años fui al Palacio Peñarol en una visita
patrimonial y vi que aún permanecía la “farmacia York” de la esquina de Cerro
Largo y Minas. Allí concurría, más de una vez disfrazada, donde me atendía “La Chimba”- Chelita Linares- siempre con su
estupenda amabilidad.
Hace años, empecé a ir en calidad de abonada,
al teatro de verano Ramón Collazo — como todas las actividades culturales
populares—tuvo un importante receso de dos años debido a la pandemia. Cuando se
empezó con el concurso, se nos exigió certificado de vacunación contra el virus.
El tapabocas, que era un elemento que únicamente veíamos usar a los chinos, se convirtió
en parte del atuendo diario. Hay quienes—incluso— lo combinan con lo que llevan
puesto.
Por otra parte, se sumó el mal estado del clima, que nos tuvo
a mal traer con las suspensiones.
Ya comenzó la liguilla—la selección de
los que el jurado consideró los mejores—.
No me agradó en absoluto que me dejaran afuera
a los honguitos que tenían un espectáculo tan digno como otros. En el resto,
más o menos, coincidí.
De todos modos, hubo tres elementos
que me molestaron muchísimo:
1) El sonido ensordecedor, excesivo,
duro, altísimo, a tal punto, que muchas
veces impide entender la letra.
2) Además, a cada rato, arrojan papeles. No son los papelitos antiguos, sino
unos papeles más grandes que tiran con una especie de “bomba”, causando
muchísima mugre, y mucho desconcierto, —
no se sabe ni la procedencia ni el motivo de tanto papeleada al santo pedo —.
3)Por último: las letras de casi
todos los conjuntos se poblaron de palabrotas —además— noté varios “ hubieron”
y “primer comparsa”. Tanto en las letras de algunos conjuntos
como en los comentarios de los comunicadores. Una enormísima pena.
¿Tiro un pronóstico?
Primer premio murga:
La clave / la Cayetana/ la Gran
Muñeca, o la Trasnochada. (Y en ese orden).
Primer premio comparsa:
Yambo Kenia o C1080
Primer premio humoristas:
No sé. No me hicieron reír mucho.
Primer premio revistas:
Tampoco sé.
Esperemos con fe los resultados,
mientras tanto, sigamos puteando por el sonido desmedido—yo llevo tapones—el
papeleo al santo botón, el vocabulario soez y la falta de sintaxis adecuada. No queda otra.
¡Adiós, carnaval!
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