ISOBEL RUBBO
En la década de l960 comencé mis estudios liceales en el Liceo Manuel Rosé de Las Piedras.En La Paz, donde yo vivía, no había ninguna
institución de Secundaria, por eso, fui a Las Piedras.
No sufrí porque tuve un maestro, que además de
maestro era profesor de Geografía. Desde su punto
de vista, había que preparar a los de sexto para que
ingresáramos sin tantos traumas al sistema de
secundaria. Por eso razón, dividió las clases según los
días y las horas. Sabíamos que lunes miércoles y
viernes teníamos materias básicas, y los martes y
jueves otras accesorias como francés— que no era
escolar, y teatro, que tampoco lo era—. Llevábamos
diariamente, un cuaderno de bitácora, donde
anotábamos lo que hacíamos.
Ese sistema, “preliceal”, fue suficiente para evitarme
dolores y sobresaltos. Fui cursando los años, con
notas suficientes de promoción. Incluso Matemáticas
, cuyo profesor era sumamente imperativo y temible.
Le decíamos “puente roto” porque nadie lo podía
pasar. Al punto de que una vez, una compañera que
convocó para pasar al frente, se desmayó del julepe.
Llegó así el cuarto año, con una profesora de
Literatura que era un completo encanto. Con ella,
aprendí a recitar a Dante en italiano—idioma que
conocía por mis abuelas de crianza y que entendía
y memorizaba bien—. La profe, era rubia, joven,
usaba el pelo largo y lacio por los hombros, y
tenía una voz muy dulce y bien entonada. Nunca fue
agria. No gritaba jamás, porque su misma dulzura
calmaba a las fieras. No había nadie, ni siquiera los
más traviesos que no la atendieran en clase. Las
bestias se calmaban cuando ella empezaba. En pocos minutos todos atendíamos completamente
embobados, a sabiendas de que lo mejor que nos había pasado ese año, era ella.
A fin de año, se acordó de que yo, era una candidata
firme para las letras y me dio anotada en una hoja de
block sus datos, para guiarme en los estudios en el IPA.
Esa nota, la conservé siempre. Me sirvió, en la época
de la dictadura para tener un contacto alentador, ya
que una carrera de cuatro años, en esa época, con el
IPA cerrado, me llevó ocho, con sus correspondientes
altibajos. Unos pocos sí, y, otros (muchos)
no.
Ya casada y radicada en Montevideo, supe
nuevamente de ella por un profesor de Historia que
tuve en el antiguo “Preparatorios” (quinto y sexto
año, en la actualidad). Lo que supe no fue nada
grato. Esos golpes que da la existencia cuando una
menos se los espera. De todas maneras, contra
viento y marea, siguieron nuestras existencias
andando por esos caminos que nos traza Dios o el
destino.
El estudio de Letras— para el cual ella me había dicho
que estaba predestinada— fue llevado a cabo
luchando denodadamente contra viento y marea. Allí
estuvo ella y sus alentadores consejos:
“Hay que seguir,
aunque sea en una institución privada. No hay que dejar más nada. Algún día
terminará y será la coronación de tanto sacrificio”.
La volví a encontrar—siempre activa y risueña—en la
APLU (Asociación de Profesores de Literatura del
Uruguay). Nos pusimos al día, en mi caso, ya jubilada
con más de sesenta años de edad, y una cantidad de
años de experiencia como profesora. Nunca supe la
edad que tenía, porque siempre lució juvenil y
entusiasta, pese a las desgracias, que en algún
momento tuvo que enfrentar con todas sus fuerzas.
Se llamaba Isobel Rubbo. Y tuvo una intensa luz, que
me marcó senderos, y me alentó a no bajar la
guardia jamás.
Y lo hice, gracias a ella.
Que su inmensa luz siga brillando por siempre.