viernes, 23 de marzo de 2012

LOS PROBLEMAS DE LA SALUD

Mi madre, la partera Tabárez, es la morocha sonriente que está primera a la derecha en la segunda fila. Si alguien conoce el nombre de los otros profesionales, me encantaría  agregarlos porque yo no los recuerdo.

Anoche vi de nuevo el filme que fue conocido en español como “El milagro de Lorenzo, o  “El aceite de Lorenzo” o “El aceite de la vida”.  Al verlo por segunda vez después de veinte años,  me volvió a conmover. La película es  de 1992 y está basada en una historia real.  El argumento presenta la batalla  de los padres de Lorenzo Odone, -contra la enfermedad denominada adrenoleucodistrofia- (ADL). Los Odone llevaron a cabo una empecinada investigación-sin tener ninguno de los dos conocimientos científicos-, golpeando puertas que indefectiblemente se les cerraban. Solos contra el mundo, libraron  una  guerra personal y  tenaz  contra los convencionalismos, la burocracia y el descreimiento de muchos diplomados. Lo hicieron movidos por el amor. Y vencieron.  El verdadero Lorenzo vivió hasta el año 2008, a pesar de todos los pronósticos negativos.
En el comienzo de la película aparece escrito este fragmento de una canción guerrera swahili:
La vida sólo significa algo en la lucha. El triunfo o la derrota están en manos de los dioses. Entonces celebremos la lucha.
 Para los que sabemos  lo que es enfrentarse  con la enfermedad terminal de un ser querido es un inicio muy significativo. Hay   que batallar simultáneamente  en varios frentes: contra la enfermedad siniestramente destructora; contra la burocracia; contra los funcionarios negligentes, contra los médicos insensibles, contra los enfermeros y licenciados ídem y  contra los carísimos servicios que pagamos inocente y religiosamente, para   que después-llegado el caso- no nos brinden lo que esperábamos de acuerdo a lo que pensábamos que teníamos asegurado: una atención humana y digna.
El problema no es únicamente en los hospitales públicos sino  en todo lo que concierne a la salud,  porque  el entramado burocrático de la asistencia médica privada, impide la necesaria eficiencia. Nadie es responsable de nada. Cada uno tiene su pequeña chacrita o parcela y la atiende cuando quiere y como quiere. Lograr una ligazón cordial entre los diferentes médicos es totalmente utópico, porque no se comunican entre sí. “Llame a fulano que es el médico de zona”, “el médico tratante está de licencia, va a ir un  suplente”, “consulte con el oncólogo”, “su esposo no es el único paciente, señora” me dijo un administrativo, cuando yo insistía desesperadamente para que recibiera la debida- y carísima- atención. Yo  contesté que sí que para mí era el único y  también debía serlo para ellos, de acuerdo a lo que le  cobraban y al conocido eslogan marketinero.
Lo cierto es que, en pleno goce de la salud, como suele ocurrir, la letra chica se nos escapa. Esta  espantosa telaraña  sólo  se empieza a conocer cuando estamos inmersos en  la impotencia del dolor.
Otro servicio esencial en los tiempos que corren es el de compañía y cuidados. El eslogan puede ser sumamente atractivo: “Somos tu segunda familia”. ¿De qué “segunda familia” me están hablando cuando el que necesita cuidados domiciliarios tiene que pagar una cobertura extra para adquirir los derechos-no más de treinta días por año que es lo que dan- en forma progresiva?  ¡Cuando requerimos estos servicios para un paciente, siempre son de urgencia! También es un negocio y como tal tiene que rendir. ¿Importa el paciente que necesita cuidados? No. Lo que importa es cuánto más se puede lucrar con la situación.
En estos días explotó en Uruguay el horror  de enfermeros asesinos  y de un equipo médico negligente, imprudente o descuidado. Los enfermeros mataban a pacientes internados en el CTI.  El equipo médico dejó en estado vegetal a una joven de 25 años que fue  sometida a una intervención quirúrgica que no revestía peligro inminente de muerte.  ¿Por qué este último caso salió a luz? Porque la paciente que quedó en estado de coma, tiene un hermano neurólogo- que trabaja en la misma institución-. Él hizo la denuncia. Por lo tanto, es lógico suponer que los que no tengan a nadie de la salud que bregue por ellos quedan expuestos a que cualquier inescrupuloso los liquide, ya que los  debidos controles en los Centros de Tratamiento Intensivo, y en las salas de operaciones son  ineficientes o inexistentes. 
 La mayor parte de los ciudadanos conoce este tema porque de una u otra forma lo ha sufrido. Los múltiples especialistas suelen hablar de que "faltan las destrezas no técnicas": esto es establecer  una real comunicación con los pacientes y familiares; trabajar en equipo-que no es agrupar una persona al lado de otra, sino  aprender a trabajar CON otras; desterrar el "narcisismo" en la medicina contemporánea- el término no es mío se lo escuché a un doctor- y, en resumidas cuentas, hacer un nuevo contrato social que garantice la debida atención humanitaria. ¿Será posible o no?
Cabe preguntarse:
¿Qué fue de los antiguos profesionales  responsables y competentes?
¿Por qué hay tanto personal de la salud-tanto en los  centros asistenciales como en los servicios de compañía- sin vocación para la tarea?
¿Por qué los médicos actuales no pueden diagnosticar una enfermedad sin análisis clínicos, como sí lo hacían en el siglo pasado los médicos de familia?
¿Por qué no hay   más médicos pediatras como mi  Dr. Puppo que me hacía dibujos de pajaritos para vacunarme o darme inyectables? (La excusa era que había que darle de comer al pajarito y ahí venía el pinchazo; no recuerdo haber llorado jamás.)
¿Qué se hicieron las antiguas parteras vocacionales-como mi madre - que celebraba con alegría cada nacimiento y  exhibía  al bebé recién nacido con un orgullo tan manifiesto que parecía que la madre era ella?
¿Hasta cuándo seguiremos siendo víctimas de  este actual  sistema  de salud  tan ineficaz, descontrolado y tortuoso que ha permitido que se llegue a  situaciones  sin parangón?







                           




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