jueves, 7 de junio de 2012

VIAJE AL NORTE ARGENTINO 2 : "Extravíos y olvidos"

La "codiciada" primera habitación del hotel

La deseadísima camucha de descanso bien merecido
Hace años, fui de “cuidadora”  en un viaje estudiantil a Misiones con 37 muchachos de diferentes nacionalidades y edades. Íbamos en condiciones similares a las que se dieron en este viaje al Norte argentino, con la diferencia de que en el viaje educacional, las responsabilidades que llevábamos los adultos eran enormísimas porque  los “niños” que pueden ser medianamente “civilizados” en situación de clase, se desacatan cuando  van con adultos que no son sus padres y que llegan sumamente cansados a su destino. Esa vez nos pasó de  todo.  Uno de los jóvenes se dislocó un tobillo jugando al fútbol; otra chica -prácticamente- se “abolló” la cabeza en la piscina del hotel; y otro de los  bebotes-inadvertidamente- dejó su reloj Rolex en la habitación.
En el viaje al Norte argentino, en un ómnibus repleto de personas variopintas, también pasó de todo. Hubo pasajeros que sufrieron diversas alteraciones en la presión sanguínea que los dejó  alicaídos por un tiempo. Algunos, no hicieron todos los paseos    para poder reponerse. De todas maneras, en general, la mayoría soportó las alturas con hidalguía, buena voluntad y hojas de coca para evitar el apunamiento.
El viaje en sí, en lo que los agentes turísticos llaman “ómnibus semicama”- eufemismo para denominar a ese engendro que tiene asientos reclinables y apoyapiés, pero en el cual  después de unas cuantas horas de viaje uno no encuentra acomodo posible-termina generando un ardiente deseo de poder explayarse-extendido completamente- en una deliciosa y   placentera cama horizontal. De todas maneras, como nos dieron un recibimiento amabilísimo que incluía hasta la bandera uruguaya con bailes y cantos típicos, los molidos viajeros resistimos un rato más hasta que nos asignaron las ansiadísimas habitaciones. Me tocó la número 315 y quedé muy feliz porque eso significaba que si quería  subir y bajar por escalera podía hacerlo sin grandes dificultades. Subí con el bolso de  mano porque la maleta-me aseguraron- la iban a dejar en la habitación. ¡Qué comodidad! ¡No tenía que andar tironeándola por ascensores y corredores!  Me sorprendió la comodidad de la habitación y la  amplitud de la cama-creo que fue uno de los hoteles más confortables del viaje- y después –cariñosamente- vi “mi maleta”. Busqué la llave del candado para abrirla. ¡Qué extraño! ¡No abría! La miré nuevamente sin comprenderla. ¿Era mi maleta? ¡Sí, era! ¿Por qué se resistía entonces? Después de unos instantes de confusión y forcejeos me di cuenta. Era mi maleta. ¡Sí!  ¡Pero no la llevaba yo sino mis parientes!  ¡Me habían dejado la maleta equivocada! Llamé a recepción, al guía coordinador, al guía local, y a mi hermana. Todos avisados, empezó la búsqueda de “la maleta extraviada”. En mi bolso de mano no tenía  ninguna ropa adecuada para cambiarme así que tenía que esperar  sí o sí a que “apareciera” mi otra maleta- es decir la que había llevado conmigo- Después de una hora –más o menos- de haber causado una verdadera conmoción en el hotel, en los guías, compañeros  y demás; después de haber molestado a todos y  a cada uno de los viajeros para ver si mi maleta había ido a parar a una habitación equivocada, vino mi hermana. Yo me había tirado un rato a descansar las piernas hinchadas. Hace años que me aqueja el “síndrome del turista”, como llaman los médicos a esta dolencia que deja a más de uno con “patas de elefante” y a otros, con mayores problemas. Comentábamos lo inusual de la situación porque las maletas viajaban con nosotros en el mismo ómnibus, por lo tanto, no habían “sufrido” ningún traslado. De pronto, Juanita, miró atrás de la cómoda  y me dijo: ¿-Y esa valija? Y ahí estaba, la muy ingrata, “acostada” en el porta-maletero que está para esos efectos. ¿Cómo no la vi? o ¿Por qué no la vi? Primeramente, porque “no estaba a la vista”,-alguna excusa tengo que tener-  Además,   porque yo estaba empecinada en que me habían traído “la maleta equivocada”. En realidad, así fue: me trajeron  la maleta equivocada y… ¡también la mía!  El episodio  de "la bobeta de la valija"  me sirvió para recibir  “cachadas” durante  el resto del viaje.
Al final, cuando nos volvíamos para Montevideo después del maravilloso viaje,  contentos y ahora ansiosos por reencontrarnos con “el paisito”, nuestro guía coordinador, nos “sometió” –con el ómnibus ya en marcha- a una especie de “control” de rutina-ya nos había hecho recomendaciones la noche de la “última cena” pero, con mucha experiencia en la materia, nos reiteró algunas “consignas”-:a) pasaporte o cédula en mano para el paso de frontera- ( ¡por favor!:no dejarla en la valija que iba en el compartimento de equipajes)- b) revisar bien la habitación para no dejar nada de nuestra propiedad en ella: anillos, relojes, celulares….
Y ahí saltó Joaquín:- ¡Yo dejé el celular! Todos-absolutamente todos, incluido el guía-, pensamos que nos estaba haciendo una broma; pero cuando gritó dos o tres veces lo mismo con cara de desesperación, nos dimos cuenta de que –realmente- se había dejado el celular en la habitación, más precisamente, en la mesa de luz. ¿Por qué? Porque lo había usado de “despertador”.
Volvimos al hotel a buscar el “móvil perdido”. Cuando Joaquín bajó del ómnibus se oyeron unos murmullos al fondo que terminaban en “udo” A la vuelta, él mismo, frente a todos, en el pasillo,  se autocalificó:
-¡Soy un boludo!
¡Todos nos reímos, pero, nadie lo desmintió!
Coqueta "kichinette" "empotrada" en un placar con microonda, cafetera, y ¡ vinito!




1 comentario:

  1. SIMPATIQUISIMO ESE REPORTE TUYO ALFA! ME HICISTE REIR MUCHO CON EL CUENTO DE LA MALETA. Y...PERDONA,,SABES...JAJAJA LA TERMINACION EN ...UDO(... UDA) NO PODRIA HABERSE APLICADO A OTRA PERSONA ADEMÀS EL CHICO DEL CELULAR? ME HICISTE REIR MUCHO ALFA. MUY SIMPATICAMENTE DESCRIPTIVO TU REPORTE.
    CIAO, BELLA.

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