Cerro de colores con cementerio de altura |
Una de las grandes ventajas que tuvimos en este viaje fue la calidad de los guías, es sabido-por experiencia- que un mal guía turístico puede arruinar completamente el más cotizado de los itinerarios. En este caso, es algo para agradecer, porque tanto el coordinador que partió con nosotros de Montevideo y nos asesoró durante todo el viaje, como los locales, fueron todos capaces de darnos enseñanzas que nos dejaron con la boca abierta.
Tuvimos, además, el enorme privilegio de tener desde Tucumán a Salta un guía “colla de verdad”, bien preparado para su función y muy orgulloso de ser un integrante de los pueblos originarios. Así se denominan ellos: “pueblos originarios”, no “indios”,- nombre que sólo hace referencia a un error histórico-.
Claudio, nuestro simpático colla, nos trasmitió el profundo respeto y amor que siente por su pueblo. Nos comentó costumbres que son muy antiguas, por ejemplo: la minga una modalidad de colaboración de los pueblos originarios que se practicaba antes de la llegada de los españoles, que consistía en ayudarse los unos a los otros en trabajos comunitarios, solidariamente, en forma cooperativa. En el Imperio Inca, era la forma de producir alimentos o construir viviendas. La llegada de los españoles trajo consigo-lamentablemente- enfermedades, y la destrucción de la sabia organización social que los agrupaba y protegía.
Secadero natural de pimientos |
Otra costumbre ancestral que nos describió nuestro colla se llama serviñacuy y es nada más y nada menos que “el matrimonio a prueba”. Una práctica que a nosotros nos parece “novedosa” puesto que actualmente, muchas parejas deciden “irse a vivir juntos” antes de casarse para –también- ponerse a prueba en el dificilísimo arte de la convivencia.
Los rituales más arraigados se relacionan con el culto a la tierra: “la pachamama”, origen de la vida y de la muerte, por eso se le da de comer en corpachada, y el carnaval o kacharpaya, se celebra con comida, bebida, y música producida con instrumentos típicos como quena, bombo, erke y charango.
A muchos viajeros nos conmovieron los llamados “cementerios de altura” donde yacen las tumbas de sus muertos. Además de estos cementerios situados en las montañas, yo observé-acongojada- los pequeños santuarios en los bordes de los acantilados, recordándonos a los despreocupados turistas que nuestra vida humana pende de un hilo delgadísimo y que éste se puede cortar súbitamente, sin darnos ningún aviso previo.
Un recurso de subsistencia para los collas es el turismo. Con sus pro y sus contras. Como todas las cosas. Aparecen-a veces con quiosquitos- en todas las paradas donde bajan turistas para ofrecer y vender sus productos, que no son únicamente artesanías o tejidos, sino que también incluyen comestibles, como dulces regionales o frutos secos de la zona, como los cuaresmillos, que son unos pequeños y deliciosos duraznos, o los tomates y pimientos secos. Los niños también se suman a ese enjambre vendedor. A veces no tienen nada para vender, pero cantan o recitan poemas para obtener monedas, como éste que nos recitó un conmovido Claudio-nuestro colla- y también-con mucho sentimiento- algún niño.
No te rías de un colla
de Fortunato Ramos
No te rías de un colla que bajó del cerro,
que dejó sus cabras, sus ovejas tiernas, sus habales yertos.
No te rías de un colla si lo ves callado…
si lo ves zopenco, si lo ves dormido.
No te rías de un colla si al cruzar la calle,
lo ves correteando igual que una llama, igual que un guanaco.
Asustao el runa como asno bien chúcaro;
poncho con sombrero debajo del brazo.
No sobres a un colla si un día de sol,
lo ves abrigado con ropa de lana, transpirado entero.
Ten presente amigo, que él vino del cerro donde hay mucho frío,
donde el viento helado rajateó sus manos y partió sus callos.
No sobres al colla si lo ves comiendo
Su mote cocido, su carne de avío,
allá en una plaza, sobre una vereda o cerca del río,
menos si lo ves coquiando por su Pachamama.
Él bajó del cerro a vender su lana, a vender sus cueros
a comprar l’azúcar, a llevar su harina,
y es tan precavido que trajo su plata
y hasta su comida y no te pide nada.
No te rías de un colla que está en la frontera,
pa lao de La Quiaca, o allá en las alturas del Abra del Zenta.
Ten presente amigo, que él será el primero en parar las patas,
cuando alguien se atreva a violar la Patria.
No te burles de un colla, que si vas pa’l cerro
te abrirá las puertas de su triste casa.
Tomarás su chicha, te dará su poncho, y junto a sus guaguas,
comerás un tulpo… y a cambio de nada.
No te rías de un colla que busca el silencio,
que en medio de lajas, cultiva sus habas,
y allá en las alturas, en donde no hay nada…
¡así sobrevive con su Pachamama!
La colla Rosa con sus sombreros y sus otras mercaderías a la venta |
A mí me gusta viajar para conocer lugares y culturas, no compro por comprar, como hacen muchos que tienen tendencias consumistas, pero en Humahuaca,- Jujuy- donde se ubica la torre del campanario en donde “aparece” San Francisco Solano a dar su bendición a los turistas cada mediodía, me siguió, una simpática vendedora colla con una cantidad de sombreros, cadenas de plata peruana, lapiceras y muñecos. Su insistencia fue educada y paciente y, por lo tanto, le dije que después que le sacara una foto a San Francisco, le compraría algo. Se sonrío con alegría y me contestó que me esperaría. Y así fue. No se despegó de mí en ningún momento. Le “compré por comprar”- porque no lo necesitaba- uno de sus sombreritos y algún otro souvenir, y le pedí permiso-tal cual nos había indicado nuestro guía colla- para sacarle una foto. Le dije que iba a nombrarla en mi relato y entonces me dio su nombre con otra enorme sonrisa: Rosa. Además de paciente y simpática fue también muy honesta. Yo le di por error un billete de más valor y ella me lo devolvió con esta recomendación respetuosa: “Este billete es de 100 pesos, mamita, el muñeco vale 10 nomás. Ahí tenés uno de 10.” Y me devolvió el billete “grande” como decía ella, dándome –además- una lección que me dejó perpleja.
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