Minuciosa reconstrucción de los claroscuros de la vida |
Hace poco que empecé a leer a este escritor israelí. Comencé con “El mismo mar” en ediciones de bolsillo. Como me gustó, busqué y leí otros libros. Finalmente, después de mucho buscar en librerías y en internet llegué a su libro autobiográfico. Cuando una nueva personalidad me llega, leo todo lo que puedo y busco –si tiene- autobiografía. Es una forma acertada de ir conociéndolo y reconociéndolo:-Hola Amos ¿cómo estás? ¿Por dónde me llevas a pasear “niño de palabras”’?- No me cabe duda de que sigues siendo “un niño de palabras” como tú mismo te defines- tanto como yo sigo siendo también una niña, lectora curiosísima, que te sigue sumisa por la selva de significados castizamente trasvasados de tu hebreo- y, al mismo tiempo que te sigo, voy tratando de “mirar” con mis ojos lo que tú viste con los tuyos, o-mejor expresado- lo que tú quieres que yo vea. Un juego arduamente complejo y excitante para una niña que nunca fue a Israel, que tampoco jamás de los jamases vivió en un kibbutz y que no tiene ese historial familiar que tan magistralmente has armado con tanto recato, cautela y un admirable sentido del humor. ”Una historia de amor y oscuridad” es un libro singular, mejor expresado: fascinante. Ya sabemos todo lo engañoso que puede ser el término “autobiográfico”, porque por un lado, pasa por el tamiz de la subjetividad del que relata, ese pequeño dios –dueño absoluto de la primera persona- que dice lo que quiere y como quiere, que muestra-también- lo que quiere o como quiere, y que las más de las veces nos deja con la miel en los labios y por otro lado, no nos podemos desprender de la “veracidad” que se va creando con la palabra. Siempre encontramos frases que nos conmueven más que otras. Yo he llegado a pensar y decirme a mí misma: “¡Esto es lo que yo hubiera querido escribir desde siempre! ¿Cómo se atreve este pícaro a decir o a describir o a relatar con estas mismas palabras que yo he pensado, estas ideas que son-a quien le cabe duda- absolutamente “mías”?
(…) “Cuando era pequeño quería crecer y ser libro. No escritor, sino libro: a las personas se las puede matar como a hormigas. Tampoco es difícil matar a los escritores. Pero un libro, aunque se lo elimine sistemáticamente, tiene la posibilidad de que un ejemplar se salve y siga viviendo eterna y silenciosamente en una estantería olvidada de cualquier biblioteca perdida de Reykjavik, Valladolid o Vancouver.” (Pág.36-37)
¡Yo también quería ser libro, Amos! ¡Absolutamente! ¡Cuánto soñé con transformarme en uno de esos libros con tapas duras de cartón que olían a nuevo! Para mí los libros eran objetos de culto, casi comestibles. Lo siguen siendo. Nunca logré convertirme en uno, pero aún no he perdido la esperanza.
Es también indudable que para leerte tengo que valerme de esta muy castellanísima versión de Raquel García Lozano- porque por desconocimiento del hebreo no puedo leerte en tu idioma original-, pero aún así, “trasvasado” siento que la mayor parte de las ideas que manifiestas yo también las tuve y las sigo teniendo, y-además, te confieso que las habría podido escribir en un español muchísimo más general-. (Por ejemplo, no hubiera utilizado jamás la palabra “follar”, te pido mil perdones, pero… ¡es horrorosísima!).
En este mismo libro aclarás muy bien tu concepto sobre “lo autobiográfico” (– ¡por supuesto que es el mío también! ¿Cómo lo supiste? ):
“Todo es autobiográfico: si alguna vez escribiera una historia entre la Madre Teresa y Aba Eban, por supuesto sería autobiográfica, aunque no una confesión. Todas las historias que he escrito son autobiográficas, ninguna es una confesión. El mal lector siempre quiere saber, saber al instante “qué pasó realmente”. Cuál es la historia que está detrás del relato, qué pasa, quién está en contra de quien, quién folló con quién realmente. “Profesor Nabokob” preguntó una vez una entrevistadora en directo en la televisión americana: díganos por favor, are you really so hooked on little girls?” (La expresión de lo que la entrevistadora le preguntó a Nabokob está en inglés, en español sería algo así: “¿Está usted realmente “enganchado”/enviciado con las niñas?”.) (pág.49)
Cada vez que se le pregunta a un autor sobre un personaje, se busca que ese personaje, sus palabras y su proceder “calcen” de alguna manera en la vida del que lo creó. ¿Tomó como modelo a su esposa? ¿Tiene algún pariente con ese problema? ¿Quizás alguna de las hijas? ¿Su personaje es sucio porque usted está reñido con el agua y el jabón?
Aunque Amos se refiere siempre al “mal lector”; reconozco que hay una tendencia mayoritaria al chusmerío: la vida de los demás ofrece filones inesperados. La nuestra es aburrida, monótona hasta la exasperación, en cambio la de los otros, está repleta de jugos de insuperable sabor. Pero ¡cuidado! Nos- dice Amos- en esta afirmación:
“Aquel que busca el corazón del relato en el espacio que está entre la obra y quien la ha escrito se equivoca: conviene buscar no en el terreno que está entre lo escrito y el escritor, sino entre lo que está escrito y el lector.” (La negrita y el subrayado son míos.)
¡Yo defendí esta premisa siempre, Amos! No es tan importante saber si es verdad o mentira lo que se cuenta, sino cómo incide lo narrado en mi psiquis;( en la psiquis de cada uno de los lectores…) ¿por qué me impacta tal o cual personaje? ¿Qué es lo que me causa esta desazón? ¿Acaso me remueve antiguos dolores? ¿Esa madre suicida que inmortalizaste en el texto con tanta delicadeza, me recuerda a algún ser querido que ya no está más conmigo? ¿Por qué me atormenta tanto ese episodio después de la muerte de tu madre, cuando ni tú ni tu padre limpiaban, ordenaban, ni hacían ninguna labor doméstica y terminaste diciendo que se comportaban así para que “ella lo supiera”? ¿Tal o cual personaje se parece a mi madre, quizás, o mi tía Stella- la más querida, la que me “reconstruyó” mientras viví en su casa, todos los cuentos de “las oscuridades” familiares que nadie quería que se divulgaran? Tu abuela Slomith, la fanática de la limpieza, vestía a tu padre de niña. ¡No te asustes! ¡Mi madre intentó oscurecerme el pelo a toda costa! “De donde yerba si es puro palo” ¿Una niña rubia, de ojos celestes con un padre negro? ¡Dónde se vio! ¿Sentís las fibras que tocás de mi corazón? ¿Te das cuenta porqué me perturba tanto? ¿Por qué me duele que te hayas quedado tantísimos años en silencio, si eras “un niño de palabras”? ¿Qué zonas oscuras hundiste en el silencio? ¡El cambio de apellido también es negar y callar! ¡También silenciaste tus sentimientos por lamaestraZeldadesegundo! ¡Supiste que murió en 1984 “en medio de terribles dolores” y tú- a quien ella llamaba “niño rebosante de luz”- no le alcanzaste ni una migaja de esa fosforescencia! ¡No fue ella la que te hundió en la oscuridad!
De todas maneras, creo que quebraste tu terco silencio-“frenético niño de palabras” con este poema que escribiste sobre ella en “El mismo mar”:
Lo que quería y lo que sé
Aún recuerdo su habitación
calle Sofonías. Entrada por el patio.
niño de palabras. Pretendiente
“Mi habitación no pregunta”-escribía ella
“por ortos ni ocasos. Le basta
con que el sol traiga una bandeja de oro
y la luna una bandeja de plata.” Lo recuerdo.
Uvas y una manzana me dio
en las vacaciones de verano, año 46.
Me tendí en la esterilla,
niño de mentiras. Enamorado.
De papel le hacía
flores y hojas. Una falda
llevaba ella, marrón, parecida a ella,
campana y olor a jazmín.
Mujer silenciosa. Y toqué
el borde de su vestido. De casualidad.
Lo que quería no lo sabía
y lo que sé abrasa.
¿Qué tienen de común conmigo las creaciones de este israelí, que ni siquiera debe hablar español para que a mí-que no hablo hebreo ni por señas, y que tampoco tengo-creo- ni una gota de sangre judía, me conmuevan tanto sus dolores y me produzcan una compasión y una empatía sin igual? Algo pasa a través de sus textos a mi alma, algo tienen que remueven en lo más profundo, vaya a saber qué sentimientos subyacentes. También hay luces para el que las quiera ver. El hiperbólico y triunfante amor correspondido que irradia destellos centelleantes es uno de los mejores ejemplos:
(…) “Ese día en Hulda las vacas pusieron huevos, de las ubres de las ovejas salió vino y de los eucaliptos fluyeron leche y miel. “(…) Y yo fui al pabellón vacío de los chicos, cerré bien la puerta, me puse frente al espejo y pregunté en voz alta: “Espejito, espejito, dime, ¿cómo ha ocurrido esto? ¿Cómo he sido merecedor de esto?”
Una última y efusiva recomendación:
¡Hay que leerlo!
La subjetividad es lo que nos une al final, ¿no? Eso, que vos y un hombre de una cultura y una situación completamente lejanas sintieran ese mismo deseo, el querer ser un libro, es lo mágico, y esas cosas que nos unen a todos, el amor, los miedos, los deseos, lo que sea, solo se pueden transmitir dejando que la subjetividad fluya y se comunique con los demás.
ResponderEliminarLa tendencia al chusmerío, totalmente acertada, me parece solo síntoma de que no sabemos reconocer una buena historia ni cavar lo suficientemente profundo como para "leernos" con atención, por decirlo de una forma. Personalmente, las historias que cuento con más pasión y detalle son aquellas que muchos podrían considerar mundanas y aburridas, y me aburro rápido de contar lo que muchos quieren escuchar, porque tendemos a sacar nuestras conclusiones sobre los demás en base a lo que hacen, y no al por qué o el cómo, y si nos identificamos con el otro, ¿qué dice eso de nosotros?
La magia ocurre cuando queremos ver ese hilo que nos une a todos, esos sentimientos tan íntimos que tantos compartimos sin siempre reconocerlo, y se encuentran, por ejemplo, vos y Amos Oz.