Dedicatoria "sorpresa" del Anuario del año 1995-1996 |
DEDICATORIA:
“En este año el grupo del
Anuario decidió dedicar este ejemplar a
una persona muy especial que enseña en el Uruguayan American School
desde hace nueve años, la Sra. Stanley . Para los estudiantes del UAS, la Sra.
Stanley es más que una simple profesora, es una amiga que está genuinamente
interesada en las pruebas del día a día de la vida estudiantil. Innumerables
veces hemos acudido por consejo, y
siempre nos ha recibido abiertamente.
Además de enseñar Español, la Sra. Stanley ha sido la “Homeroom Teacher” de la clase de los Juniors durante muchos años. También
estuvo encargada de ayudar a los Juniors a organizar la cena de los Seniors, la
cual se convirtió en una tradición de nuestro liceo. Por todas estas razones el grupo del Anuario
se enorgullece en dedicar este 1995/1996 anuario a la Sra. Stanley.”
En estos tiempos en que se
habla tanto de educación, -más bien de la “falta” de educación- de programas, de
horarios de dedicación, del alto índice
de repetición de los estudiantes y se procura siempre con un
empecinamiento tenaz echarle la culpa al
“vecino”- que siempre es “del otro partido” - decidí escribir en mi blog sobre
mi experiencia docente. No serán artículos concatenados, sino que a medida que
se me vayan ocurriendo los temas los iré anunciando con el mismo título: “De la
docencia” seguido del tema que desarrollaré. Esta vez elegí contar sobre lo que
es ser una “Homeroom Teacher”. Como la costumbre no es uruguaya no hay ninguna
expresión que traduzca esta especial tarea docente porque al no existir tampoco
hay una denominación acorde.
Permítanme hacer una breve
introducción previa:
Los orientales tenemos presentes las frases-muy
manidas, llevadas y traídas- de José
Pedro Varela en las cuales manifiesta el principio de recibir todos- no
únicamente los de las clases privilegiadas- la misma educación en la igualdad
de derechos:
” Pobres y ricos, los
niños que se eduquen juntos en los mismos bancos de la escuela, no tendrán desprecio
ni antipatía los unos por los otros” (…)
“Los que una vez se han encontrado juntos en
los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando
el mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, [...] así,
la escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la
igualdad democrática”
Fue-entre otros- este principio rector el que permitió la
inclusión y la obligatoriedad de la
asistencia escolar. Sin embargo, en los
tiempos que corren y vistas las “fallas” que se han detectado en los
rendimientos académicos,-y sobre todo- en la pérdida de los valores del respeto en la convivencia- sobre el tema, basta ver alguno de los
programas de ESTA BOCA ES MÍA, por
ejemplo, el que trató sobre los desmanes que se
llevan a cabo en el Puerto de Punta del Este, por estos y otros motivos
relacionados con el bajo rendimiento, se
piensa que necesitamos en forma urgente mirar más a los países que avanzaron en
materia educativa contemplando las nuevas exigencias del siglo XXI. (-La
reforma vareliana es del siglo XIX, fue
buena, pero nos falta “ponerla al día”. No está demás señalar que José Pedro Varela fue a Estados Unidos y pasó
seis meses aprendiendo sobre su sistema educativo.)
¿Cómo funciona el sistema americano liceal? Voy a tomar
únicamente los lineamientos generales que conocí y puse en práctica. Los
expreso “con conocimiento de causa” porque trabajé más de veinte años en ese
régimen. (Vale advertir que lo que comento fue así –al menos hasta el año 2006-
que fue el de mi jubilación):
Los estudiantes de un
grado determinado tienen materias obligatorias
y otras optativas, estas últimas
las toman según su conveniencia o gusto
personal, por eso no están juntos todo
el día. Digo “todo el día” porque el régimen es de horario completo, mañana y
tarde.
El salón de clase- en
general-, es asignado al profesor. Esto quiere decir que depende de cada
docente, la decoración, la disposición de los útiles, la asignación de los
bancos, almohadones- hubo algún año en que dispuse un rincón con almohadones
confortables para la lectura recreativa que realizábamos periódicamente-. Son
los alumnos los que se “mueven” de una clase a la otra. Así van a la “clase de
inglés”, a “la clase de español”, a la
“clase de matemáticas” a la “clase de
teatro”, a “la clase de anuario” “a la clase de arte”, o a la que sea, porque
–vuelvo a repetir- hay algunas obligatorias y otras optativas- en su salón
correspondiente. A veces, el salón se
puede “prestar” para dar alguna clase que no está registrada con muchas horas,
mientras el titular está en hora de planificación o en hora de descanso. Esto
se puede modificar, lógicamente, pero si la Dirección superior es buena,-tiene
que serlo para que no se imponga ningún criterio negativo-, les aseguro que es
una medida muy efectiva. Durante muchos años trabajé con directores sumamente
competentes que me alentaron para desarrollar mi labor.
En el sistema americano,
grado por grado, hay un profesor que se encarga de ser una especie
de “mentor”. A ese “consejero grupal” se le denomina con esa palabra
intraducible: “Homeroom Teacher”.
Mis “Juniors”
La clase
que se denomina “Homeroom” - al menos, durante mi época en el UAS- era
la primera de la jornada. Obviamente, el horario puede cambiar según las
necesidades y /o conveniencias de la distribución. Yo fui “Homeroom Teacher”
desde que ingresé a la institución en 1986. En general lo fui del quinto grado liceal- los denominados “Juniors”.
Hubo una vez, cuando creía
haberme librado de la responsabilidad por uno año, en que los alumnos de octavo
le pidieron al director de turno para que me pusiera a mí en lugar de otra
docente con la cual no se llevaban bien. Acepté y solicité que me dejara “crecer” con ellos, (el
“octavo” es el segundo año de liceo, lo que yo hubiera querido era seguir con
ellos como Homeroom Teacher, al noveno, décimo, undécimo y duodécimo hasta que
se graduaran. De alguna manera sentía que yo también me iba a “graduar” con
ellos. Sabía por las compañeras docentes extranjeras-que venían y trabajaban contratadas- que en otros colegios americanos se había
adoptado esa modalidad. El director no quiso. Al año siguiente me volvió a
poner de Homeroom Teacher de los Juniors. Como yo ya estaba cerca de mi retiro jubilatorio, acaté su voluntad
contra la mía. Como podrán suponer tuve otras direcciones más flexibles. No fue
este el caso. En la hora de homeroom se pasaba la lista general-que se reiteraba en
cada clase-, también era el momento
apropiado para anotarse para el
menú si el estudiante iba a almorzar en
la cafetería del colegio, y además era el horario adecuado para planificar
actividades, terminar tareas, conversar con los amigos, escuchar música, leer,
escribir, y compartir con el Homeroom Teacher las ideas para recaudar dinero
para una preocupación constante de los
que fueron “mis” Juniors”. (Estudiantes del Grado 11- es decir 5to año liceal):
preparar la cena de despedida de los Seniors
(6to año liceal). Tengo derecho
a ponerles el posesivo. Eran míos. En esa hora en que estaban todos juntos,
también se planteaban los conflictos de
todo tipo y color y yo -que había abrazado la profesión con verdadera vocación-
también aprendí a meter “mi cuchara” para sugerir posibles caminos de solución. Eso es
lo que me agradeció este grupo que me dedicó el anuario del año 1995/1996. Se
dieron cuenta de que ponía dedicación y que me gustaba lo que hacía. Trabajar
en lo que a uno le gusta es siempre un enorme privilegio y yo lo sentía como
tal.
No siempre la aceptación
que me manifestaron los estudiantes fue
unánime. Ya se sabe. Es muy difícil
complacer a todo el mundo. Más de una vez tuve a alguno de ellos reclamando”
mejor nota” – las buenas calificaciones son necesarias para aspirar a ingresar
en las mejores universidades de Estados Unidos y del mundo- y yo no las “regalaba”. Había que merecerlas.
Daba la oportunidad para obtenerlas,
pero dependía de ellos el conquistarlas. El UAS se regía-como todos los
colegios americanos- por un BOARD- (Consejo) de padres. El Director de la
institución forma parte de ese consejo, como uno más entre ellos. A mí no me
importaba si el papá de un alumno que no obtenía la ansiada “A” estaba o no, en
esa dirección. Hablaba y explicaba de la mejor manera posible que tenía o que
no tenía el estudiante según los
criterios vigentes de evaluación. Y calificaba-también- con el consentimiento
de la Dirección- la conducta.-Incidía como calificación, en el promedio
general.- Siempre sostuve que un estudiante que se precie como bueno, tiene que
tener una conducta acorde con sus pares y con los docentes. Los docentes no
debemos formar únicamente en la materia
que nos toca enseñar, sino también –y creo que es lo más importante- en valores
positivos. Es la pérdida de estos valores la que nos está llevando por rumbos
tan negativos. Y no únicamente desde el
punto de vista académico.
Siempre creí en lo que
decía mi padre: “Uno no es moneda de oro para que todos lo quieran”. Pero -en
general, creo- que la mayoría apreció que fuera condescendiente y cercana y
no una malvada bruja buscando errores para censurarlos.
En cuanto a los
conflictos, hubo de todo. Los relacionados con la convivencia, por supuesto. En
un lugar donde pasaban todo el día juntos estudiantes y profesores de distintas
partes del mundo, con diferentes culturas, maneras de pensar, religiones e
idiomas, indudablemente que surgían los conflictos provocados por el “shock”
cultural. El cambio de país, de idioma, el abandono de amigos, de “amigovios”,
de entorno, y de costumbres provocaba en muchos un rechazo al país que se
traducía en los primeros tiempos con una
negativa cerrada a aprender español. ¡Y eso era lo que yo enseñaba!
A mí me importó y mucho.
Por eso me especialicé en varias áreas: en la enseñanza de español a
extranjeros, en las dificultades de aprendizaje, en la enseñanza de valores. Me gustó hacerlo. Me gustó mi profesión y me
gusta ahora ya en el recodo final, cuando-como dice el Cuque Sclavo “no sé
cuántos cortes de pelo” me quedan- recordar etapas fructíferas de la vida docente.