Sergio Reinaldo tan campante con sus cercanos 60 pirulos |
En los primeros años de mi
infancia, el 6 de enero, día de los Reyes Magos, era el día del niño.
No había como ahora, el
día del padre, el día de la madre, el día del abuelo, el día de la secretaria,
el día etc.
Reyes, era la festividad
para recibir los regalos que merecíamos por haber sido buenos, haber hecho los
deberes-haber ido a misa todos los domingos, y haber rezado ( mi madre me mandó
a escuela de monjas, así que los deberes religiosos iban junto con los escolares
y yo los cumplía devotamente.)
Hacía varios borradores de
la famosa cartita. Cada vez que escribía uno, mi madre me sugería alguna
modificación de tal o cual cosa porque los Reyes, siempre que andaban
cerca de mi casa, venían con menos
juguetes, ya que los camellos estaban
tan cansados que no podían con el peso de toda la carga de los exigentes
pedidos que les hacíamos.
Finalmente, de una extensa
lista, terminaba pidiendo nada más que una cosa. Pero ese juguete que pedía era
siempre algo muy deseado y caro. Un triciclo grande- los chicos no me servían
porque siempre fui alta-, un “malcriado”- así se les llamaba a unos enormes
bebotes de porcelana que tenían un dispositivo en la panza que semejaba el
llanto de un bebé-, “una muñeca que caminara y dijera mamá”. Sofisticaciones de
la época.
Pero un buen día, quedé
prendada de un pequeño malcriado que se exhibía en un comercio que se llamaba: “La Platense” en 18
de Julio y Julio Herrera y Obes. Me gustó porque tenía unos preciosos ojos
celestes y una cara de angelito bueno. Sin dudar, fue mi pedido de Reyes del
año 1955. Mi madre quedó atónita cuando
leyó mi borrador porque no era ni por
lejos el muñeco más caro. En esa juguetería se exhibían unos hermosísimos
trenes eléctricos con sus vías y sus estaciones, y unas enormes muñecas
italianas con ojos soñadores y trenzas de pelo natural. De alto costo económico.
Sin embargo, mi pedido era tan modesto que mi madre se aseguraba una y otra
vez, para verificar que- realmente - fuera esa mi solicitud. Y
sí, era esa. Así llegó el 6 de enero de 1955, mi querido Sergio Reinaldo. Llamado así porque Sergio era uno de mis
nombres predilectos, y porque el hermano mayor de mi madre, el popular tío
Negro, se llamaba Reinaldo.
Sergio Reinaldo fue y es
uno de mis muñecos más queridos. Tiene su lugar en uno de los estantes de mi
biblioteca. Con los años,-quizás- fue sustituido por otros “muñecos” de carne y hueso- no tuve hijos así que no
pateen para ese lado- me refiero a esas delicadas delicias de chocolate,
sabrosas y efímeras. Trocitos de dulzura: “nariz de azúcar, arbolito, caballito
de juguete”-como expresa sabiamente
Julio Cortázar en su “Carta de la Maga a
Rocamadour” en Rayuela-. Pero Sergio Reinaldo tiene la ventaja de no ser solo
un grato recuerdo porque aún “vive” conmigo; sigue siendo cariñoso, fiel, y
nunca me ha dicho ninguna maldad, como gorda panzona o cosas por el estilo. En
su memoria de muñeco consentido, malcriado, tengo aún la misma apariencia que
cuando llegó a mi casa cuando yo tenía nueve años.
Nunca fue llamado Sergio a
secas sino que usaba los dos nombres tanto para jugar con él, como para
rezongarlo si consideraba que se había portado mal y no había comido lo
suficiente. Como yo era “inapetente”- como decía mi madre- le “trasladaba” mi
falta de apetito a Sergio Reinaldo obligándolo-como me obligaban a mí – a tomar
su plato de sopa o su huevo batido con
azúcar y vino garnacha para que se pusiera robusto y fuerte. Es evidente que la
que me volví “robusta y fuerte” con los años fui yo. Sergio Reinaldo siguió
igual. Lo defendí tenazmente de las
niñas que tenían claras tendencias destructivas. Rosiluz, mi
muñeca con nombre de hada, y mi hermosísima muñeca Jesusa-que tenía trenzas
naturales, caminaba, movía la cabeza y decía “mamá”- sucumbieron. La pequeñez
de Sergio Reinaldo contribuyó para que
no fuera alcanzado por las brujildas y aquí lo tienen, cercano a los sesenta
pirulos, tan campante, como testimonio de mi último año de feliz niñez.
Que gusto que Sergio siga contigo, yo pedí durante años un " cine exin", aún no ha llegado pero igual algún día llega.
ResponderEliminarSí, Oliva, Sergio Reinaldo sigue aún conmigo-fiel y afectuoso como siempre-.
ResponderEliminarNo pierdas las esperanzas con el "cine exin".
Justamente, las ilusiones son las que nos sostienen a través de los años. Gracias por tu comentario.
¿No tiene frio?
EliminarDe niña, aplicadamente, le había confeccionado ropa y lo había vestido. Ahora está tal cual vino. Por acá hace un calor muy intenso y le gusta estar sin ropas, con su aspecto de angelito bueno.
EliminarSergio Reinaldo !!!!! me parece genial ese nombre ! Que lindo que lo conservaste. Yo guardé mi Ana María durante muchos años, pero ya desapareció. Los recuerdos de los Reyes son lo más entrañable de la infancia. Hoy recordamos con MIguel que cuando eramos niños practicamente no existía Papa Noel, como nos lo impuso Yanquilandia !!!!!!. Por eso la magia de los Reyes para los de nuestra edad sigue intacta, verdad ?
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con ustedes, Laura. Para nosotros el día de Los Reyes Magos es el que sigue teniendo su magia. Papá Noel-en mi infancia- sólo existía para dejar pequeños objetos-para todos- en el árbol de Navidad de las casas de las abuelas. Pero no era "el día de los niños". No era la alegría de salir la mañana del 6 enero con los juguetes a compartir en la vereda, con la consabida pregunta de:.- ¿qué te dejaron?. A mí esto ¿y a vos?Esa magia es insustituible. Única. Y es bueno que la recordemos.
ResponderEliminarLa magia de los Reyes Magos continúa en los niños de hoy. Vereda, amigos, abuelos, vecinos... Era maravillosa esa sensación de haber sido "visitado" por esos tres señores que montaban camellos. Guardo algunas "cartitas" testimonio fiel de pedidos y esperanzas. Gracias por compartir a Sergio Reinaldo. Mi último muñeco fue Pablo, luego llegó mi hermano al que le elegí ese nombre. Me lo trajiste con tu historia.
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