La mochila carnavalera |
Según la segunda acepción
de diccionario la palabra “nostalgia” hace referencia a una “tristeza
melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Ese es el
significado que rescato para esta sensación que
tengo ahora que terminó el carnaval. Si bien por la televisión aún
siguen pasando a los grupos ganadores, ya no
hay más espectáculos en los tablados y el teatro de verano quedó poblado
de los fantasmas del parque Rodó.
Tristes fantasmas que ya no tienen ni voluntad para rondar por las cercanías.
No todo fue estupendo este
año; la lluvia impidió varias veces la actuación de los conjuntos y más de una
vez llegué empapada hasta el alma. Pero al otro día renacía la esperanza de ver
otro espectáculo y aguardar para ver –en otra oportunidad- al que había sido
suspendido. Como todos los años, hubo alegrías por los ganadores y tristezas
por los que no llegaron a posiciones destacadas. En mi caso, estuve en total
desacuerdo con el juicio que dejó a la revista Madame Gótica fuera de la
liguilla. El primer premio de murgas se lo llevó “Don Timoteo” que con la
presencia de Diego Bello y de Rafael Cotello-que hicieron una buena dupla-
divirtieron al público. Pero ese primer premio estuvo peleado por otras murgas
que estaban muy bien también. Me disgustó que “Los Diablos Verdes” y “Los
Curtidores de Hongos” quedaran tan abajo en la tabla de posiciones. A mí me parecieron
espectáculos muy dignos, pero es evidente que los jurados y la puntuación con
tantos rubros para calificar dan sorpresas de todo tipo.
Sin embargo el tema de
esta crónica no está relacionado con los premios-merecidos o no- . El tema de
hoy, es este vacío, esta sensación
melancólica de que ya empezó el otoño con sus días grises y lluviosos- aunque
así fue también el verano- y los árboles están –otra vez- en ese ciclo de “desnudarse”
para volver a ponerse la ropa en la primavera.
El 8 de marzo fue el
último día de mi abono. Fue también el día de la despedida de mis compañeros-ahora ya más conocidos que al principio-
del Teatro de Verano. Hubo promesas de volvernos a reencontrar a la brevedad,
pero lo más probable es que no nos reencontremos hasta el próximo carnaval. En la vida actual son
raros y muy espaciados los encuentros persona a persona. Los modernos
dispositivos han sustituido las relaciones que permiten mirarse a los ojos,
charlar de “bueyes perdidos”-sin que ningún aparatejo “arroje” su chillido
característico para avisar que hay mensajito- Los modernos dispositivos no nos
permiten tampoco reírnos de tal o cual
ocurrencia que se recuerde. El facebook y
el twitter, ya incorporados a
nuestros celulares, nos acercan a nombres ficticios- una gran mayoría usa
nombres de fantasía- y fotos trucadas. Yo veo a mis parientes y amigos, “armados”
de su celular. Conversan distraídos,
porque a cada rato atienden los chillidos o vibraciones. Eso los hace perder
concentración temática y los “hunde” en una maraña de diferentes aspectos para
atender simultáneamente. Y aunque me digan que los más jóvenes son “multifocales”,
sé fehacientemente que la atención que
se concentra en varias cosas a la vez no es demasiado eficaz. “De a uno por el
pasillo”-como decían los guardas antiguos- es la mejor manera de focalizarse. Por
otra parte, si no hemos visto antes a la persona, no sabemos cómo son sus rasgos
porque pocas veces aparecen las verdaderas caras de nuestros supuestos “amigos”.
Últimamente, hay una especial dedicación
a “envolver” a la verdadera persona en el anonimato. En cambio, en el Teatro de
Verano, los “abonados” somos casi siempre los mismos. Algunos lo son hace más
de veinte años. Y es una pasión de familia. Otros somos más “nuevos”, en mi
caso, este es mi segundo año- pero después de mi viaje a Cuba comprobé
increíblemente que se habían preocupado y preguntado entre ellos si estaría
enferma, o si me habría pasado algo. Mi retorno dio lugar a esos intercambios
de teléfonos para comunicarnos las novedades. Y me gustó. No hay nada que
sustituya la comunicación persona a persona. Felizmente.
Para no hundirme en la
depresión post-carnaval, me dediqué desde el viernes 14 a “desarmarme y armarme”
de nuevo. Habitualmente me da resultado y me saca del bajón. Lavé mi
almohadón, mi gabán- que tenía el característico “olor de tablado”-esa mezcla
indescriptible de cigarrillo con el olor de los chorizos, las papas fritas, las tortas
fritas y el humo-, archivé los Momodiarios
por fecha, y, de paso, archivé cuanto papel suelto andaba por mi escritorio.
Almohadón carnavalero ya lavado para guardar |
El
orden siempre me da tranquilidad y me inspira para buscar otras alternativas.
¿Abono del SODRE? ¿Dar o tomar más clases? Algo de eso.
Por ahora agregué algo
nuevo en el SPA: una clase de ZUMBA. (“A
la vejez, viruela”). ¿Se animan?
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