En "La Casa de la música"-simplemente se baila al son de la orquesta- |
En el grupo había personas
de todas las edades. La gran mayoría éramos “grandes”-como dicen los
argentinos- . Con la palabra “grandes” se refieren a las que ya salimos de la
treintena o cuarentena y entramos en la ignominia de ser catalogadas en la “tercera
o cuarta edad” o “adultas mayores”- todas son expresiones que detesto, pero son
las que se usan-. Me gusten o no me gusten.
Como ya relaté, cuando
logramos tener una habitación limpia y ordenada en el hotel Acuario- que no
era- vuelvo a repetir- ninguno de los prometidos y estaba ubicado muy lejos de
los lugares donde se llevaban a cabo las actividades de interés- hubo varias
personas, de las más jóvenes, que de todas maneras emprendieron esa misma noche
una especie de “excursión” a la Habana, con la finalidad-de “escuchar música y
bailar”. Y –si “pintaba” también “salir” con lugareños-que es desde todo punto
de vista, una de las mejores formas de conocer un país-. Yo, en cambio, esa noche,
después del baño con agua fría, y de la cena buffet donde elegí meticulosamente
lo que me resultó más o menos conocido, me acosté a dormir.
Pero no estaba dispuesta a
pasar todas las noches con la misma
actitud monjil. Así que a la noche siguiente, “armamos” una salida a “La Casa
de La Música”- lugar recomendado por Daniel Mazzarovich para apreciar verdadera
música cubana y cuando terminó ese espectáculo donde todo el mundo bailaba, nos
fuimos arriba, a “El Diablito Tun Tun” donde todo era “pura música y baile”-. La verdad es que las recomendaciones de
Mazzarovich tenían sus “que sí y sus que no”, porque los lugares nocturnos, sea
donde sea que se vaya, son sitios de de “caza y de pesca”. De caza y de pesca
de incautos. Obviamente no son lugares recomendables ni para Nicolás Cotugno ni
para su sucesor Monseñor Daniel Sturla
que aunque es más joven y goza de fama de “moderado” nos habría condenado-
irremediablemente- a las llamas del infierno. Ni cortas ni perezosas,- éramos tres o cuatro
mujeres-, nos llevamos un muy efectivo “talismán” masculino que no nos dejó ni
a sol ni a sombra. ¡Gracias, Dieguito! Las otras eran-obviamente- más jóvenes que yo, pero no estuve dispuesta de ninguna manera a
perderme la diversión del baile por “peinar canas”. En la “Casa de la Música”
tuvimos la gracia de un espectáculo excelente.
Los shows cambian día a día, y
no todos son de la misma calidad. En “El
Diablito Tun Tun”, apenas llegamos el cantante quiso saber de dónde éramos.
Dicho sea de paso, es una pregunta muy
común en los centros nocturnos donde reciben turistas. A mí, -“a la señora
mayor”- de vuelta la palabreja- me
preguntó el nombre. Durante todo el viaje “cargué”-contrariada- con mi segundo
nombre. No sé porqué en todos los hoteles omitieron el primero y me anotaron con el segundo. Directamente fue
el que le di, y le resultó muy gracioso-
parece que nunca había encontrado una persona que se llamara así-. Acto seguido,
siempre cantando, entró a buscar rimas
para incluirlo en su canción- le costó bastante, pero- riéndose- finalmente
encontró dos posibilidades: “difusa” y “confusa”. Así que nos bamboleamos/ me bamboleé con mucho
gusto al ritmo de la más bailable música
cubana rimada a tono con mi segundo nombre.
Dieguito, el ganador del grupo, bailando con una cubanita |
Felizmente, nadie resultó
remilgado y disfrutamos de los mojitos y del baile. Los cubanos llevan
el ritmo en la sangre. Bailan por pura expresión del cuerpo. Hacen caso omiso
de los kilos de más, de la edad y de cualquier cosa que les impida disfrutar.
Simplemente bailan porque les divierte. Nos
gustó bailar en un ambiente tan distendido; ninguno se quedó sentado. Regresamos en un almendrón-custodiadas por
Diegui- al lejanísimo hotel Acuario. Nos despedimos con alegría, con la plena
seguridad de que habíamos pasado momentos inolvidables. De los pocos que vale
la pena recordar.
Con el calor de los mojitos y el del baile, encontré por primera vez- directamente- el pasadizo que me condujo sin extraviarme, pese a la poca luz reinante, a mi habitación, la número 3810. ¡Les aseguro que dormí como un angelito!
¡El yorugua también se lució! |
Con el calor de los mojitos y el del baile, encontré por primera vez- directamente- el pasadizo que me condujo sin extraviarme, pese a la poca luz reinante, a mi habitación, la número 3810. ¡Les aseguro que dormí como un angelito!
jajjaj, Alfa que impagable ese programa. Muero por haberte visto !!!!!!
ResponderEliminar¡Jajaja Laury! ¡Mis amistades me vieron bailar, saltar y divertirme pero-felizmente- no me sacaron fotos!!!!!!
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